[4] ¿Por qué todo me sale mal?

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Tengo miedo

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Tengo miedo.

Tengo miedo de volver a entrar en aquella maldita librería. Tengo miedo de la cara que ponga Oliver al volver a ver a la chica que vomitó su flameante coche, y que casi causa un choque en cadena en una de las calles más transitadas de la ciudad.

El frío de las ocho de la mañana quemaba mis huesos. «Vamos, Louisa. No puedes quedarte afuera o te morirás de frío». Entré, con la cabeza gacha, como esperando que así mis compañeros de trabajo no me reconocieran.

-¿Lou, te encuentras mejor? -me preguntó Claudia, desde el mostrador.

Mierda.

-Eh, sí, sí -respondí, deteniéndome frente a ella-. ¿Qué... qué es lo que sabes? -le pregunté, en voz baja.

-Estabas mareada, y después de que vomitaras sobre los libros Oliver te llevó a su casa en auto. -Hizo un baile de cejas-. ¿Pasó algo más? -preguntó, con una sonrisa de oreja a oreja.

Negué repetidas veces con la cabeza. Genial, Oliver no había mencionado mis jugos gástricos en su coche.

-Vamos, picarilla -insistió Claudia, manteniendo la sonrisa-. ¡Cuéntame, que me alimento del chisme!

-No debes decirle a nadie, pero vomité el impecable auto de nuestro jefe -dije, en voz baja y a escondidas, como si hablaramos sobre tráfico de drogas o algo así.

Solo le contaba a Claudia porque era la persona en la que más confiaba dentro de la librería. Si bien no era algo así como mi mejor amiga de la vida (ese puesto ya lo ocupaba alguien más), era alguien a quien veía todos los días y con quien me entretenía en todos mis momentos libres aquí dentro.

-¡No me digas! -casi chilló Clau-. ¡Por Dios, que verguenza!

-Cállate un poco, ¿quieres? -la regañé.

Alguien entró en la librería. Era Mark, quien llevaba una taza de café que decía "Jefe #1" en letras grandes. Giré los ojos. Como siempre, lucía tan despreocupado... Por suerte no noté ningún cigarrillo en sus manos.

-¡Buenos días, empleados! -saludó. Algunas personas le devolvieron el saludo mientras seguían su trabajo.

-¿No te parece que es un poco... diva? -pregunté a Clau, en un susurro.

-Claro que soy diva, nena -respondió el mismísimo Mark, girándose hacia mí. Me quedé paralizada. ¿Por qué todo me sale mal?-. Ah, y lamento lo de ayer. No volveré a entrar aquí con un cigarro. Fue... incómodo.

Asentí. La verdad es que Oliver era un poco más intimidante por su rigidez, pero Mark también me ponía los pelos de punta.

Me apresuré a guardar mis cosas en mi locker de la salita de empleados, y a poner mi cabeza a trabajar para dejar de pensar en lo incómodo que se había vuelto todo.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora