An se sacudió la mano del muerto del hombro con un movimiento brusco, y se dio la vuelta sin vacilar, llevándose la mano a la empuñadura de la espada. Apenas rozar su arma, sus dedos comenzaron a adormecerse. Primero se miró la mano, confundida, y luego miró a Lev, que acababa de llegar a su lado.
"Volverás a sentir tu mano en cuanto hagas lo que él te pidió. Nada de peleas aquí", sentenció en su mente.
An estuvo a punto de utilizar su mano izquierda, que aun parecía conservar su movilidad, para abofetearlo por atreverse a hacer tal cosa. Sin embargo, el soldado de pie frente a ellos comenzó a emitir unos gruñidos extraños. Había cerrado sus párpados con fuerza y sacudía la cabeza de un lado a otro, como si algo dentro le molestara.
Lev la sujetó del brazo y la hizo retroceder junto con él, la posadera, que ya se encontraba a más de dos metros de distancia, se alejó aún más. Una mujer, que justo salía de la puerta que había detrás de la barra, se detuvo de golpe bajo el umbral, mirando la escena con unos ojos tan grandes como huevos.
"¿Qué le estás haciendo?", preguntó An, observando cómo el cuerpo entero del muerto temblaba y se retorcía a causa de los fuertes espasmos.
"Nada, lo juro. No soy yo".
El soldado abrió los ojos, que se habían transformado en dos negras y opacas esferas sin un atisbo de blanco, y miró por encima del hombro de An.
—¡Noooo! —gritó con desesperación, como una súplica. Entre convulsiones, cayó de rodillas, y su grito se convirtió en un espantoso y agudo chillido que a poco estuvo de romperle los tímpanos, incluso cuando An, al igual que todos los presentes, se había cubierto los oídos. Cuando el ruido se detuvo, de su boca salió una delgada voluta de humo negro, que se elevó, tomando una forma circular, hasta traspasar el techo y desaparecer de la vista de todos. El soldado cayó hacia adelante, inerte, y su cabeza le golpeó la punta de la bota.
Al cabo de un minuto, tras esperar y ver que el muerto no volvería a levantarse, la posadera apartó la vista de él para fijarla en ellos.
—Ustedes hicieron eso —dijo en tono acusador—, así que tendrán que sacarlo de aquí, y si alguien viene a preguntar por esta cosa... —Apuntó al cadáver con la mano mientras le daba una mirada de repulsión—, diré que fueron ustedes. No quiero tener problemas con la reina y sus soldados por culpa de un par de forasteros. Saquen a esta cosa y busquen otro lugar donde pasar la noche —añadió, yendo a abrir la puerta—. Aquí ya no son bienvenidos.
—¿Nos devolverá el dinero? —preguntó An, y la señora apretó los labios, en su mirada ya no había tanta determinación como segundos antes—. ¡Perfecto! ¡Somos bienvenidos otra vez!
—Si alguien viene a reclamar por ese...
—Sí, sí, les dirá que fuimos nosotros, y está bien, puede hacerlo —le dijo An con un tono despreocupado. Rodeó el cadáver, se agachó para sujetarlo por un pie, y comenzó a arrastrarlo por el suelo hacia la puerta, con tanta facilidad que en lugar de un cuerpo parecía estar tirando de una sábana. Se detuvo junto a la posadera, que retrocedió al pasar ella con el muerto, y con voz queda y fría, añadió—: pero si lo hace y nos mete en líos, entonces los problemas que pueda tener con la reina no serán nada comparados a lo que yo le haré. La cortaré en...
—No le haga caso, solo bromea —le dijo Lev, que acababa de llegar a su lado—. Pero si evita comentarle a alguien más sobre todo esto que ha ocurrido... —Sacó otras tres relucientes monedas de oro y se las tendió con una sonrisa—, le estaríamos muy agradecidos.
La posadera tomó las monedas con una sonrisa codiciosa, asintió, y se dirigió a la barra tras darle a ella una fugaz mirada de desprecio. Conteniendo la rabia, An salió fuera a dejar el cadáver. Lev la siguió.
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Alianza de sangre
FantasyDiez años atrás, ellos fueron enviados al mundo humano, donde estarían a salvo. Los recuerdos de todo lo vivido en su mundo fueron escondidos para que ambos pudieran llevar una vida normal. En ese entonces, Anayra y Lev eran solo unos pequeños, uni...