Debió haberse esforzado más. Debió pedirle que lo dejara ir con él, incluso contarle la verdad sobre Anayra, así tal vez habría comprendido que estaría a salvo y que no debía preocuparse por ella, sino por él mismo.
—Gwiny, ven a sentarte, toma un poco de agua así...
—¡No me llames así! ¡Y no quiero agua!
Kier miró en su dirección. No había pasado mucho tiempo desde que su hermano, Anayra, y el idiota rubio se habían ido, pero en el transcurso de esos pocos minutos, Gwen se había mostrado muy inquieta, casi no se apartaba de la puerta, y de a ratos le lanzaba miradas de odio al pelirrojo, aun cuando él estaba en silencio. Kier habría intentado convencerla de que lo liberara, según Lev, solo ella podía hacerlo, pero se la veía tan frágil, como si cualquier palabra fuera a provocarle el llanto, que prefirió no molestarla.
Recostó la cabeza contra la pared, y cerró los ojos. Estaba exhausto, tanto físico como mentalmente. A lo largo del día había recibido golpes de dos personas distintas, había sido arrojado por una ventana de un edificio de cuatro pisos, luego lo raptaron, lo maniataron, y apenas había comido. Así no era como había planeado las cosas. Vaya día de mierda. Lo único bueno que podía sacar de todo aquello era el hecho de que el desgraciado de Harvey estaba muerto. Sin embargo, no podía alegrarse por eso realmente, no cuando sentía una opresión en el pecho al pensar en su hermano.
De repente, oyó un gemido ahogado, que lo obligó a abrir los ojos. Era ella, Gwen. Seguía junto a la puerta, tenía la mirada como perdida y el rostro ceniciento. El pelirrojo llegó a su lado en dos zancadas.
—¿Qué pasa?
—Las almas, los muertos, son muchos... —Se dio la vuelta, e intentó sacar la piedra que sobresalía, pero el pelirrojo la detuvo—. ¡Tengo que salir! ¡Francis, por favor!
—¡No, no puedes! Nada de interferir, lo sabes, y aunque fuera posible, no podrías hacer nada contra tantos. En la posada casi te desmayas, y solo era uno.
Sus hermosos ojos volvieron a llenarse de lágrimas, y la barbilla le temblaba. Mientras la observaba, ella dirigió su mirada hacia él, y su semblante se iluminó por un segundo, como si acabara de tener una idea.
—¡Puedo dejarlo ir! Dijeron que yo no podía interferir, pero él puede hacerlo. —Kier no entendía muy bien de qué hablaban esos dos, pero al oírla se incorporó de un salto—. Puede ir a ayudarlos y traerlos aquí de regreso, evitar que...
—¡No! —exclamó Francis, agarrándola por los hombros—. Si haces eso estarías interfiriendo de todos modos, no puedes hacer nada, Gwen. Solo lo que tu padre te ha pedido, y nada más. —El pelirrojo clavó su mirada en él—. ¡Y tú vuelve a sentarte! No irás a ninguna parte.
Kier lo ignoró, y se dirigió a Gwen. Algo de lo que había dicho aún le daba vueltas en la cabeza.
—¿Qué es eso sobre los muertos? ¿Por qué dices que son muchos?
Ella lo miró de reojo con los labios apretados, parecía estar intentando controlar su llanto, pero no le contestó. Apartó la mirada, se dejó caer allí donde estaba, cerca de la puerta, apoyó los brazos sobre sus rodillas y hundió la cara en ellos. Kier suspiró frustrado, necesitaba una respuesta, pero si ella no estaba dispuesta a hablar, seguro que el pelirrojo Francis tampoco. Volvió a sentarse, y se golpeó la cabeza contra la pared a propósito.
Kier miraba hacia la puerta cada cinco segundos, pero los minutos pasaban, llevándose la poca paciencia que le quedaba, y su hermano no aparecía. Tendrían que haber regresado hacía tiempo. Todo estaba mal, y para empeorar las cosas, los sollozos de Gwen parecían hacerse más fuertes e incontrolables a cada minuto, poniéndolo todavía más nervioso.
Finalmente, Francis se acercó hasta ella y le dijo algo que él no consiguió oír bien. Los sollozos se interrumpieron, y ella alzó la cabeza.
—¿Qué? ¿Ahora? ¿Por qué ahora?
—No lo sé, solo sigo órdenes y eso es lo que me acaba de decir él.
Ella lo observó con los ojos entrecerrados.
—Gwen, solo hazlo, por favor.
—¿De qué sirve que lo suelte ahora, eh? No quiero.
Kier se enderezó, y se inclinó un poco hacia adelante.
—¿Van a soltarme?
—Sí —fue la seca respuesta del pelirrojo—. Gwen, por favor.
—¡No lo haré! ¡Ya es tarde! ¡No puede ayudar a nadie!
Kier se levantó, y fue a arrodillarse delante de ella.
—Si me sueltas, te prometo que traeré de regreso a tu hermana, la tendrás aquí sana y salva. Por favor, déjame ir —le suplicó sin rodeos.
—No es An la que me preocupa... —susurró ella, y, aunque no la oyó decirlo, a Kier le bastó con mirarla a los ojos para comprender con terror que quien le preocupaba era Lev.
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Alianza de sangre
FantasyDiez años atrás, ellos fueron enviados al mundo humano, donde estarían a salvo. Los recuerdos de todo lo vivido en su mundo fueron escondidos para que ambos pudieran llevar una vida normal. En ese entonces, Anayra y Lev eran solo unos pequeños, uni...