Diez años atrás, ellos fueron enviados al mundo humano, donde estarían a salvo. Los recuerdos de todo lo vivido en su mundo fueron escondidos para que ambos pudieran llevar una vida normal.
En ese entonces, Anayra y Lev eran solo unos pequeños, uni...
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Cuando terminó de trepar al techo del porche y se plantó frente a la ventana, Lev habló en su mente para saber si se encontraba bien, puesto que ella no le había dicho ni una sola palabra luego de que él respondiera. Volvió a ignorarlo, e intentó abrir la ventana, que a diferencia de lo que había creído, no tenía el seguro puesto.
La habitación estaba casi en penumbras, solo la lámpara de la mesita de noche estaba encendida, y An no pudo evitar sonreír al verlo. Lev estaba acostado en la cama con la espalda apoyada en la pared, cubierto solo hasta la cintura de manera que quedaba a la vista su torso desnudo, en el cual los ojos de An se perdieron por unos segundos. Sostenía un libro en sus manos, y al verla ahí de pie junto a la ventana, la miró extrañado primero, pero luego le sonrió.
—Si fuera alguien que viene a matarte ya llevarías más de un minuto muerto —comentó a modo de regaño, intentando ignorar aquella condenada sonrisa—. Tienes reflejos de abuelita.
—¿Caminaste todos esos metros en plena noche y con este frío solo para insultar mis reflejos?
An soltó un bufido mientras cerraba la ventana.
—Vivo aquí enfrente, no son tantos metros, y ni hace tanto frío. —Se giró hacia Lev, y lo vio estirar la mano hacia la silla del escritorio, la camiseta que estaba ahí voló hasta él—. Y no, no vine a insultarte.
—¿Entonces? ¿Sucedió algo? —preguntó, terminando de ponerse la camiseta, y dejando el libro sobre la mesa de noche.
Ella se dejó caer en la silla y estiró las piernas. Había ido a verlo, solo eso, pero ni loca pensaba decírselo.
—No puedo dormir —contestó al final, con la mirada fija en el techo. Cuanto menos lo mirara, más fácil le resultaba controlar lo que sentía.
La respuesta de Lev no llegó de inmediato, sino casi un minuto más tarde, y entonces An tuvo que apartar la mirada del techo para dirigirla hacia él, que seguía acostado en su cama.
—¿Qué? —preguntó, con la esperanza de que sus oídos le hubieran jugado una mala pasada.
—Que si quieres puedes dormir aquí... —repitió—. Me refiero a que tú duermas en mi cama, y yo en el sofá...
An bajó la mirada y sacudió la cabeza. ¿Por qué tenía que ofrecerle precisamente eso? No se lo estaba poniendo fácil, y su autocontrol era casi inexistente en todos los ámbitos. Y Lev no era la excepción, ya le había quedado claro el día anterior cuando estuvo en su baño. Además, el hecho de que se pusiera nervioso al hablarle solo le generaba más deseos de provocarlo. Le encantaba verlo como un animalito inocente e inofensivo, perfecto para ser el blanco de cualquier depredador, aunque disfrutaba muchísimo más cuando dejaba de controlar sus impulsos y se dejaba guiar por su verdadera esencia, que An intuía era igual de salvaje que la de ella. En esos momentos, Lev era más que capaz de ser el depredador en vez de la presa.