[30] Amigos

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—¿Has visto las noticias de la chica loca que le rompió la nariz a ese famoso escritor en el evento? —inquirió Claudia. Luego soltó una rizotada.

—No, no he escuchado —mentí, fingiendo acomodar unas estanterías.

—Ya, ¿pero qué clase de loca es? ¿No se habrá dado cuenta de que estaba en un evento importante...?

—Tal vez la chica loca tenía un problema con el idiota de aquel escritor que se le burlo en la cara y destrozó sus sueños y esperanzas —solté, con enfado.

Clau alzó ambas cejas.

—Ya, no importa —dije, yéndome hacia otro lado.

Anoche había dormido realmente poco. Tal vez se notara en mis ojeras, en el cabello crespo y enredado que no me había molestado demasiado en arreglar (que Oliver me haya recomendado peinarme un poco más seguido no significaba que iba a ser realidad), o en mi carácter de perros. 

Como mi jefe aun no llegaba, me había dedicado a esconderme, como solía hacer en los viejos tiempos, detrás de la estantería de "juveniles" a leer alguna que otra de las publicaciones del mes, a mirar portadas, juzgar sinopsis y etcétera. 

—¿Louisa? 

La voz me sobresalta, y el libro de mis manos cae al suelo con un golpe seco. Oliver aparece en mi campo de visión, a la vez que me agacho alarmada a recoger el libro del suelo.

—Ay, lo siento, precioso. Mami está aquí, jamás volverás a caer al suelo. Lo siento, lo siento... —digo, acariciando la portada con suavidad.

—¿Estás disculpándote con... un libro? —Hace una pausa para mirarme extrañado, y después sacude la cabeza—. En fin, te estaba buscando.

Acomodo el libro en su lugar.

—Ya bajo. ¿Me dejarías unos segundos para despedirme de mis preciosos?

—¿Has dormido poco, verdad? —dijo Oliver, probablemente notando las bolsas debajo de mis ojos—, o... ¿estas ebria?

—Esto lo hago totalmente sobria —digo, con seriedad.

Él gira los ojos y se acerca unos pasos más. Su tono de voz cambia, ahora parece que estuviésemos hablando de un secreto, de algo privado entre nosotros dos. Y, de cierta forma, lo es.

—¿Tú... haz hablado con tus padres? —me pregunta—. Yo... no me gustaría entrometerme, pero después de que te fueras de mi casa me quedé algo preocupado...

—No, no hablamos. Entré a su casa sin que me vieran con la ayuda de mi hermano, pero no hemos hablado ni nada de eso —digo, refregándome la cara con las manos.

Oliver se queda unos segundos observándome mientras me refriego los ojos con los puños. El cansancio realmente me estaba matando.

—Ya... —dice él, perdiéndose en sus propios pensamientos por unos segundos—. ¿Me harías un favor? —pregunta luego.

—Claro —digo, dirigiendo mi vista a él.

—¿Me acompañarías a por un café?

Lo miro con ambas cejas alzadas. ¿Qué, ahora mi trabajo consistía en acompañar a mi jefe a desayunar? Osea, no me estoy quejando, pero hay que admitir que es algo extraño.

—¿Me dices a mí? —pregunto, bien estúpida e incrédula.

Él gira los ojos. 

—Sí, a ti. ¿No duermes bien, verdad?

—No lo suficiente —digo, algo avergonzada.

—Vamos, un café te vendrá bien. 

Sin decir nada más, él se gira encarando hacia la planta baja. Tras unos segundos, lo sigo.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora