La Apuesta

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Capítulo Seis: Not Afraid.

Una semana antes de comenzar las vacaciones de primavera Steve Rogers estaba empeñado en hacer que Natasha se enamorase de él.

Luego de que fríamente le había escupido en la cara sus sentimientos hacia él, el joven no podía dejar de pensar en sus palabras; la forma tan robótica en la que se había expresado con él.

Y eso tenía que cambiar.

Desde ese día, todas las mañanas le llevaba flores a la escuela, esperando ver su reacción. La invitaba al cine, a cenar en la cuidad, incluso a dar una vuelta por la calle en su auto, todo para que cambiara de parecer.

Pero Natasha no era como las otras chicas, ella sí que era obstinada. No importaba lo que Steve hiciera, ella simplemente no cambiaría su forma de ser.

Esa mañana, igual que las otras, se acerca a ella con un costoso ramo de flores y se lo entrega con una sonrisa.

—¿Otra vez?— cuestiona mirandolo—. No parece que te detendrás pronto— sonríe tomando el bouquet en sus manos y oliendo las flores.

—Quiero que no tengas duda de lo que siento por ti— se apoya de uno de los casilleros y la mira.

—¿Y qué es, exactamente? ¿Lo que sientes por mí?— cuestiona interesada, aún oliendo las flores.

Steve siente las orejas quemarle y sabe que está a punto de sonrojarse. Aquella mujer no tenía filtro.

Abre la boca para responderle pero ella ríe.

—Sigue intentando— cierra su casillero y deja el ramo en sus manos, marchándose con una sonrisa.

Golpea el metal con frustración. Ya aquello se había vuelto personal.

Que se joda Clint y su jodida apuesta. Él haría que Natasha Romanoff se enamorase de él cueste lo que cueste.



Lo que quedaba de la semana lo había pasado insinuándosele a Natasha, tratando de que cayera por él.

Como parte de una pequeña apuesta entre ellos—que él había ganado— Steve tenía que buscarla y llevarla a su casa todos los días y esto ciertamente molestaba a la chica.

—Ya es hora de irnos, princesa— le sonríe cuando la ve caminando por el pasillo.

—Te he dicho que no me digas así, no me gusta— reprocha sosteniendo sus libros en su pecho.

—Pero si eso es lo que eres— se ponde de pie frente a ella y se acerca a su rostro. La chica ni siquiera retrocede.

Al ver que no tuvo la reacción que esperaba se mueve a un lado y ambos continuan caminando hasta que el alto capitán del equipo de football aparece en la entrada.

—Nat— saluda con entusiasmo.

—Thor, que bueno verte— comienza a caminar hasta él pero se detiene y se vuelve a Steve—. Puedes esperar en el auto, voy enseguida— le sonríe y continua su camino.

Prácticamente lo estaba echando del lugar.

Con enojo salió por la puerta.

No mucho después la pelirroja se encontraba abriendo la puerta del pasajero en el auto de Steve.

—Pensé que te quedarías hablando— habla con frialdad iniciando el motor.

—¿Celoso?— ríe ella poniéndose el cinturón.

—¿En verdad esperas que te crea eso de que son amigos simplemente? He visto como lo miras.

—¿Estás enojado por eso o por que yo no te miro de esa manera a ti?

El castaño masculla.

—¿Por qué no tienes la confianza de decirle lo que en verdad pasa entre ustedes? Creí que era tu amigo.

—Por que el que lo seas no te da un pase instantáneo para saber sobre mi vida privada— dice con calma, tanta calma que Steve se estaba volviendo loco.

Steve respira profundo, tratando de calmarse.

—Si tanto te interesa, y te lo repito, él y yo somos solamente amigos. Lo hemos sido por un largo tiempo— lo mira con amabilidad y su enojo desvanece.

—¿Ha habido algo entre ustedes en el pasado?

La castaña vuelve la vista a la ventana.

—No. Sólo amigos— repite.

Y Steve Rogers había pasado tanto tiempo con ella que ya se daba cuenta cuando mentía.

—Hemos llegado, princesa— anuncia deteniéndose frente a su casa.

—Si me vuelves a llamar a si te golpearé.

—No podrías— niega con diversión él, viéndola con una sonrisa.

Comenzó a inclinarse sobre ella, como lo había hecho todos los días desde que se ofreció a llevarla, mientras que ella mantenía la mirada en sus ojos con una sonrisa tan grande como la de él.

Estando solo a unos tres centímetros de su rostro se dió cuenta de que ella no se apartaría, y que eso de molestarla no estaba funcionando.

—No te tengo miedo— niega todavía sonriendo, acercándose más—. Puedes seguir jugando todo el tiempo que quieras; yo nunca retrocederé— dice casi tocando sus labios.

Steve puede sentir sus palabras golpeándole, y como su aliento se sentía caliente. No podía creer cuán arriesgada era esa chica.

—Gracias por traerme, nos vemos luego— se despide abriendo la puerta y caminando a su casa.

Se reclina en el asiento y respira profundo.

Nada funcionaba con ella.

-One Shots 'Romanogers'+-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora