La cabaña de Leyre estaba ubicada a un lado del sendero, motivo por el que no les costó mucho dar con ella, además de que era la única en medio de aquel bosque. Cuando llegaron, luego de lo que a él le pareció casi una hora, ya era de noche y la luna y las estrellas brillaban sobre sus cabezas.
Al ver la edificación de madera, con los postigos de la ventana delantera cerrados y una lámpara colgando junto a la puerta, Lev sintió que era más pequeña de lo que recordaba. Aunque sabía bien que eso era solo porque ya no era un niño, y ya no veía los lugares con la percepción de uno, como si todo a su alrededor fuera demasiado gigante. La verdad era que se trataba de una cabaña lo suficientemente grande para ella, ya que vivía sola.
Él se acercó a la puerta y tocó dos veces. Pasado un minuto se oyeron pisadas del otro lado y una voz de mujer preguntó quién era y qué buscaba. Lev le hizo una seña con la cabeza a An para que fuera ella quien contestara. "Tal vez si oye que se trata de una mujer abra la puerta sin hacer tantas preguntas", le explicó. Tenía miedo de que si decían quiénes eran en realidad Leyre no los dejara pasar.
—¿Hay alguien ahí? —volvió a preguntar ella, puesto que nadie le respondía.
—Sí, lo siento, es que yo... me perdí, y no sé dónde... —An guardó silencio al oír más ruidos del otro lado antes de que la puerta se abriera.
Una mujer que aparentaba más de treinta años apareció ante ellos, tenía el cabello largo y rojizo, e iba vestida con un camisón holgado de color beige que le llegaba hasta los tobillos. Llevaba una lámpara en la mano. Los observó detenidamente a él y a An, y, poco a poco, su rostro se fue poniendo pálido. Se quedó en silencio, tan quieta como una estatua. Lev no supo si debían decir algo o mantenerse callados, pero de repente Leyre parpadeó varias veces y pareció salir del trance. Abrió la puerta de par en par y se hizo a un lado.
—¡Entren, deprisa! —les dijo haciendo gestos con las manos.
Lev fue el primero en pasar. La cabaña se hallaba a oscuras, así que se mantuvo quieto para no chocar contra nada. Leyre cerró la puerta con llave cuando todos entraron y entonces comenzó a encender las velas que había desperdigadas por toda la estancia. Mientras lo hacía iba diciendo cosas en un tono casi inaudible, como si pensara en voz alta sin darse cuenta. No estaba seguro si los demás llegaron a oírla, pero él sí lo hizo. Había dicho: "Ustedes no deberían estar aquí. No deberían estar juntos".
—¿Qué? ¿Por qué no? —preguntó rápidamente. Leyre se sobresaltó al oír su voz, pero no se giró hacia ellos y tampoco respondió. Solo se arrodilló junto a la chimenea para encenderla.
—Sabes quiénes somos, ¿cierto? —inquirió An.
Leyre los miró por encima de su hombro y asintió.
—Claro que lo sé... Tú eres idéntica a tu madre, y tú a tu padre. Por un momento creí que sufría de alucinaciones —dijo, poniéndose de pie y acercándose a ellos. Les hizo un gesto con la mano, invitándolos a sentarse.
Junto a la chimenea, ubicada del lado izquierdo de la cabaña, había dos sillones grandes de madera en los que cabían al menos dos personas por cada uno, en medio de ellos había una mesa pequeña y rústica. Todos permanecieron inmóviles junto a la puerta, mirándose entre sí. Pese a estar cansado, Lev no quería sentarse, lo único que quería era una respuesta a su pregunta.
—Dime, ¿por qué has dicho eso?, ¿por qué no deberíamos estar aquí y juntos? —exigió saber.
—Vamos, siéntense... —repuso Leyre, y haciendo oídos sordos a sus preguntas continuó—: Deben estar cansados, y también hambrientos, puedo prepararles algo de comer si así lo desean...

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Alianza de sangre
FantasíaDiez años atrás, ellos fueron enviados al mundo humano, donde estarían a salvo. Los recuerdos de todo lo vivido en su mundo fueron escondidos para que ambos pudieran llevar una vida normal. En ese entonces, Anayra y Lev eran solo unos pequeños, uni...