[14] La enferma más desastrosa

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¿Nunca les pasó que ven algo, y recuerdan momentos específicos de su vida? Ves la pelota con la que jugabas cuando eras niño, ves la muñeca Barbie que vestías y maquillabas a tu antojo, y te invade una sensación de felicidad y calidez

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¿Nunca les pasó que ven algo, y recuerdan momentos específicos de su vida? Ves la pelota con la que jugabas cuando eras niño, ves la muñeca Barbie que vestías y maquillabas a tu antojo, y te invade una sensación de felicidad y calidez...

Ver el auto de Oliver otra vez fue totalmente lo contrario.

Recordé mi mareo tremendo de aquel día, el vómito por todos lados, el lujoso auto de Oliver casi estampándose contra una ancianita... Comencé a pensar que todo esto era una mala idea.

Al ver mi cara, Oliver habló.

—No me digas que le temes a mi auto ahora —dice, girando los ojos.

Do le temo... —digo, pronunciando mal por mi fiel resfriado, a la vez que me rasco la nuca distraídamente. Mis malditos mocos aún no se iban—. Sólo... Me da la impresión de que algo malo va a suceder.

—Sí, claro, el auto va a salir volando y se estrellará contra un edificio —dice él, con el tono cargado de ironía. Luego ríe—. Ya súbete.

Subo a duras penas al lujoso vehículo. No se nada de autos, pero definitivamente este era, si me atrevía a decirlo, mejor que el de mi padre.

Me abroché el cinturón y me agarre de la parte baja del asiento.

—No vamos a chocar.

—Nunca lo sabes.

Giro los ojos y prendió el motor.

* * *

—Es solamente un resfrío normal, nada fuera de lo común. ¿Estuviste bajo la lluvia, o al exterior cuando hacía frio?

Me recordé a mi misma hoy bajo la tormenta a las 7 de la mañana intentando encender la electricidad en la casa... Maldije a Dominic mentalmente, por enésima vez en el día.

—Digamos que sí... —respondí, avergonzada.

—Toma, esto para la fiebre —me pasó un remedio de una especie de estantería que allí tenía—, esto para el resfriado —me pasó otro—, ah, y esto por la regla.

Me lanzó un paquete de toallas "extra grandes y súper absorbentes". Miré a Oliver, a mi lado, y enrojecí mas que mi propia sangre. Mas que mi propia sangre menstrual.

—Yo do uso las extra grandes —me justifiqué, riendo nerviosa—. Bueno, solo a veces cuando todo fluye como las cataratas del Iguazú.

Ay, Dios. No dije eso.

Ay, si lo hice.

Tanto el doctor como mi queridísimo jefe me miraron como si sacrificara conejitos en un descampado a las tres de la mañana.

—Yo no quería... —comencé.

Oliver carraspeó. —Nos vamos. Gracias, doctor.

—Suerte con su hemorragia —susurró el hombre, antes de que yo pasara a su lado para salir del consultorio.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora