[47] Confía en mí

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El líquido asqueroso pasa por mi garganta, y emito un gruñido de desagrado.

—¿Por qué los remedios tienen que ser tan feos? ¿Por qué no pueden saber, no sé, a dulce de leche? —me quejo, después de tomar agua del vaso que la enfermera me facilitó.

—Cada día estás un poco mejor, Louisa —informa la enfermera, mirando unos papeles en sus manos—. Tu esguince en la mano izquierda ya está casi curado, lo único que viene mal es tu pie.

Había pasado una semana desde el accidente, y por suerte no sólo mi cuerpo comenzaba a sentirse mejor. Yo me sentía un poco más animada que en los 7 días anteriores, por el único hecho de que ya no sentía tanto dolor como antes. Si bien odiaba estar encerrada, los medicamentos y la fea comida de hospital, lo único que me daban esperanzas eran mis lentas mejoras.

Lindsey había quedado en almorzar conmigo hoy, en el hospital. Por suerte, ella y Derek venían aquí demasiado seguido, al igual que  Dominic y de vez en cuando Oliver, así que casi nunca estaba sola. Y cuando sí, tenía todos los libros que Oliver me había regalado para hacerme compañía.

—Vístete, muchacha —dice Linds, media hora después, cuando entra por la puerta de mi habitación de hospital.

—¿Vestirme? ¿Para qué, si vamos a comer aquí? —digo, mirando mi piyama de Mickey Mouse.

Había insistido a la enfermera Sanchez en que me dejara usar mi propia ropa, que la bata de hospital era en extremo incomoda por el hecho de que dejaba la parte de mi trasero al descubierto, para que cada vez que saliera de mi cama todo el mundo se fijara en mis lindos calzones de Bob Esponja.

—Toma esas muletas que nos vamos a comer a otro lado —añade, acercándose a los aparatos que me permitían caminar con estabilidad de mi cama hacia el baño y del baño a la cama—. Escucha, debe ser aburridísimo haber estado encerrada aquí durante una semana... así que le pedí permiso a tu médica para que me dejara sacarte e ir a comer a un lugar cercano. Me dijo que sería genial, porque debes comenzar a practicar con las muletas para recobrar fuerzas.

Giro los ojos, pero sonrío agradecida. También creo que me hará bien salir.

Me visto, con cuidado a la hora de pasar mis jeans por el yeso de mi pie, y tomo las muletas. Salimos de la habitación las dos juntas. 

Atravesamos el hospital hasta la salida, lo cual me toma bastante tiempo —las muletas no son tan fáciles de manejar como había pensado—. Caminamos media cuadra hasta llegar al sitio que Linds tenía pensado. Un lindo café con platos gourmet, y una oferta 2x1 en sándwich de pollo.

Nos sentamos, y enseguida Linds se pone a discutir con un lindo mesero sobre los menúes del día. Mi cerebro está tan desorientado que enseguida pierdo el hilo de su conversación. Comienzo a pensar sobre mi pié, en cuanto tiempo sanará y demás, hasta que un nombre que llevaba un par de horas sin aparecer, regresa a mi mente.

Claudia.

Aún no me atrevía a contarle a Oliver sobre lo que había visto, sobre lo que estaba cien por ciento segura de haber visto. ¿Me creerían? ¿La despedirían de la librería? Un nudo se instala en mi estómago. Si ella se quedara sin trabajo no podría cuidar a su niño pequeño, el inocente Tim, ni pagar su departamento, y me sentiría tan culpable... ¿Por qué todo tiene que ser tan complicado?

—¿Y bien, Lou? ¿Vamos con el dos por uno en sándwiches? —me interrumpe Linds.

La miro desorientada, primero a ella y luego al camarero que está listo para anotar los pedidos.

—Claro, adelante.

Cuando el camarero se va, sin antes dirigirle una sonrisa a mi amiga, Linds se vuelve hacia mi.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora