Capítulo cuarenta.

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Alguna parte del mundo / 6 de Septiembre / 11:45pm 

Querida maestra:

Creo que siempre me voy de un tema a otro, lo siento por eso. Le juro que no lo hago a propósito. Bueno, se suponía que debía escribirle en la carta anterior lo que había pasado en el valle con Aiden Bellerose.

Después de que nuestro hermoso y artístico beso terminara él se derrumbó en el suelo como quien cae desmayado. Se quedó mirando el cielo por largos minutos hasta que yo decidí imitarle. Buscó mi mano entre el pasto debajo de nosotros, y al encontrarla la unió con la suya. Luego las dos se encontraban elevadas hacia la bóveda celeste que nos cubría, él las observaba muy detalladamente. 

"¿Por qué tus manos son tan bonitas?" Se dio la vuelta para verme de frente y así lo hice también, me volteé y quedamos rostro con rostro. Mis mejillas querían explotar de tanta sangre acumulada en ellas. Estaba roja. Roja como lo mas rojo que exista en el mundo entero. "¿Por qué eres tan tímida?" 

Lo gracioso era que sus pómulos estaban igual que los míos. Yo no pude aguantar reír. Su vista era entre confusa y divertida. 

"¿Por qué eres tan tímido?" Murmuré, repitiendo lo que él había dicho. Miró hacia otra parte para difuminar su rojez, pero no lo logró. Lo tomé del mentón y le hice mirarme sin despegarnos. Eso era lo que quería hacer desde que mi amor floreció por él. Verlo por horas y apreciar lo tan hermoso que era. Que es. 

"¿Por qué me miras tanto?" Sonrío, y yo creí que moriría en ese momento. Ahora su sonrisa era para mi. 

"Quiero observarte para siempre." Creí que iba a llorar pero fui corruptamente interrumpida con unos labios sobre los míos.   

"Quiero besarte para siempre." Susurró, alejándose un poco de mi rostro. Sus ojos estaban entrecerrados, sus labios de un color intenso por el beso y pensé que no podía existir algo mejor. Que no había nada en todo el planeta que me hiciera más feliz que Aiden. 

Me obligué a aceptar que todo esto era real, porque mi cerebro aun pensaba que era un sueño. Un sueño malévolo, un sueño cruel. Un sueño del cual despertaría hecha un desastre. Pero no, maestra, era real. Lo tenía al frente. Lo tenía mirándome de esa forma. 

El sol nos sonreía, presente de lo que estábamos haciendo. Nos observaba delicadamente, como si supiera lo tanto que esperabamos ese momento. Estar cerca el uno del otro sin ocultar nuestros sentimientos. El sol quería celebrar que ya la timidez no existía entre nosotros. Que la timidez se había esfumado. 

Con cariño, Haru.  

TIMIDEZ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora