Capitulo quince.

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A la mañana siguiente sigo pensando en aquel beso. ¡Maldición! No debería estar haciéndolo pero es inevitable el beso me ha afectado mucho mas de lo que debería. Comienzo a creer que Ian es como un hechicero erótico, me he despertado varias veces en la madrugada jadeando y empapada en sudor. Me he bañado dos veces en una sola noche y aun sigo sin dormir bien si un beso logra hacer eso no quiero imaginar lo que ocurre al pasar la noche con él. Lavo mi rostro al ver como mis mejillas se sonrojan al pensar en lo que puede llegar a pasar la noche de hoy, cambio mi ropa y me dirijo a la cocina donde un delicioso olor a café inunda mis fosas nasales. El olor es sumamente irresistible y parezco un perro olfateando.

Diana se gira al verme.

—Buenos días—saluda la mujer con una de sus tantas sonrisas amables.

Le devuelvo la sonrisa y me siento en una de las sillas de la cocina.

—Buenos días—le contesto. No puedo creer que haya dormido tanto.

—El señor Hamilton ha mencionado que usted puede estar cansada y que se despertaría tarde—se acerca hasta mí y coloca una bandeja con una taza de café y algunos pequeños paquetes de azúcar.

—Gracias—musito revolviendo el café al echarle la azúcar.

—Debo decirte que parece que no has dormido nada.

—Y así es, no pude dormir—me llevo la taza a mis labios y sorbo el líquido. Hago un sonido de satisfacción cuando el sabor llega a mis papilas—esta delicioso este café.

—Gracias—sonríe. — ¿Tienes hambre? Puedo prepararle lo que usted desee.

Miro a la mujer e hago un gesto con la mano—Es tan tarde que no quiero molestarla...

—Cariño, es mi trabajo—dice sin problema.

Se acerca a la nevera y media hora más tarde coloca frente a mí un plato con huevos, tocino y algunas tostadas francesas acompañadas de algunas de sus magdalenas de chocolates. Cocina perfecto toda su comida parece sacada del paraíso, no creo poder levantarme después de comer así.

—Oh por cierto esta mañana han traído el piano—me dice.

Frunzo el ceño.

— ¿Piano? ¿Qué piano? —pregunto.

—El que encargó, el señor Hamilton lo pidió días atrás pero el repartidor tuvo algunos problemas y lo entrego hoy. El señor Hamilton no está nada contento.

Ruedo los ojos y niego con la cabeza.

—Me lo imagino ¿el toca el piano?

La mujer se encoge de hombros.

—No que yo sepa pero ha dicho que a usted le gustaría tener uno acá. Lo han instalado en la biblioteca, está en la quinta puerta del pasillo a la izquierda.

Mi boca se abre ante su respuesta. Ian ha encargado un piano... ¿sólo para mí? Cuando creo que él es un egoísta, imbécil e infeliz—como mi padre suele llamarlo—viene y hace un gesto tan generoso como este. Sonrió inconscientemente y me levanto.

—Creo que iré a ver la casa por completo—le informo a Diana.

—Está bien—asiente. Le recomiendo usar un abrigo está haciendo mucho frío afuera.

Ya ven que Ian Hamilton no es tan malo como parece. 


Un mes de placerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora