Kier bostezó una vez más al ver los primeros rayos de sol. Había cabalgado durante toda la noche sin parar ni una vez, pero al fin había llegado al sitio que su madre le había ordenado visitar primero. El segundo lugar al que tenía que ir era el portal, pero no tenía prisa. Los soldados de Deirdre estaban por todo Tzaikhar, ella podía comunicarse con ellos sin importar la distancia y cada uno le informaba cualquier cosa que ella necesitara saber. Eran como sus ojos y oídos, y ella, a su vez, era los ojos y oídos de Muirgheal. Y claro, la primer orden de su madre había sido que enviara a cuatro de sus soldados a vigilar el portal y, al resto, que se hallaban en las aldeas cercanas, que hicieran una revisión de cada hogar.
Antes de abandonar el castillo, Kier oyó a Deirdre decir que sus soldados no habían encontrado nada, y que los habitantes de las distintas aldeas no habían visto a nadie con las características de su hermano y Anayra. Pero si había alguien que podría haberlos visto, si es que no estaban muertos ya, entonces esa era la persona que habitaba aquella cabaña que Kier tenía frente a sus ojos.
Le hizo una seña a los demás para que se detuvieran, y desmontó. Llamó solo al comandante Duncan para que entrara con él, a los veinte soldados restantes les ordenó que se quedaran allí. Odiaba a esas cosas, sobre todo a los que aún eran cadáveres en descomposición. No entendía cómo Deirdre podía decir que aquellas criaturas eran como sus "hijos". Almas en pena habitando costales de huesos y carne podrida. Eso eran.
Llegó junto a la puerta de la cabaña y la abrió utilizando su magia. El lugar era pequeño, dividido en solo dos habitaciones, la más grande que era sala, comedor y cocina, y la otra más pequeña el dormitorio. No vio a nadie allí, por lo tanto le indicó a Duncan con un gesto de cabeza que entrara al dormitorio.
Oyó un grito de mujer, y segundos después Duncan salió sujetando a la bruja del brazo. La empujó delante de él y volvió al dormitorio a revisar. Por lo visto, Leyre ya estaba despierta antes de que llegaran y estaba preparándose para comenzar el día. Esperó a que acabara de atar el corpiño de su vestido y entonces preguntó:
—¿Dónde están?
Ella lo miró con odio.
—No lo sé.
—No hay nadie ahí dentro, mi príncipe —informó Duncan, regresando del dormitorio.
—De acuerdo, ahora date una vuelta por las aldeas cercanas y vuelve a hacer una revisión, llévate a todos los que están afuera. Solo deja a uno de ellos aquí.
—Su majestad ordenó que no me alejara de usted, no...
—Y yo te acabo de dar otra orden. Para eso fuiste creado, para cumplir órdenes, y mi madre no está aquí, así que las órdenes las doy yo —dijo Kier, elevando un poco su tono de voz, pero manteniendo una fría calma.
Duncan tardó un poco en obedecer, pero al final salió y cerró la puerta tras él. Cuando oyó el suave golpeteo de los cascos de los caballos, Kier volvió a poner su atención en la mujer.
—¿De verdad no lo sabes? ¿No tienes idea de dónde están mi hermano y... ella?
—Ya te he dicho que no lo sé —dijo Leyre.
—Y quiero creer que dices la verdad, porque ya sabes lo que pasaría si mi madre se enterara de que has ocultado algo como esto... Y ¿sabes que si estás mintiendo ella lo sabrá, verdad? —Caminó por la estancia con lentitud, observándolo todo—. Tiene sus formas de sacarle la verdad a los traidores, y no son formas para nada agradables —añadió. Su mirada se posó en la pila de cuencos sobre la mesa—. Uno, dos, tres, cuatro... Cuatro cuencos sin lavar, ¿has tenido invitados? ¿O comes mucho y te gusta usar un cuenco limpio para cada ración? —preguntó con burla, girándose hacia ella. La observó de la cabeza a los pies, hizo una mueca y negó—. No, no lo creo, estás demasiado delgada para ser alguien que come tanto, así que habla. ¿Dónde están?
Leyre no contestó.
—Vamos, responde —ordenó él, intentando no perder la calma—. ¿O quieres que llame al soldado que está afuera y que te lleve ante mi madre? ¿Eso quieres? —Hubo más silencio—. Así será entonces. —Caminó hasta la entrada y apoyó su mano sobre la manilla de la puerta.
—¡Ya se han ido! —exclamó Leyre con desesperación.
Kier sonrió de lado, sabía que mencionar a su madre haría hablar a la bruja. Giró nuevamente hacia ella, pero sin apartar la mano de la manilla.
—¿Entonces no regresó ella sola? ¿Él también está aquí? —interrogó con interés. Hasta el momento no tenía prueba alguna de que su hermano también hubiera regresado, solo era una suposición suya y de su madre.
Leyre asintió.
—¿Hace cuánto tiempo se marcharon?
—Poco antes de que ustedes llegaran...
—¿Y qué les has dicho?
—La verdad —aseguró ella con expresión apesadumbrada—, que si se quedan aquí acabarán muertos.
—Bien, mejor así. Que sepan lo que les espera. Ah, y una cosa más antes de irme. —Apuntó hacia la pila de cuencos—. ¿Por qué son cuatro? ¿Vino alguien más con ellos? ¿Quién?
Leyre dudó antes de responder.
—Dos humanos... —murmuró—. Un chico y una chica.
Tras oír esto, Kier se dio la vuelta, abrió la puerta y salió.
—¿Irás tras ellos? —preguntó ella.
Él se detuvo y miró sobre su hombro, pero no contestó.
—Por favor, son tu familia... —comenzó a suplicarle, pero Kier cerró la puerta y se fue. Odiaba las súplicas.
Llegó junto a su caballo y observó al soldado que Duncan le había dejado con asco. Era una pila de carne podrida, con un hueco en el lugar donde debía tener la nariz, y la piel de la mejilla colgándole a un lado. Kier resopló, molesto.
—Tú, vete con Duncan —le ordenó, y por suerte él obedeció de inmediato. No quería tener a los espías de Deirdre cerca, y mucho menos a los que despedían tanto olor a muerte.
Kier se subió a su caballo y echó a andar en dirección al portal. A poca distancia de la cabaña, se desvió del sendero hacia la derecha, metiéndose entre los árboles. Se detuvo junto a uno que tenía un tronco lo suficientemente grande como para mantener oculto a su caballo, y se bajó de él.
—Vas a tener que quedarte aquí un buen rato, amigo —le dijo mientras lo ataba.
Luego de asegurarse que el caballo estaba bien sujeto y no escaparía, caminó hacia el sendero otra vez. Se detuvo junto a otro árbol, se dejó caer y apoyó su espalda en él. Desde allí tenía una vista perfecta de la cabaña, y solo tenía que hacerse invisible y esperar que su magia no se agotara tan rápido. Tenía que aguantar hasta que su hermano y los demás salieran de allí, porque sabía que todavía se encontraban ahí adentro.
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Alianza de sangre
FantasyDiez años atrás, ellos fueron enviados al mundo humano, donde estarían a salvo. Los recuerdos de todo lo vivido en su mundo fueron escondidos para que ambos pudieran llevar una vida normal. En ese entonces, Anayra y Lev eran solo unos pequeños, uni...