[36] Ermitaña

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36.- ERMITAÑA.

Las siguientes semanas se contaron en mi cabeza como un cautivo que va tachando con cruces en un calendario. Simplemente me levantaba, iba al trabajo, me sentaba en la oficina de Oliver a fingir hacer papeleo mientras pensaba en cualquier otra cosa, volvía a casa y me dormía (algunas veces incluso sin cenar).

—¿Vas a estar tirada en el sofá hasta que sea tu hora de entrar al trabajo? ¿Qué pasó con la divertida Louisa que se juntaba con amigos siempre? —dice Dominic, poniendo los brazos en jarras como una madre que te regaña. Aun tenía su cabello colorido, sólo que ahora se me había normalizado el vómito arcoiris en su cabeza.

Desvío mi mirada del techo del departamento hacia mi hermano menor. Se acomoda el cabello a la vez que espera mi respuesta.

—No estoy actuando antisocial. Ayer hable con Derek, ¿o no lo recuerdas?

—Preguntó si querías ir a una fiesta de cumpleaños y fingiste estar enferma para meterte en tu cama a leer —dice él, girando los ojos—. Osea, sí, te gusta leer, pero hasta hace dos semanas amabas estar con tus amigos.

—¿Y que hay de ti, eh? —dije, quitándome el tema de encima. ya sabes, si no puedes con el tema, se lo rebotas a alguien—. Que yo sepa ahora no estás con ninguno de tus hormonales amigos.

—¡Acabo de venir del colegio! ¡Hasta hace diez minutos estaba con mis hormonales amigos!

Giro los ojos.

—Ya —dije, volviendo la cabeza al techo—. No tengo ganas, ¿vale? Por el momento sólo quiero estar sola.

—Llevas sola como dos semanas.

—Mentira.

—Es verdad.

Me levanté del sofá.

—Ya, ¿sabes qué? Voy a cambiarme para... —comienzo. Dominic me interrumpe.

—Para ir al trabajo —dice, con tono monótono y girando los ojos.

Lo fulmino.

Se estarán preguntando, ¿qué pasó después de esa noche de la aparición de Dominic? Bueno, fue bastante simple. Mis padres no sólo aumentaron su enojo conmigo, sino que también con Dominic. Pero ya no le tenían en una torre encerrado cual princesita, por miedo a que el chico quiera escaparse de nuevo, y en este casi hipotético, si involucrar a la policía. Si esto pasaba, generaría muchos problemas en el trabajo de mi padre y en la reputación de ambos.

Y Dominic sabía esto perfectamente, a tal punto que aprendió a dominarlo en contra de mis padres. Cuando algo no le gustaba, amenazaba con volverse a ir, o cosas así. Sí, el niño no era ningún tonto. Su relación con mis padres era un constante tira y afloja. Pero al menos ahora no tenía prohibido venir a mi casa a jugar playstation.

Me dirigí a trabajar, con paso apurado. Ahora hacía un poco más de sol, pero no el suficiente como para andar de mangas cortas y shorts. Entré en la librería y lo primero que vi me sorprendió.

—¿Chicos? ¿qué hacen aquí? —pregunté, confundida.

Derek y Lindsey me miraban con los ojos achinados y los brazos cruzados. Si no los conociera podría haber jurado que iban a meterme un par de piñas.

—Louisa Leopolda Marshall —comienza Lindsey, acercándose—. ¿Se puede saber en qué clase de mundo vives ahora?

—¿Disculpa? —digo, casi sin entender. "Casi", porque me iba dando una idea.

—¡Nos andas evitando por todos lados! —se queja Derek.

—Eso no es cierto.

De nuevo negando lo innegable. Siempre tan Louisa.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora