[13] Un mal día otra vez

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Y así fue como comenzó el peor día de mi vida

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Y así fue como comenzó el peor día de mi vida.

Tomé una ducha a las 8, después de entrar cubierta de barro a la casa. Obligué a Dominic a refregar el piso, por supuesto. El chico había inventado todo lo de la llave de luz para hacerme pescar un horrible resfriado, porque cuando volví a entrar en el hogar, diez minutos después de intentar encontrar la llave, la luz había vuelto.

"Resultó ser un problema de la compañía de luz, que bueno". Maldito niño.

A las 8:30, después de la ducha intensiva -aún sentía irritación en la cabeza por el resfriegue intenso para eliminar todo el barro- intenté dormir un poco. Hago énfasis en intenté, porque no pude cerrar los ojos. Un dolor de cabeza nauseabundo me abrumó, y después de poner el termómetro en mi boca, descubrí que tenía fiebre.

Y por ultimo, para el almuerzo, comimos las sobras del dia anterior.

¡¿Entienden a qué me refiero con "mal día"?!

—Louisa, ¿alimentaste al loro? —inquiere Dominic, desde el living jugando videojuegos.

Los ojos se me abrieros, desorbitados. Si la retina no estuviera pegada al párpado, estaba segura que otro problema de hoy habría sido buscar mis ojos entre los muebles.

Corrí hacia Óscar. Demasiado tarde, el loro yacía en el fondo de la jaula, acostado. Tenía sus pequeños ojitos cerrados.

—Dios mío —dije, al borde del llanto—. Óscar, la semana y dos días que estuvimos juntos fueron los mejores de mi vida —sollozo, a la vez que Dominic se acerca. Coloco una mano en mi corazón y continúo—. Siempre con tus comentarios tan inteligentes... ¡hasta habías ampliado tu vocabulario! ¡Ya casi parecías un funcionario de la Real Academia Española!

Mi hermano gira los ojos y me aparta. Abre la jaula, y toca al loro con el dedo indice repetidas veces. El loro comienza a moverse frenéticamente.

—Solo dormía, imbécil —me dice.

—Yo... Te odio, pajarraco.

Le eche un poco de comida, y me volví al living. La tormenta había parado un poco, y ahora caía aguanieve. Hubiera sido lindo de ver, a excepción por mi mucosidad que se venía en banda desde mi nariz.

Me limpié con la manga.

Maldito Dominic.

* * *

—Lou, ¿seguro que estás bien? —preguntó Clau. Yo asentí.

Di, di. Dolo un poco cadsada —dije, tratándome los mocos—. Y ud poco redsfriada. Y con ud poco de fiebde. Ya que edtamos, me duelen un poco lod obadios. Pedo ando dien.

—¿Dien? —preguntó ella.

—Bien —me corregí. Esto del sindrome de la nariz tapada es todo un tema.

—Segura que no quieres que le diga a Oliver que...

—¡Do, do! —dije, alterada. Luego recobre la compostura—. Digo, do. Do le digas dada.

Lo unico que me faltaba era irme -otra vez- del trabajo por mi salud. Ya hubieron vómitos. Puedo soportar esto.

Pero efectivamente, me dejé caer sobre la caja registradora. Me dolía la cabeza, el estómago..., así continuaba el peor día de mi vida.

—Louisa, estás muriéndote. Tendríamos que llevarte al hospital —me dice Clau, levantando mi barbilla.

Do, do. Edtoy de madavilla.

—¿A quién hay que llevar al hospital? —dijo Oliver, apareciendo en un momento inoportuno. Que raro.

—A dadie —dije.

—A Lou —dijo Clau, al mismo tiempo. Al ver mi mirada de enojo, continuó—. Está con fiebre, resfriado, ah, y sí, la regla.

Volví a fulminarla. Algún día iba a asesinarla.

—Vamos, Louisa. Te ves horrible. Yo te llevo, que ahora tengo un tiempo libre —me dice él, sacando mi cara de la caja registradora.

—Que amable —digo. De seguro no me veo tan espantosa.

Me miré en la pantalla apagada de mi móvil. Tenía unas ojeras más grandes que el "amiguito" de Josh Hutcherson (no pregunten), y mis ojos solo estaban abiertos en una fina linea. ¿En serio puedo ver por ese minúsculo espacio? Cualquiera podría pensar que estaba con los ojos cerrados. En mi mejilla había quedado una linea (de la almohada, probablemente, o también de la caja registradora) y mis labios estaban resecos y feos. Por último, una tez extremadamente pálida enmarcaba todo mi rostro.

—Okey, di, vamos —dije, aceptando mi mal estado. Seguramente si un cliente me viera así, iría a comprar sus libros por internet, o que se yo.

Después de tomar mis cosas de los lockers -guantes, bufanda, abrigo, un pullover, polainas, un gorro de lana, y orejeras- nos dirigimos al exterior. Él también tomo un abrigo.

—¿No traes... demasiada ropa?

Clado que do —dije, anudando mi bufanda y calándome bien el gorro.

Cuando llegué en taxi, estuve como cinco minutos intentado bajarme, hasta que el taxista rodeó el automóvil, y me ayudó. Lo que pasaba era que mis capas de ropa limitaban mucho mis movimientos. Casi no podía levantar mis brazos, y parecía que no tenía cuello.

—Dios, Louisa, eres la única empleada tan cabezota que conozco que viene a trabajar enferma —dice Oliver, tomando mi brazo de 30 cm, y comenzando a guiarme por las resbaladizas calles.

Pero, en un momento dado, lo sentí. Esa aterradora sensación que sientes en la punta de tu nariz, y que no puedes sacarte. Que te hace picar, y es tan incómoda...

Estornudé.

Pero ustedes diran ah, un pequeño estornudo no hace nada.

Pero si, un "pequeño estornudo" (mi nivel de pequeño estornudo era mas fuerte que el lobo que sopla para derribar las casas de los chanchitos, y se hubiera llevado también a los chanchitos. Y al lobo), en una calle resbaladiza, mojada, y cubierta de aguanieve, podía generar una catástrofe.

Me caí de trasero. Por suerte mis 30 cm de ropa amortiguaron la caída. Pero no amortiguaron el hecho de que mi brazo, aferrado al de Oliver, hicieran que éste cayera de lleno sobre mí, quedando nuestras caras a poco centimetros.

Ahg, de seguro tenía una vista preciosa de toda mi cavidad nasal llena de mocos.

—¿Estás bien? —me preguntó, preocupado, y abriendo los ojos cono platos.

—Si, excepto pod el echo de que edtád dobre mí —dije, mirándolo a sus ojos sin lentes ahora, que de seguro estaban a unos metros de nosotros.

Woah, no lo había notado, pero sus ojos eran super extraños. Cualquiera hubiera aceptado qu eran marrones, pero así de cerca podías notar de que serca de la pupila tenian un color verde intenso.

Como mis mocos.

Oliver se quitó de sobre mí. Intenté sentarme, pero mis capas de ropa no me lo permitieron. Él tomó mi mano, y tiró hasta que ambos estuvimos sentados.

—¿Te hice daño?

—La dopa amodtiguó la caída —dije, riendo un poco nerviosa.

Pararse fue otra historia.

—Vamos, aquí a la vuelta está mi auto.

Caminé como pingüino intentando no resbalar por la congelada vereda.

Ya había sido una sobredosis de desastre hoy.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora