[39] Don Insoportable

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—¿Falta mucho?

Me masajeo la sien, con los ojos cerrados.

—Sí, sí falta. 

A los pocos minutos...

—¿Ahora? ¿Cuánto falta? —pregunta mi jefe. Parecía un niño de cinco años.

—Oliver, hablamos de esto. ¿Aún no te baja la azúcar?

—Un poco. No lo suficiente. ¿Te conté una vez cuando era niño que después de comer un pastel de chocolate corrí cinco cuadras seguidas detrás del auto de mi tío, solo porque se llevaba lo que quedaba del pastel? Es muy loco, porque ni siquiera tenía hambre... La azúcar es mágica.

—Oliver. Intenta dormir. Por favor.

Él me había estado jodiendo desde que nos subimos al avión. Lo dejé quedarse con el lado del pasillo para que fuera al baño cuando quisiera (lo cual había sucedido como 5 veces). Mis ojos se entrecerraban por el sueño pero el maldito ni dormir me dejaba.

Pero después de una hora intentándolo, por fin se durmió.

Sobre mi hombro. 

Y lo estaba babeando.

Pero no me importó. Con tal de que no me volviera a joder, que babosee todo lo que quiera. Su cabello puntiagudo con olor a loción de ducha me pinchaba en la mejilla, pero me obligué a no moverme demasiado.

Se veía muy tranquilo al dormir. Ya no parecía un adulto estresado, un jefe de la cadena de librerías más importantes del país. Su respiración profunda hacía que algunos mechones de cabello que caían con delicadeza sobre su cara se estremecieran cuando exhalaba.

Acomodé como pude la cabeza sobre mi pequeña almohada, y al poco tiempo de mirarlo dormir, yo también me quedé dormida.

* * *

Me levanté con la cara incomodamente apoyada en la pequeña almohadilla del avión, y un fuerte dolor de cuello. Oliver estaba despierto, viendo una película en su pantalla.

Me masajeo el cuello con mala cara, incorporándome.

—Menos mal que te despiertas, estamos por aterrizar. 

Lucía mucho menos hiperactivo que antes, ya estaba normal. El calmado y tranquilo Oliver estaba de vuelta, por suerte.

La voz de alguna azafata anuncia que todos nos pongamos nuestros cinturones, primero en español y luego en inglés. El avión aterriza, mientras yo observo atenta desde la ventanilla y siento el momento exacto cuando dejamos el aire y por fin tocamos suelo. Cuando estamos totalmente sin movimiento, todos nos paramos.

Me agarro del hombro de Oliver para estirarme. Me duele el trasero.

—Al fin llegamos... —suspiro, mientras bostezo.

Eran las cuatro de la tarde, y mi estomago sufría la poca comida del almuerzo (¿Quién es su sano juicio se llena con sólo UN plato de spaghetti?).

—¡La del loro! ¿Dónde está la chica del loro? —grita una azafata, abriéndose paso entre la gente. Llevaba la jaula de Óscar junto con ella.

—Recuerda, eres una loca con su acompañante terapéutico perico —me dice Oliver por lo bajo.

Pongo los ojos en blanco, recordando la estupda mentira de Oliver para que dejen a Óscar viajar con nosotros. Bueno, su estúpida mentira me había salvado el trasero.

—¡Aquí! ¡Yo! ¡Óscar, bebé!

Oliver, quien no estaba atrapado entre los asientos como yo, toma la jaula.

—Muchas gracias por sus servicios —agradece, cordialmente—. Louisa está muy feliz de que su amigo Óscar haya viajado también.

La azafata nos mira raro, y le entrega el loro a Oliver.

Pasamos las siguientes dos horas en un bus que nos llevaba directo al hotel, en el que ignoré mi hambruna y me dormí. Oliver fue el encargado de despertarme cuando llegamos.

El hotel era... Guau. Simplemente guau.

Había ido a hoteles lujosos junto con mis padres y Dominic cuando era pequeña, pero hace bastante no teníamos vacaciones familiares. No recordaba lo bien que se sentía estar en un lugar tan hermoso y con tanta decoración... Aunque yo no pegaba con el entorno. Mi cabello (que había desatado en el avión) estaba echo un asco, mi cara horrible, mi ropa arrugada y manchada (es difícil comer spaghetti con salsa cuando hay turbulencia en el avión), e incluso mis cordones desatados. No veía la hora de llegar a mi habitación para tomar una ducha.

—Yo voy a registrarnos, tú busca una mesa en el restaurante —indica mi jefe. Su estado no era tan diferente al mío, con el pelo revuelto y ojeras por el cansancio.

No me quejé para nada del plan de Oliver. Mi estómago respondió por mí. Casi corrí a la parte del restaurante y me senté en una mesa para dos. Revisé la carta.

Uf, todo era super caro, y yo no llevaba mucho dinero. Me pedí un batido que estaba dentro de mi presupuesto, y lo trajeron casi de inmediato. A esta hora no había nadie aquí.

Pero Oliver no aparecía.

Me quedé un rato más sentada, con el batido vacío que había tardado menos de lo que me gustaría admitir en terminar, frente a mí. Mis manos daban vueltas por mi teléfono, a ver si Oliver respondía alguno de mis mensajes. Pero no, ni uno.

Pago en el restaurante mi batido y me dirijo con mis cosas (y Óscar) hacia la recepción, donde me encuentro con una gran fila para registrase. Al buscar a mi jefe con la mirada, lo encuentro en la cabeza de la fila, hablando con la encargada.

—Permiso... —digo, abriéndome paso entre la gente. Algunos se quejan, pensando que me estoy colando, pero sigo empujando—. ¡Permiso, dije!

Veo a Oliver delante de mí. Ya casi llego.

—Pero no puede ser, tiene que haber un error... —dice él a la mujer, aún de espaldas.

Se me hiela la sangre. ¿Qué problema ahora, Diosito?

—¡Oliver!, ¿está todo bien? —pregunto con miedo al acercarme. Pongo una mano en su hombro.

Él me mira a los ojos. Se los frota, cansado.

—Ha habido un problema con las habitaciones y... sólo han reservado una —explica.

Oh. Ya veo.

—¿Y no podemos pedir otra ahora? —pregunto a la mujer. Ella niega, apenada por estar en esta situación.

—Tenemos todas las habitaciones ocupadas. Con esto de la feria, personas de todo el país alquilaron aquí.

Suelto un bufido y miro a Oliver, casi esperando que mágicamente solucione todo. Al menos, así siempre lo hace.

—No se que hacer —me dice él. Puedo notar una vez más el cansancio en su rostro, pero más aún en su voz.

Hago un paso adelante.

—Denos la llave, está bien —digo, extendiendo una mano a la mujer y echando una mirada a las personas impacientes de atrás. Ella me la coloca sobre la palma.

—Lo sentimos mucho, pero no hay nada que podamos hacer.

Asiento un par de veces, y tomo mis cosas para salir de la fila. Oliver me sigue también con sus cosas, sin decir nada. ¿Qué podría decir, después de todo?

Respiro hondo. Esta será una larga noche.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora