Prólogo.

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Houston, Texas

Diez años antes.

¡Maldición! —maldice con furia.

Ian camina furioso por los pasillos de la casa en la que ha pasado la mayor parte su vida. La sangre le corre desesperadamente por las venas debido a la rabia extrema e intensa que corre por su cuerpo. Nunca se había sentido así antes. Nunca en sus 21 años vida. Sus puños están apretados y hacen que sus nudillos se blanqueen por completo. Su mandíbula esta tensa y una vena sobresale debido a la presión que ejerce.

Camina aun más rápido hasta llegar a la oficina de su tutor Nicholas Stevens. La puerta se abre de par en par de un solo golpe e Ian observa al hombre sentado detrás de un gran escritorio de caoba. La mirada fría y asesina de Ian se clava sobre él, mientras que este lo ve con una sonrisa de malicia en su cara. Ian siente la necesidad de lanzarse sobre él y quitarle aquella sonrisa del rostro a golpes. No lo soporta. Simplemente ya no lo soporta. Stevens se levanta lentamente de su sillón de cuero y se mueve hacia una bandeja de plata donde tiene algunas bebidas. Coge un vaso y lo llena de whisky para volverse hacia Ian y dedicarle una pequeña sonrisa.

—Hola Hijo—saluda.

— ¡Maldito infeliz! —exclama Ian con rabia mientras cierra la puerta de golpe.

Nick niega con la cabeza y con un suspiro se sienta en su sillón. Mira al hombre enfurecido ante él y cruza los dedos sobre el escritorio.

—Esos no son los modales que te he enseñado, hijo—dice en tono paterno Nicholas.

—No te atrevas a volverme a llamarme así ¡Eres un hijo de puta! —grita.

Nicholas exhala y pasa una mano por su abundante cabello negro.

—No entiendo la razón por las que has venido hasta para decirme semejantes cosas.

—La razón es que confié en ti. Confié en ti—lo mira dolido y luego golpea su escritorio. — ¡Maldición! Te entregue toda mi confianza. Nick tú la desperdiciaste.

—No he desperdiciado nada, hijo. Aun no tengo claro la razón por la que estás aquí y creo que es muy malo de tu parte gritarle a un hombre de cuarenta años.

—Tú muy bien sabes qué hiciste. Me has traicionado. ¡Robaste el dinero de tu propia familia y me culpaste!

La mirada de Nicholas recorre toda la habitación y mira divertido a Ian. Esa es la verdad. Robo y culpo a Ian. El único que podía ser sospechoso en aquel momento. Siendo el hijo de unos padres que no se preocupaban por él, fue la mejor forma de machar su apellido.

Le sonríe a Ian amargamente y da un trago a su bebida.

— ¿Por qué lo hiciste? —pregunta esta vez Ian con dolor—Eras como tutor, la única persona capaz de darme lo que necesitaba. Eras como mi padre...

— ¡Basta de hablar estupideces, Hamilton! —Grita Nick y se levanta golpeando el escritorio—Necesitaba el dinero y ningún miembro de mi familia pudo hacer el jodido trabajo. Era mucho más fácil robarlo y culpar a alguien...—lo mira y vuelve a sonreír malicioso—Y tu ganaste el puesto.

—Eres un infeliz—murmura Ian— ¡Eres un maldito infeliz!

Ian aprieta aun más los puños para evitar la necesidad de matarlo a golpes. Lo odia pero no puede matarlo. No puede.

— ¡Si mis padres se enteran me van a odiar, Nick! No puedo creer que me hayas hecho semejante cosa.

—Vamos, Ian. Marissa y James no te pueden odiar... Al menos no más de lo que lo hacen—la mirada de Ian se encuentra con la de Nick la cual tiene un cierto brillo de malicia en ellos. — ¿Por qué crees que vives en esta casa? Solo porque tus padres, tus propios padres no te toleran. Se arrepienten de tenerte. Yo soy el único al cual pudieron dejar a cargo durante gran parte de tu vida. Por eso viajan por todo el mundo y no se detienen a preguntar por ti. No le eres importante.

El corazón de Ian se destroza por completo por esas palabras. Es cierto que nunca ve a sus padres. Pero no cree que lo odien. Nunca ha hecho algo malo para que lo hagan.

—Muérete—espeta con furia—me iré de esta casa. Te arrepentirás de haberme traicionado, Nicholas Stevens. Lo veras. Me vengare.

Ian sonríe aun más y niega con la cabeza.

—Eres un muchacho ingenuo—dice. Pero si crees algún día vengarte entonces estaré esperando ese día con ansias, chico.

Ian le dedica una última mirada y sale de la oficina rápidamente. Choca con la hija de Nicholas, Vee Stevens. La mira de reojo y sale rápidamente en busca de sus cosas para largarse de la casa.

Vee observa como Ian sale furioso de la oficina de su padre y su curiosidad crece por saber qué pasa. Tiene solo 18 años y una gran obsesión por aquel chico de ojos color miel y rizos dorados. Ella es una simple colegiala y él un hombre de veintiún años. Es el típico amor adolescente donde ella está enamorada sola y él ni siquiera nota su existencia. Suspira al sentir su perfume varonil entrar a sus fosas nasales y se dirige a la oficina de su padre para saludarlo.

—Hola—le saluda Vee con una sonrisa en su rostro.

Nicholas esta frotándose las sienes con dos dedos y levanta su mirada para ver a su hija en el lumbral de la puerta. Con una mano le hace una seña para que lo deje solo y ella asiente cerrando la puerta de la oficina. No es extraño que su padre ni siquiera la mire. Ella ha sido un error al nacer, no es raro que no le importe.

Rápidamente ella pone su mirada en los pasillos de su hogar intentando ver si Ian sigue cerca. Suspira y se traslada hasta la cocina, pasando cerca de la puerta principal. Logra ver a Ian salir y le dedica una última mirada y una sonrisa amarga antes de irse.

Ian Hamilton en multimedia


Un mes de placerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora