OmniscienteNatasha Romanoff no creía en el amor.
Pensó que esas noches en las que le pedía algo más que un beso eran pasajeras; que nunca dejarían de serlo.
Pensó que eso que tenía con Steve no pasaría a otro grado, mucho menos que saldría de su habitación.
Creyó que las noches que pasaba en la habitación del castaño serían algo esporádico, y que no llegaría a convertirse en algo habitual como lo había pasado.
Aún tenía grabado en su memoria las veces que gritaba de desesperación, hasta que daba unos pasos fuera de su habitación y la boca de Steve y la de ella se unían hasta tarde en la madrugada.
Recordaba con exactitud las veces que sus piernas no soportaron más y cayó sobre el torso desnudo del americano, que siempre la sostuvo de manera amorosa.
Nunca pensó que esas noches de "liberación" y placer significaran algo distinto para él, pero lo supo y se sorprendió.
No olvidaba la noche en la que se negó a seguir participando en ese juego despiadadamente placentero, ya que le tenía que confesar algo.
Nunca la vio como una amiga, no luego de conocerla a fondo, y cuando tuvo la oportunidad de tenerla desnuda frente a él lo supo: la amaba.
¡Demonios, claro que sí!
Esas veces que ella buscaba consuelo con el calor de otra piel, él se torturaba al verla retorcerse, viendo las gotas de sudor caerle por el abdomen, aún más cuando su nombre salió de su boca por error una vez.
Ella no supo que hacer, así que se arriesgó.
Las noches que siguieron no fueron explícitas, ya que si dormían juntos, dormían abrazados; así como las parejas de las películas.
Se lanzó al vacío sin cuerda y había sido rescatada por el hombre de musculosos brazos.
Luego de cinco años, ella se encontraba parada frente al espejo, viéndose toda vestida de blanco.
Tragó en seco, recordando con rapidez en como demonios había llegado allí.
No creía en el amor y se había enamorado. No quería a Steve y ahora lo amaba. Lo más reconfortante es que él la amaba de igual forma, o incluso un poquito más.
La amaba incluso sabiendo que no tendrían hijos.
La amaba sin importarle su pasado.
La amaba con todos sus errores, y aún así decía que era perfecta.
Esto hizo que una lágrima resbalara por su mejilla, cayendo en uno de los pétalos de las flores que sostenía en manos.
— Vamos, no ahora Natasha— se reprochó a ella misma con melancolía mientras golpeaba con sus tacones el piso.
— ¡Ah no, Natasha!— escuchó gritar a la madre de Steve.
Se limpió las lágrimas que le siguieron a esa primera e hizo como si nada.
— No llores, linda. Tú maquillaje se arruinará— la rubia corrió al frente de ella, limpiándole las mejillas.
Respiró profundo y trató de tranquilizarse.
— Vamos, ya es hora— le indicó la mujer.