[44] Vuela

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Cierro los ojos, e inhalo profundo. Saboreo el olor delicioso, y exhalo un suspiro de placer. Definitivamente mi olor favorito. 

—¡Louisa! ¿Lou, dónde estás? —Oigo la voz de Oliver, entre las altas estanterías del segundo piso.

De inmediato, me pongo de pié. Él aparece en una esquina. 

—¿De nuevo olías los libros nuevos? —inquiere, poniendo los brazos en jarras.

—Pff, no... Sólo pasaba las páginas cerca de mi cara para ver si la numeración estaba bien... —miento, desviando la mirada—. Te sorprendería la cantidad de veces que los editores se confunden con la paginación de los libros...

—Sí..., claro —dice él. Por suerte deja el tema de lado—. ¿Quieres acompañarme, por favor? Acaban de llegar las nuevas entregas y no puedo mover todas las cajas al depósito solo.

Bajamos las escaleras juntos. Ha pasado ya más de una semana de nuestro viaje, y también de todos los desastres que allí ocurrieron. No sé qué pasaba por la mente de Oliver, pero cada vez que yo recordaba nuestro beso sentía algo extraño en el estómago. ¿Preocupación? ¿Miedo? ¿Vergüenza? No lo sé, pero no era un recuerdo del todo agradable. Yo, llorando como una estúpida, y Oliver, un etúpido al acercarse a mí de esa manera. 

En fin.

Bajamos peldaño por peldaño, él delante y yo siguiéndolo. El piso de abajo es un poco caótico: las cajas de libros están ubicadas a los pies de los libreros en los que serán ubicados los libros más tarde, y las cajas para subir al depósito están todas amontonadas en una esquina, recién bajadas del camión de las editoriales. Hacemos zig-zag entre los pequeños pasillos con paredes de libros hasta que por fin las alcanzamos.

Estoy por agacharme a recojer una, cuando una voz me llama a mis espaldas. 

Me giro para encontrarme con Logan, de pié unos pasos más allá.

—¿Logan? —Pregunto para mí misma, llamando sin querer la atención de Oliver.

Me acerco con paso firme a mi vecino, cuestionándome qué hace aquí. Pensé que todo tipo de contacto con él habría terminado después de nuestro repentino alejamiento.

—¿Logan? —repito, esta vez cuando llego a su lado—. ¿Qué haces aquí?

—Aunque no lo creas, no vine por ti —dice él, desviando la mirada hacia mis espaldas.

Me giro, para descubrir que su mirada se dirije al trasero de Oliver, quien recoge unas cajas donde yo lo dejé, ajeno a la situación. También me le quedo mirando el trasero.

Por un loco momento pensé que Logan era gay.

—Permiso —dice él, atrayendo de nuevo mi atención. Me rodea, y hace ademán de acercarse a Oliver.

—¿Qué quieres de él? —pregunto, con el seño fruncido y tomándole el brazo para evitar que avance. No quiero que se acerque a Oliver. No confío en él.

—¿Qué te incumbe? —replica, soltándose de mi agarre con agresividad.

—Soy su asistente. Si quieres hablar con él, primero pasas sobre mí.

No me doy cuenta, pero alzo la voz al decir aquello. Ahora sí, Oliver deja de lado las cajas y se acerca a nosotros.

—¿Qué pasa aquí? —dice, mirando con desconfianza a Logan.

—Oliver, encantado de verte de nuevo —dice el locutor, estrechando su mano. Se nota que Oliver lo hace con disgusto—. Estoy aquí porque... me gustaría hablar contigo. Hacerte una propuesta.

—¿Sobre qué? —pregunta mi jefe.

Logan me dirije una mirada, sus ojos se clavan en mí amenazadoramente.

—Louisa, disculpanos un momento. —Oliver se da cuenta de su mirada de disgusto, y se corre a un lado para dejar a Logan pasar hacia su oficina.

¿Qué carajo? ¿Está excluyéndome de su charla? Sip, definitivamente. Apenas Logan nos da la espalda, Oliver se encoje de hombros.

—Vamos a ver qué tiene —susurra.

Pero antes de que se gire él, lo hago yo primero. Salgo caminando en la dirección contraria, con pasos ajustados y firmes. No puedo creer que le haya dado a ese estúpido una oportunidad. ¿Quién se cree que es, hablándole así a la gente...?

Pero, oh sorpresa, cuando voy caminando una caja aparece en mi camino. No me doy cuenta, y en menos de una milésima de segundo tengo mi mejilla contra el suelo.

Inmediatamente llevo una mano a mi pie. Ouch. Esto dejará una marca.

Pero Oliver estaba demasiado ocupado en el prepotente de mi vecino como para fijarse en mí.

—Lou, ¿estás bien? —pregunta Clau, quien se acerca tras escuchar mis insultos.

—Sí, creo. Solo quedará un moretón —digo, mirando mi pie.

—¿Segura? Puedo traerte hielo...

—No, no es para tanto —la corto—. ¿Puedo ayudarte en algo?

Quería ponerme a realizar algún trabajo que requiriera mucha concentración, así no pensaba que Oliver estaba teniendo una charla con el idiota de Logan. Por suerte Clau encontró la perfecta para mí.

—No soy tan alta como tú —dice ella, unos minutos después de que me ayudara a pararme—. Yo sostengo la escalera, y te paso los libros, ¿ok? 

Asiento, y comienzo a treparme a la gran escalera que permitía alcanzar la parte más alta del librero más grande de la librería. El librero ocupaba casi toda la pared del fondo de la librería, y el único modo de tener acceso a las partes más altas era mediante la escalera corrediza a la que me estaba trepando. 

Ya había trepado al rededor de 3 metros cuando Clau me detiene.

—Ese va ahí, junto a los de Doyle. 

Ubico el libro con el que había trepado donde me indica mi amiga, extendiéndome un poco para alcanzar el lugar. Vuelvo a bajar, y Clau me extiende otro libro. Repetimos esto un par de veces más.

Esta vez había trepado un poco más que las veces anteriores, con dos libros bajo mi brazo izquierdo. 

—¿Estos dónde van? —pregunto, sin mirar hacia abajo. Estaba muy alto, y de seguro me daría vértigo.

La escalera comienza a moverse violentamente, en un momento repentino. Mi pié, al cual antes había lastimado con una caja, se dobla un poco. Miro hacia abajo, y un grito abandona mi garganta. No solamente es producido por el dolor de mi pie ni por el vértigo, sino también por lo que ven mis ojos. 

Clau sacude la escalera. Intenta sacarla de la guía metálica que permite que se deslice de una punta de la librería a otra. ¿O estoy viendo mal? 

—¡CLAU! —grito, con un poder de cuerdas vocales que no sabía que tenía. Dejo caer los libros para poder aferrarme con ambas manos a la escalera. Vuelvo a gritar, mi pulso retumbando en los oídos.

Luego, mis manos se sueltan. Ya nada está sosteniéndome. No distingo el arriba del abajo.

Es como volar, pero horrible. Mucho más horrible. Porque sabes que no aterrizarás de una buena manera.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora