Capítulo 30

1.8K 286 80
                                    

Caminaba con sigilo por el pasillo central, el cual era apenas iluminado por las antorchas colgadas en la pared, y a medida que se acercaba al último tramo de celdas los gritos eran más audibles. Allí se encontraban su madre y Deirdre. Al llegar a la puerta se detuvo. Los gritos habían cesado para dar lugar a la voz de su madre.

—¡Habla! ¡¿Quién más vino con ella?! —exigió saber Muirgheal.

—Ya te lo dije... —respondió Leyre con dificultad—, solo otra joven... que dijo... dijo ser su hermana...

—¡Sí, sí! ¡Eso ya me lo has dicho! ¡¿Pero qué hay de él?! —volvió a vociferar su madre.

Kier se acercó más a la puerta, apoyando una oreja contra el frío metal.

—Él no vino... No lo vi, solo a ella.

Tras su respuesta, Muirgheal comenzó a soltar improperios, Kier incluso oyó algo estrellarse contra el muro. Se le había acabado la paciencia, lo que significaba que tal vez daría por finalizado el interrogatorio por ese día, o que la mataría en un arrebato de rabia. Él deseó que fuera lo segundo.

—Vamos, Deirdre. Volveremos mañana, y entonces hablarás... Sé que lo harás. La lealtad a estas idiotas no te durará mucho cuando esté por amputarte más que un dedo.

Kier oyó el ruido de la puerta de la celda, y luego pasos. Se alejó un poco, haciéndose invisible. Deirdre abrió la puerta y la sostuvo para que Muirgheal pasara, cuando ambas salieron se apresuró a entrar antes de que se cerrara. Esperó unos minutos hasta que estuvo seguro de que ya se habían marchado, caminó hacia el final del pequeño pasillo que dividía las celdas, y se hizo visible al quedar frente a la de Leyre. La mujer estaba recostada contra la pared, descalza, y se había arrancado una manga del camisón, lleno de manchas de tierra y sangre, para cubrirse uno de los pies. El día anterior, su madre le había cortado el dedo pequeño del pie derecho, así que al ver la tela que presionaba contra ella tiñéndose de rojo, supuso que había sufrido la perdida de otro. También notó que tenía varios cortes en los brazos y otro en la mejilla.

—¿Cuánto más crees poder aguantar antes de decir la verdad? —le preguntó Kier, en su voz no había ni pizca de compasión—. Ayer les dijiste que Anayra había venido sola, hoy hablaste sobre la otra chica que vino con ella... ¿Mañana qué?

—Déjala hablar...

Kier tuvo que girar al oír la voz proveniente de la celda que tenía a sus espaldas. Yvaine y su tía Arleth estaban pegadas a los barrotes, con los ojos fijos en él. Las dos compartían la misma celda, y a diferencia de todas las demás, la suya tenía colchones, de manera que no tenían que dormir en el suelo. Esa era la única comodidad que les había ofrecido su madre, además de permitirles asearse a veces, como cuando se encontraba demasiado feliz. Sin embargo, Kier enviaba a una criada cada semana para que pudieran asearse, y él mismo se encargaba de llevarles ropa nueva cada cierto tiempo. Era su modo de disculparse por el error que había cometido, y también de agradecerles el cuidado y cariño que ambas le habían brindado en esos años que estuvo sin su madre.

—Por favor, deja que hable, si no dice la verdad, Muirgheal acabará matándola —volvió a decir Yvaine.

—Y si dice la verdad matará a Lev, ¿eso quieres? —repuso él en mal tono—. ¡Son las dos unas inútiles! Se suponía que no debían regresar, eso dijeron, y también se suponía que habías borrado sus recuerdos, ¿tan mal funciona tu magia? —preguntó, dirigiéndose a su tía.

Ella apoyó la frente sobre un barrote y dejó escapar un suspiro.

—Nuestro plan era bueno, no entiendo qué fue lo que salió mal...

—Si no lo saben ustedes, yo menos —dijo Kier—. Lo único que sé es que de no ser por mí ahora mi hermano y esa salvaje estarían muertos.

Su tía Arleth levantó el rostro, y su mirada se tornó recriminatoria.

—No la llames así, ella también es tu...

—¡Cállate! —ordenó Kier, intentando no alzar la voz.

—¿Los ayudarás otra vez si regresan? —intervino Yvaine.

—Haré todo lo posible por salvar a mi hermano —aseguró—, pero ella...

—Por favor —suplicó su tía.

Kier hizo una mueca y sacudió la cabeza.

—Ya la salvé una vez dejando que se fuera en lugar de atraparla y entregársela a mi madre. Sabe que si regresa morirá, así que si vuelve ya no es problema mío.

—Lo es —dijo Leyre, captando la atención de los tres—. Lev y Anayra están unidos como tu madre y ellas —explicó, y sus palabras tuvieron en Kier el mismo efecto que habría tenido un puñetazo en el rostro—. Si dejas que la mate, también morirá él.

Poco a poco, el asombro se fue desvaneciendo para dar paso a la ira. Kier apretó los dientes hasta hacerlos rechinar, se giró hacia el muro y descargó un puñetazo sobre la piedra, provocando que se resquebrajara.

—¡Ese maldito imbécil! —gruñó, dándole otro golpe a la pared—. ¡¿En qué mierdas estaba pensando cuando hizo eso?! ¡Sabía que debería haberme esforzado más en mantenerlo alejado de ella! ¡Lo sabía! —exclamó, regañándose a sí mismo.

—Kier... —lo llamó Arleth, pero él le ordenó callarse con un movimiento de su mano.

—No, cállate. No quiero oírte, ni a ti ni a nadie. —Se dio la vuelta para acercarse a la celda de Leyre, y abrió la puerta con ayuda de su magia. Se suponía que nadie, además de su madre, era capaz de utilizar magia ahí abajo, pero él era el único que lo tenía permitido.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Leyre con un ligero temblor en la voz.

—¿De verdad necesitas la respuesta? —Al oírlo, la bruja pelirroja se pegó más a la pared, como si de ese modo pudiera traspasarla para salir de allí. Kier se detuvo y se acuclilló frente a ella—. Sabes demasiado... No puedo dejar que se lo cuentes a mi madre. Lo siento.

Antes de que Leyre pudiera decir o hacer algo, Kier le arrebató el trozo de tela que había estado usando para cubrirse el pie, y le tapó la boca y la nariz con él. Le sujetó las muñecas con la mano libre, pero ella comenzó a mover las piernas con frenesí en un vano intento por patearlo. Aún después de haberle colocado una rodilla encima de las piernas para mantenerla quieta, ella seguía retorciéndose.

Tanto Yvaine como su tía Arleth le suplicaban que la dejara, que no hiciera eso, pero él las ignoró. Las ignoró del mismo modo que ignoró las lágrimas silenciosas que escapaban de los ojos de Leyre, y las ignoró hasta que el brillo en ellos se apagó y su cuerpo dejó de moverse.

Se separó de ella, tiró el sucio trapo a un lado y le cerró los ojos. Luego la acostó sobre el suelo, y salió de la celda. Cuando volteó a ver a Yvaine y a su tía, las encontró con los ojos húmedos y una expresión de horror en sus rostros.

Suspiró. No las entendía. Querían que evitara la muerte de su hermano y de la salvaje, pero al mismo tiempo también querían que Leyre viviera. Eso no era posible de ninguna manera. Si esa bruja seguía viva, tarde o temprano acabaría contándole todo a su madre. Muirgheal solo tenía la sospecha de que Lev también había vuelto, pero no estaba segura, y mientras no lo estuviera, las probabilidades que su hermano tenía de sobrevivir eran más altas.

Pensó en explicarles eso a las dos mujeres, pero al final no lo hizo. Sería en vano, seguirían pensando que había actuado mal, que había cometido otro error. Pero para Kier eso no era un error, sabía que había hecho lo correcto. Cualquier cosa que fuera hecha por el bien de su familia, era lo correcto. 

Alianza de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora