La traición puede doler a veces, pero cuando no te la esperas para nada... duele muchísimo más.
—Antes de que odies a Lindsey, déjame que te explique —dice Oliver, anticipando mi reacción.
—Uf, ¡ya es demasiado tarde! ¿En serio ella fue corriendo a contarte, justamente después de que le dije que no lo hiciera? —se me quiebra la voz, y hago esfuerzo para no llorar.
—Lou, escucha. Lo que Claudia hizo fue horrible. Nos metió a todos en un problema, sobre todo a ti. Pero a mí también me trajo problemas. No te dije para no te preocuparas, pero... montaron una demanda a la librería —dice él.
—¿Qué? ¿Quién? —pregunto, incrédula.
—Tus padres.
Como un balde de agua fría. Era increíble la literalidad detrás de esa expresión.
—¿Q-Qué?
Oliver cierra los ojos con fuerza, y se toca el pelo con las manos. Se nota que le duele estar contándome esto, pero de todas formas se prepara para explicar.
—Amenazaron con cerrar mi librería si no se encontraba la causa del problema. Vino el equipo de seguridad a revisar todas las escaleras y no se había detectado nada... Querían hacerme culpable. Ya no sabía qué más hacer, la declaración de tu amiga me salvó. —Hace una pausa, en la que espera mi reacción. Al ver que no digo nada, continúa—. Claudia no pudo superar las preguntas que le hicimos, estuve ahí e incluso lloró al confesar. Trató de explicar que necesita más dinero para su hijo, y demás problemas pero ya era tarde. Mi única opción para librar a la librería de la demanda era despidiéndola.
Era demasiada información para mi cerebro cuando me encontraba en este estado. Mis padres, una demanda. Clau, sin trabajo. Lindsey, traicionándome. Oliver, ocultándome tantas cosas...
—Escúchame. Se por qué no querías decirme lo de Clau. Entiendo que ella tenga un hijo, que este pasando por un momento difícil... Pero creo que de vez en cuando deberías pensar un poco en ti y no tanto en los demás. Estás aquí por ella, no por nadie más. Y no tienes que sentirte culpable de nada.
Me llevo las manos a los costados de mi cabeza, y las entierro en mi pelo enmarañado. Quiero gritar hasta que me quede la garganta adolorida.
—Vete, Oliver —digo, en un murmuro.
—¿Qué? ¿Que me vaya? —repite él, sorprendido de mi reacción. Pone una mano sobre mi pierna cubierta de sábanas a modo de contención.
—Por favor. Quiero estar sola.
Oliver se queda un momento mirándome, pero no le hago el favor de devolverle el gesto. Cierro los ojos, conteniendo las lágrimas que ruegan por abrirse paso. No voy a hacerlo. No voy a llorar.
Casi espero que cuando abra los ojos, todo esto sea un sueño. Abrir los ojos y encontrarme en la librería, cuando Oliver aún no existía para mí, cuando todo era un poquito menos desastroso.
Siento ruido de movimiento, pero mis parpados no se despegan. Cuando por fin abro los ojos, Oliver ya no se encuentra allí.
Solo ahí me permito llorar. Lloro como condenada, porque ya no puedo seguir almacenando problemas. Una vez escuché una reflexión muy buena, de alguien muy inteligente. "Cuando uno llora, nunca llora por lo que llora, sino por todas las cosas por las que no lloró en su debido momento".
Es tan cierto que duele.
Lloro por todo. Por Clau, por mi trabajo, por mis sueños, por mi familia, por Oliver. Por mí misma. Hay veces que no me soporto.
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Un Auténtico Desastre
HumorLouisa Marshall es un auténtico desastre. Es infantil, despistada, e incluso tiene esa horrible capacidad de hablar hasta por los codos y decir cosas inoportunas en los momentos equivocados. Aún así, su vida es planificada y aburrida. Cuando su jef...