[17] Cena con los Hudson

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Me miré al espejo, por enésima vez

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Me miré al espejo, por enésima vez.

—Ya, Louisa, está bien —me dije—. Te ves bien. Deja de joder.

—¡Louisa, deja de hablar sola y vámonos! —me interrumpe mi hermano, desde la planta baja.

Me encontraba en mi habitación, en casa de mis padres. Aún recuerdo cuando vivía aquí. Los secretos que estas cuatro paredes ocultan... En esta cama descubrí mi pasión por la lectura. El computador, mi primer medio para escribir mis historias..., que jamás compartí y sólo tenían unos pocos capítulos. La almohada, que ahogó tantas penas adolecentes...

Volví a mi imagen al espejo. Tenía una blusa celeste algo ajustada al cuerpo, que segun Linds se veía bien. Yo no estaba tan segura, pero en fin, ¿qué otra alternativa tenía? ¿Mi remera rosa de My Little Pony, con una mancha de salsa que cubría perfectamente la cara de Pinkypie? No gracias. También llevaba mis clásicos jeans estilo Oxford. Y unos zapatos bajos pero elegantes que había comprado una vez en una rebaja.

Bajé las escaleras de dos en dos, y me encontré con Dominic.

Lo había obligado a usar una camisa a cuadros, arremangada hasta los codos. Él quería ponerse una de The Walking Dead que compró en una feria. No iba a permitirlo.

—Recuerda, me vas a deber 20 dólares —advierte.

—¡¿Qué?! Claro que no.

—A menos que quieras que le cuente a todos los Hudson sobre la vez que vomitate sobre la cara del chico que te gustaba en la secundaria, o la vez en la que te caíste en un pozo y...

—Ya, de acuerdo. Más te vale portarte bien... De esto depende mi trabajo y mi dignidad frente a mis jefes, ¿okey? —amenacé, a la vez que descolgaba mi abrigo y me lo ponía.

—Pero volvemos antes de las doce, que quiero ver televisión.

Giré los ojos. ¿Cuántas condiciones quería poner?

—Ya, de acuerdo...

—¡No la cagues, no la cagues! —chilló el loro, desde la cocina. Fulminé a Dominic.

—¡¿Quieres dejar de enseñarle frases al loro?!

—Al menos ahora te ayudará con ese tan sabio consejo cada vez que pases cerca de él... —justificó, sonriendo de lado.

Pensabamos que llegar en taxi sería algo bastante informal, así que nos decidimos por usar el auto de papá. Las manos me temblaron sobre el volante.

—Louisa, respira. No lo estrelles contra un poste, que papá te colgará de un arbol en mitad de la noche y te disparará con una bayesta —me advirtió Dominic.

—Eso no ayuda en nada —me quejé. Arranqué el auto, y no se cómo, logré salir del amplio garage.

Conduje sin problemas (sólo con nervios) hasta la dirección del señor Hudson, que me había dado previamente. Estaba demasiado nerviosa por la cena. ¿Qué tal si arruinaba algo, y jamás conseguía mi trabajo de vuelta?

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora