Capítulo 4

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Consciente de que no podía verlo, la observó atentamente. Estaba casi de espaldas a él, vestía un jean negro y borceguíes y una chaqueta de cuero del mismo color, por debajo de ésta se veía que tenía una camiseta de un tono rojo oscuro que le recordó a la sangre. También su atuendo y toda ella le hizo pensar en una de esas malas que salían en algunas películas o series, y donde siempre terminaban matando a más de uno. Sí, de lo más reconfortante. Intentó apartar esos pensamientos y centrarse en otra cosa.

La vio detenerse en frente de una de las tantas fotografías que había a ambos lados del pasillo, aquella donde él apenas tenía nueve y estaba en compañía de Jake, ambos sentados bajo el árbol del patio de su casa. En todas esas fotografías estaba él presente, por supuesto, si de su madre dependiera, habría cuadros con fotos suyas hasta en el cuarto de baño. Antes se encontraban casi todas en la sala, pero Lev la había convencido de sacarlas de allí y como consecuencia la mayoría acabó en ese pasillo. "El pasillo del orgullo Lev", como Jake solía decirle.

Anayra llevaba el cabello recogido en dos trenzas francesas hasta la mitad de la cabeza, donde éstas y el resto se unían en una coleta alta. Gracias a ello, Lev podía divisar con facilidad parte de su rostro, notó que hizo una mueca tras acercar un poco su cara a la imagen, luego con bastante prisa dirigió su vista hacia otra foto.

—¡Maldita sea! —exclamó en voz baja, aunque no lo suficiente para que Lev no la oyera—. De entre todas las casas de este vecindario tenía que venir a parar justo a la de este idiota...

—Y de toda la gente que podía mudarse a la casa de enfrente, justo tenía que llegar una familia con una hija loca y grosera —soltó Lev antes de darse cuenta, saliendo de su habitación. El respingo que dio al oír su voz y la cara de fastidio que puso al verlo le provocaron una sonrisa, la cual ni siquiera se molestó en disimular. Claro que la diversión no le duró mucho...

An avanzó un poco hacia él, caminando con esa seguridad tan avasallante que tenía y que ni parecía ser intencional, lo miró de aquella manera que había conseguido inquietarlo esa misma mañana. 

—¿Yo loca y grosera? Te recuerdo que el grosero fuiste tú esta mañana —le espetó.

Él intentó no sentirse amedrentado, o al menos que ella no lo notara. 

—¿Acaso te insulté? Creo que no. Tú, sin embargo, acabas de llamarme idiota, y en mi propia casa... Eso sí es grosero —dijo con calma, e inmediatamente se arrepintió al ver el brillo de ira que cruzó sus ojos. Se suponía que tenía que disculparse, y en lugar de eso estaba ganándose un lugar en la cama de algún hospital—. Pero supongo que estamos a mano —añadió de inmediato—, admito que no fui muy educado esta mañana, y en verdad lo siento.

An arqueó una ceja y lo observó en silencio por un segundo. El segundo más largo de la vida para él. 

—Bien —dijo como si nada, encogiéndose de hombros y dando la vuelta.

Lev caminó hasta quedar a su lado. 

—¿Eso significa que aceptas mis disculpas?

—Sí, pero ni creas que por eso me vas a caer mejor.

—Entiendo, ¿puedo hacerte una pregunta?

«No, no la hagas», le advirtió su conciencia, pero cuando la vio asentir, el impulso fue más fuerte.

—¿Hay algún problema con los baños de tu casa o...?

An se detuvo de golpe y clavó sus ojos en él. 

—Para que sepas, mi madre y Matt tenían tanta prisa por venir que ni me dieron tiempo de ir al baño, pero de haber sabido que vivías aquí, en lugar de usar el baño habría orinado frente a la puerta de tu habitación —dijo con rabia, y siguió caminando.

Alianza de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora