[40] La feria

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Casi no habíamos hablado desde que salimos de la recepción. Oliver me había preguntado qué cama quería, y yo elegí la que estaba más cerca del baño. Y listo. No hablamos más, sólo nos dedicamos a ordenar las cosas.

La verdad es que la habitación era genial. Tenía dos camas de dos plazas con sábanas grises, paredes blancas decoradas con lindos marcos de fotografías de espacios verdes. Al fondo había un amplio baño que tenía un jacuzzi, una ducha con una tecnología incomprensible para mí, y un espejo grande y hermoso. Del lado de la cama de Oliver una gran ventana que daba a los jardines nos preveía de una tenue luz natural.

—Estoy agotada —digo, sentándome en mi cama y frotándome los ojos, unos minutos después de haber acomodado mis cosas.

—Si quieres puedes dormir un poco. Yo... me iré a la parte de comidas, no como nada desde el almuerzo en el avión —dice él, desganado. Yo asiento—. Ah, y aquí tienes las cosas que metiste en mi maleta.

Deja la bolsa con mis cosas -inclusive mi ropa interior que el no sabía que había cargado durante todo el viaje- en mi cama, junto a mí.

Se despide y sale de la habitación, casi al mismo tiempo que cuando me dejo caer de espaldas a la cama. Y, pensando en alguna que otra cosa, no tardo en quedarme dormida.

* * *

No sé cómo pasó, pero cuando volví a abrir los ojos la tenue luz del atardecer había sido reemplazada por los rayos matutinos de un nuevo día. Un sonido chillón fue quien me hizo incorporarme.

—¿Enserio tienes ese sonido de alarma?

Oliver gruñó, y apagó la alarma de su móvil.

—La odio —dijo, con voz ronca. Se incorporó, y yo solté una rizotada—. ¿De qué te ríes?

—Tu cabello —digo, tomando un respiro. Sobre su cabeza parecía haber un nido de pájaros.

Él intenta aplastárselo con las manos a la vez que suspira con frustración.

—Cuesta demasiado mantener todo esto a raya —se queja. Se levanta, y va al baño con su ropa para cambiarse.

Sí, era muy incómodo ver a mi jefe con ropas de dormir, el cabello desordenado y descalzo. Yo no me veía muy diferente a como iba a trabajar; ropa algo arrugada, cabello enredado... Bueno, el aliento del demonio no iba con "la Louisa de librería".

Pero no me importaba. Yo había dormido más de diez horas y pese a todo, estaba de buen humor.

Esperé a que Oliver saliera del baño ya vestido y como el Oliver normal y bien peinado que conocía, lo cual tardó un largo rato. ¡Uf, y dicen que las chicas somos las que tardamos! Después de cambiarme con mis jeans favoritos, una camisa a cuadros y mis zapatos de siempre, ambos nos dirigimos a la parte de comidas y desayunamos bien cargado. Con todo esto de la feria, quién sabe si volveríamos a comer para el almuerzo.

Y por fin nos subimos al bus que nos llevaría a la feria. Yo desbordaba alegría.

—Te ves algo emocionada —ríe Oliver, en el asiento junto a mí.

—¿Algo? Uf, creo que debo esforzarme más entonces —respondo—. ¡La emoción brota de mis poros!

Sí, entendía que tenía que pasarme toda la tarde vendiendo libros en un puesto, pero ya lo había hablado con Oliver, y dijo que antes de cerrar podíamos ir a recorrer un poco los libros. Y ahí gastaba mis míseros ahorros en libros, y le pedía a gente importante firmarlos. ¡Todo perfecto!

Un Auténtico DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora