[52] Vida normal

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—¿Louisa? ¿Qué tal si nos traes un café? Hoy no tomamos ninguno.

Me levanto del sofá, dejando mi laptop de lado. Ya me parecía extraño que hubiera aguantado hasta las diez de la mañana sin café.

—Bien, ¿sin azucar, verdad? —pregunto.

—Ya sabes cómo me pongo.

Claro que lo sabía, él siempre había sido reacio al azúcar porque le producía hiperactividad. Uf, si había tenido que soportarlo en nuestro viaje hace un par de meses...

Después de hablar con mis padres en el cumpleaños de Dominic y que me dieran su opinión acerca de mi trabajo, solo me dieron más ganas de volver; algo así como a las personas que solo les atrae lo prohibido. Mi primeras semanas en la librería no fue más que aplausos y bienvenidas por parte de mis compañeros, que hacía meses no me veían. Muchos se dedicaban a pedirme que cuente la historia desde mi punto de vista. "¿Enserio fue Claudia la que te hizo caer?, ¡cuéntamelo todo!", y otros, un poco más respetuosos me preguntaban de mi estado, de mi estadía en el hospital, etcétera.

Pero ahora ya se habían acostumbrado a verme por ahí dando vueltas, buscando café para el jefe, acomodando las estanterías y atendiendo personas que merodeaban sin rumbo por la librería. Pero todos me hacían recordar lo mismo, de forma indirecta; ya no eres la Lou de antes.

Pero sí, tenían razón. Si bien ya estaba casi bien (me habían quitado la bota ortopédica ante ayer), no era la misma de antes. Era como una vela algo consumida, ardiendo pero a punto de extinguirse. Pero era fiel a mis sentimientos, no iba a fingir algo que en realidad no sentía.

Exhausta, desganada, oprimida, débil. Así me sentía.

Pero una idea rondaba en mi mente como una mosca molesta que no se quita. Era una idea formada, sólida, posible. No era una locura. O al menos de eso trataba de convencerme. Conllevaba muchos sacrificios..., pero valía la pena.

—Aquí está —digo, cuando vuelvo con los dos cafés entregándole el pequeño vaso descartable a Oliver, y quedándome con otro.

—Gracias —dice, antes de beber un sorbo.

—De nada... —digo, volteándome para volver a mi lugar en el sofá, donde descansaba mi laptop. Mi movimiento brusco me produce una punzada de dolor en el tobillo, y caigo al piso. Por suerte mis manos amortiguan la caída.

—¡Lou! —exclama Oliver, y en menos de un segundo se encuentra a mi lado.

Instantáneamente sus ojos van a mi pie, donde también por instinto me he llevado la mano. ¿No está hinchado verdad? No, al parecer sólo fue una tonta caída por mi brusquedad.

—¿Te duele? —dice, haciendo mis manos a un lado y revisando por su cuenta. Parece relajarse al no ver nada fuera de lo normal.

—No —digo, lo cual es verdad—. Sólo me ha dolido en el momento, me volteé muy rápido.

—¿Quieres que llame a alguien de la guardia...?

—Oliver, estoy bien. 

Él asiente, aunque no se ve nada convencido. Me ayuda a ponerme de pie, pero cuando estoy probando mi tobillo para ver si al doblarlo genera alguna molestia (dentro de todo no lo hace) él no me suelta. Como si su fuerte agarre fuera lo único que me manteniera en pie.

—No duele, enserio.

Él me suelta, de mala gana.

—Podrías ser más cuidadosa con tu torpeza, ¿no? Estás inquieta. Tú misma odias esas muletas. Si andas intentando hacer todo rápido y forzar tu pie...

Giro los ojos.

—Gracias por el consejo, Mamá Oliver.

Él me fulmina.

—Sólo no quiero que te pase nada... —dice.

Lo miro a los ojos. ¿Cuándo se ha acercado tanto?

En ese momento, antes de que cualquiera pueda decir algo más, Mark entra en la oficina. Pero se detiene al vernos tan juntos.

—Uf, no sabía que debía llamar... —dice, con un baile de cejas.

—Idiota... —murmura Oliver negando con la cabeza, aunque con una sonrisa. Se olvida de nuestra discusión y se acerca a darle una palmada fraterna en la espalda.

Creo que es lo mas cariñoso que los he visto compartir desde que los conozco.

—¿Qué haces por aquí? —le pregunta.

—Venía a tomar unas fotografías de la oficina. Es para un proyecto de decoración que todos los novatos hacemos —explica, sacando una cámara de su funda.

—¿Y cómo va la universidad? —le pregunto, interesada. Me daba una extraña sensación de alivio ver a gente que hacia lo que le gustaba.

—Bien, de hecho. Jamás pensé que estudiar me gustaría, pero las materias son bastante interesantes. —Él cierra la puerta de la oficina y comienza a enfocar con el objetivo hacia la pared que había pintado hace unos meses—. ¿Y ustedes dos? ¿Ya son novios o qué?

Me quedo helada con la pregunta, y miro al piso. Creo que Oliver está sonriendo.

—Ups, pregunta incomoda —ríe Mark.

Él toma varias fotos más, mientras charla animadamente con su hermano. Dirijo la vista a mi móvil, solo para aparentar estar ocupada con algo, hasta que termina. Se despide rápidamente con la excusa de que llega tarde a la facultad, y sale trotando por la puerta.

Cada momento en silencio lleva me lleva a pensar en lo mismo que me ronda la cabeza desde hace unas semanas, justo después de regresar a la librería. Me recorre una extraña sensación de desesperación mezclada con satisfacción e ilusión, que me hace temblar de pies a cabeza.

—¿Qué te pasa a ti, eh? ¿Algo nuevo, que andas tan callada? —inquiere Oliver.

No quiero responder, porque sé como reaccionará. Si tan solo entendiera...

—Nada, estoy como siempre...

Yo pensando que volver a la librería me generaría alivio...

No tenía ni idea.

Miro mi bolso a mi costado. Los papeles que había ordenado anoche sobresalían un poco, como burlándose de mí.

—No quieres contarme. —dice, acercandose. Su expresión denota preocupación.

—Bueno, sí pasa algo —confieso. ¿Cuándo si no?

Es ridículo cuando una persona intenta aparentar algo que no siente. Intento aparentar seguridad, confianza, determinación..., pero mi voz es sólo un murmuro. No sé si el nudo se encuentra en mi estómago o en mi garganta (tal vez en ambos), pero trago duro para serenarme. Me repito por enésima vez en el día "Estoy segura. Es una buena idea".

—¿Qué pasa?

Oliver se ha acercado. Ha visto la mentira más allá de mi intento fallido para hacerle creer que todo está bajo control. No sé por qué, pero Oliver siempre se da cuenta.

Saco los papeles de mi bolso, pero las manos me tiemblan. Es una buena idea, lo es... Se los extiendo. Él me mira confundido.

—¿Y esto...? —No continúa, ni tampoco respondo. Espero a que se de cuenta él. Cuando llega a la segunda hoja, abre los ojos más que nunca, y su expresión revuelve algo en mi interior—. ¿Tú... estás...?

—Sí, Oliver. —Respiro tan hondo como si así se libraran todas mis preocupaciones—. Estoy renunciando.

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Me reservo la nota de autor para la semana que viene 😈😈

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora