[3] Era un lindo coche...

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—Si no fuera porque el idiota de mi hermano fue quien te hizo vomitar, te haría pagar cada uno de los libros que arruinaste con tus jugos gástricos —me dice Oliver, pasándome un vaso de agua

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—Si no fuera porque el idiota de mi hermano fue quien te hizo vomitar, te haría pagar cada uno de los libros que arruinaste con tus jugos gástricos —me dice Oliver, pasándome un vaso de agua.

Estábamos en la oficina del Señor Hudson. Bueno, en la oficina de los mellizos. Debería ya acostumbrarme a llamarle así... Me sentía mareada y confundida, y me dolía la cabeza a borbotones.

—Menos mal que fue culpa de Mark, porque no me alcanzaría el sueldo para pagar tantos libros —digo, despues de beber agua.

Oliver gira los ojos.

—Como buen jefe tendría que darte el resto del día libre —comenzó.

—Pero...

—Pero nada, voy a dártelo. No puedes trabajar si pareces recién salida de un ataúd. Espantarías clientes.

No está sonriendo, no parece ser una broma.

—¿Vas a darme el día? ¿Pero... pero si ayer amenazaste con despedirme... y...?

—No voy a despedirte. Eres de las empleadas más antiguas de papá, y me atrevería a decir que en la que más confiaba él. Conoces más que yo cómo es trabajar y manejar una gran librería.

—Oh... entonces...

No sabía cómo responder a eso.

—¿Hay alguien a quien puedas llamar para que te venga a buscar? —dijo él, interrumpiendo ese silencio incómodo.

Generalmente solía ir caminando a trabajar, porque vivía a unas pocas cuadras. Pero no creo que pueda despegar el trasero de la silla con este mareo. ¿Alguien que me venga a buscar? Ojalá que Dominic tuviera más que sólo 15. Pero no.

Me sentí algo avergonzada al responder negativamente. El chasquea la lengua.

—Pero puedo llamar un taxi.

Él niega con la cabeza. Se acercó y tomó mi brazo para levantarme del sofá.

—¿Estás mareada? —me preguntó.

—No, no mucho —mentí.

—¿Cuantos dedos ves?

Sus dedos flacos y alargados aparecieron en mi campo de visión. ¿Cuatro? ¿Dos? Se arremolinaban entre sí, se duplicaban...

—¿Dos? —dije, con poca convicción.

—Ahg, vamos. Te llevaré a tu casa —dijo, comenzando a tirar de mí para levantarme.

—¿Qué? ¿Tan mal lo hice? —pregunté, dejando que me levante.

—Solo había levantado un dedo.

—Ouch.

Me puse de pié, y la habitación dio una voltereta. Wow, esto era como estar drogado pero conservar la misma cantidad de neuronas.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora