[2] Desastres por doquier

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—¡Lo siento, lo siento! —dije, entrando en la dirección de la escuela de Dominic—

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—¡Lo siento, lo siento! —dije, entrando en la dirección de la escuela de Dominic—. Tuve un problemita...

La reunión se había demorado cuarenta minutos, en los que Oliver se esmeró hablando sobre las reglas de trabajo, y de cómo iban a ser de ahora en adelante. Ah, también se dedicó a fulminarme con la mirada cada vez que se le diera la oportunidad.

—Señorita Marshall, la hemos citado por la mala conducta de su hermano..., otra vez —dijo la directora, ignorando mis disculpas—. Las cámaras captaron cómo Dominic se escapaba del colegio junto a María García.

Miré a mi hermano y a la tal María, quienes estaban sentados en las sillas de espera de afuera.

—¿Y cómo los encontraron? —pregunté.

—El rector los persiguió por la cuidad corriendo... ahora está en el hospital por un ataque de asma.

Atraganté una risa. El rector era el mismo que había tenido yo hace unos años. El anciano nunca se jubilaba.

—Ahg, ese anciano odioso... —abrí los ojos como platos—. ¿Lo dije en voz alta? Ya, olvídelo. ¿Cuál es su castigo?

—Está suspendido por tres días —dijo la dire, mirándome algo raro por mi comentario sobre el rector.

* * *

—¡¿En qué mierda estabas pensando?!

—En las tetas de María —responde mi hermano, con la mirada perdida por la ventanilla del taxi. A ninguno nos importó la mirada confundida del taxista.

—No tienes idea de la situación en la que me pusiste en el trabajo, ¡y todo por las putísimas tetas de María! —lo regaño. Él no contesta—. ¡Hasta hiciste que el rector le diera asma! Bueno, eso fue genial... ¡digo, no! fue muy egoísta de tu parte.

Me refregué la cara, y suspiré.

—Debes dejar de ser tan irresponsable.

Pero bien sabía yo que mi hermano odiaba esa palabra. Era la palabra favorita de mamá a la hora de regañarlo.

—Ahg —gruñó él, echando la cabeza hacia atrás.

—No vengas a gruñir ahora. ¿Querías las tetas de María? Pues, ahora te sufres las consecuencias. Tu castigo será...

—¿Castigo? ¡Pero si ya tengo el castigo que me dejó la escuela! —me interrumpió, quejándose.

—Faltar al colegio por tres días es más bueno que malo. No es suficiente —dije, negando con la cabeza—. No tienes idea del desastre que me hiciste pasar en el trabajo. Ahora mis jefes no me tomarán en serio jamás.

—¿Tus jefes?

—Los hijos del señor Hudson asumieron de jefes.

—¿Por fin se murió el anciano Hudson? Ya iba siendo hora, estaba bien viejo.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora