Capítulo narrado.

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Maestra Marquéz.


Era noche. Una noche estrellada. Estaba sentada en las escaleras de madera frente a mi casa. Las luciérnagas hacían su aparición volando a mi alrededor e iluminándome con su luz brillante. Los grillos cantaban y yo no dejaba de pensar en usted. En mi querida maestra. No la veía hace tiempo. Solo tenía un recuerdo suyo en mi mente. Guardado y atesorado. Recuerdo que tenía ocho años y corrí hacia sus faldas para entregarle una hoja de papel escrito. Decían palabras de niña pequeña, con letras cursivas y mal hechas. Usted sonrió para mi y lo leyó con su sonrisa agrandándose mientras leía aquellas expresiones que venían directo de mi corazón. Tengo ese recuerdo plasmado en mi mente. Su sonrisa. Por lo demás, no tengo otra memoria. 

¿Cómo no escribir? ¿Cómo no anotar mis sentimientos en cartas para mi más intima confidente? ¿Cómo no contarle mis recuerdos mas valiosos? ¿Cómo no llenarla de mis emociones? 

La carta de su hija estaba en mis manos. Su letra se me hacía desagradable a la vista. Me causaba desdén y recelo. No quería tocar aquella hoja que me hería el corazón, pero de igual forma no dejaba de leerla una y otra vez, tratando de asimilar el caso atribulado que no me dejaba dormir en paz. 

—Haru... —Me di la vuelta sobresaltada al escuchar la voz de mi hermana mayor llamándome desde la puerta de entrada. Su mano derecha le frotaba el ojo mientras un bostezo salía despaciosamente de su boca. —Deberías dormir, ¿Qué estas haciendo? 

A penas sentí su caminar hacia mi indagué sus intenciones entrometidas, así es que guardé la carta rápidamente bajo mis piernas. Mordí mi labio llevando mi mirada hacia otra parte que no fuera ella. Me costaba mucho cubrir el rostro facial cuando me pasaba algo malo y no quería que ella me preguntara qué me ocurría. No lo aguantaría. 

— ¿Qué acabas de esconder?  

—N-nada. —Cerré los ojos nerviosa. No debía contarle mi secreto. Solo usted y yo lo sabíamos. Solo usted. Nadie más podía enterarse. 

—Haru... ya, desembucha. —Se sentó a mi lado con una mueca de fastidio. A Kaedé le molestaba cuando le escondían algo, y yo lo sabía perfectamente.  

—No es nada. 

—Dilo. 

—Kae--.

—Dilo. —Me interrumpió manteniendo los ojos cerrados, sin escuchar excusas. No dije nada más, solo le di la carta. No podía negarme a su terquedad de hermana mayor. Las hermanas mayores siempre querían saberlo todo. La leyó seriamente, sin manifestar ninguna señal. —Así que esto era lo que escribías todo el tiempo... 

— ¿Umh? —La miré confundida. Ella me entregó la carta y observó el cielo estrellado. La luna nos observaba expectante, todos lo estábamos. Queríamos saber la opinión de mi hermana. La opinión de una persona externa al caso ayudaría completamente a la situación.

—Deberíamos ir a ver a tu querida maestra Marquéz.    


TIMIDEZ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora