[31] Se me congela el trasero

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Después de el café con Oliver, volvimos a nuestro trabajo con energías renovadas. Por raro que parezca, el día después pasó rapidísimo, y antes de darme cuenta volvía a mi casa a cenar.

Pero las "buenas vibras" explotaron tal como una burbuja cuando mi celular sonó. Llamaban desde la casa de mis padres.

Me senté en el sofá, y dejé que la canción sonara hasta dar por perdida la llamada, con el corazón en el puño. Mis padres no me hablaban hace días, ¿sería Dominic quien llamaba? Era lo más probable. Mis padres eran demasiado orgullosos como para llamar y disculparse por echarme de su casa, o por culparme de algo que no hice.

El teléfono volvió a sonar. Atendí, pero me quedé callada.

—¿Lou...? —habló Dominic en un susurro.

—¡Dominic! —solté, aliviada—. ¡Me hiciste llevar un susto!

—¿Pensaste que nuestros padres te llamaban? —ríe él—. Casi que ni hablan conmigo, exepto para regañarme o quitarme mi móvil, y te van a venir a llamar a tí.

—¿Te quitaron el móvil? —repito.

—Sí, no se cuanto más voy a soportar esto. —Hace una pausa—. En fin, ¿qué tal con tu imagen pública arruinada y todo eso?

—Nadie sabe que fui yo —respondo—. Oliver tuvo que llamar a los periódicos para que no publicaran las fotos en las que yo aparezco. Y al parecer Peter no quizo levantar cargos para no arruinar su imagen de "escritor que solo quiere promover la literatura en el mundo". Además, las noticias se venden como pan caliente, y ya han pasado unos días. Todos están mas enfocados en la bolsa de Nueva York que en la estúpida nariz de Peter.

—Genial —dice él. Pero luego escucho ruido de movimiento—. Me tengo que ir. Alguien viene. Adiós.

Y cortó, así como si fuera un agente encubierto de película de acción. Realmente me molestaba tener que hablar de esta forma con él, temer cada vez que suena mi teléfono. ¿Qué carajo le costaba a mis padres admitir que ELLOS estaban equivocados, y no yo?

Ya, tenía que dejar de darle vueltas al asunto, o iba a volverme más loca de lo que ya estaba.

* * *

—Hey, te traje un café.

Deposito el vaso de plástico sobre el escritorio de Oliver, teniendo extremo cuidado de no ensuciar nada. Él estaba como hace una hora sentado frente a la computadora, reyenando alguna especie de planilla.

Era una tarde bastante fresca, de mis favoritas. La oficina de Oliver estaba caliente por la estufa prendida desde la mañana, lo cual agradecí cuando me quité mi abrigo.

—Gracias —responde, sin quitar la vista de su laptop.

—La máquina que compraste es realmente buena, son parecidos a los que solía hacer mi abuela. Los mejores cafés del mundo —digo, arrimándole más el vaso.

—No puedo creer que mi padre hiciera todo esto a mano. ¡Pasar todo esto a computadora me está tomando siglos! —se queja él, aun en la misma posición. Giro los ojos.

—¿Quieres dejar de sacarte los ojos con esa cosa, tomar tu café y debatir sobre la comida que hacia mi abuelita de una vez?

Él suspira, rendido. Se acerca el vaso y da un sorbo.

—Ya, me tomaré un descanso —dice. Luego se endereza en su asiento—. Tienes razón, está delicioso.

Cierra su laptop y dirije su mirada hacia mí.

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora