Cap. XI [La anestesia sedará su joven corazón]

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NARRA GIULIANA.
El calor me estaba matando. Sentí el encierro. Se me estaba dificultando respirar. Ya no sentía el perfume de mi amiga. Parecía un viaje largo. Algunos movimientos bruzcos facilitaban mis golpes contra los objetos que se encontraban ahí.

Lo que parecía ser un vehículo, se detuvo.

Sentí unas manos frías que me agarraban. Me bajaron y me pusieron de pié. Mis piernas temblaban. Me tambaleaba sobre mis talones. El rocío de la noche erizaba mi piel.

Escucho música. ¿De dónde viene?

El creciente sonido de la música, aumentaba a medida que caminaba. Siempre atada. Siempre tapada.

Xxx- ¿Y éstas?- escuché una voz femenina.

Xxx- Son las nuevas- dijo esta vez, una vóz varonil.

¿Estas? ¿Nuevas?

Unas largas uñas se clavaron fuertemente en mis brazos. Un perfume mega dulce, impregnaba mi sentido del olfato.

Xxx- Linda... Se viene lo bueno para vos- decía la mujer, mientras me sacaba la tela de la cara. Pude visualizar una lúz neón. Me shockeó. Era muy fuerte.

Me guió por un pasillo largo. Abrió una puerta. Y me adentró. Quedé sola en esa habitación. O... no tan sola como pensaba.

Xxx- Mucha ropa para mi agrado, ¿no amigos?- dijo una voz.

Xxx- Muchísima- se reían. No era uno. Ni eran dos. Eran cinco hombres. Robustos. Sentados en un sillón, tomando lo que parecía ser vodka.

Xxx- ¡Vení linda, no mordemos!... Bah, por ahora- volvieron a reírse.

Un pinchazo desprevenido en mi cuello hizo que me mareara repentinamente.
Todo se nubló. Y pude notar la existencia de otros colores en el lugar. La imágen se tornó algo abstracta. Sentía mi cuerpo totalmente regalado a mis estímulos. Frío. Mucho frío. Mi cuerpo temblaba.
Quería hablar. Necesitaba hacerlo. Quería gritar. Anhelaba poder hacerlo.
En un momento, dejé de sentir. Sólo respiraba. Mi cuerpo estaba en estado nulo.

Al cabo de unos segundos, pude sentir esa horrible sensación. Alguien entraba en mí, con completa brutalidad. Sentía cómo me destrozaba de a poco. Lo sentía. Y lo sentí durante toda esa noche.

Juro, que jamás podré explicar con las palabras exactas, lo que pasó en esa habitación. Preferí, no sentir.

NARRA ____.
Mis gritos fueron en vano. Nadie me escuchaba. Nadie venía por mí.

Pude visualizar a alguien entrando a la habitación donde me encontraba.

Xxx- Buenas noches- dijo una voz familiar. Se acercó a la luz neón que decoraba el lugar. Era él. Maldito Loan- Te traje algo- me acercó un recipiente con uvas.

____- ¡Sos un hijo de puta!- le escupí.

Un puño cerrado, aterrizó sobre mis mejillas.

Loan- Tranquila linda, no empecemos a pelear, que la noche es jóven.

____- ¿Por qué hacés esto?- dije entre lágrimas.

Loan- Porque sos hermosa- me besó. Corrí mi cara.

____- ¿Dónde está Giuliana?- dije sin más preámbulos. Él sólo reía- ¡Respondeme mierda!- tiré las uvas al piso.

El ladeó la cabeza. Causando que algunos huesos de su cuello, truenen.

Loan- Ella se está divirtiéndo. Pasándola bien- se reía.
Se acercó a mí. Colocó su mano en mi nuca. Se aproximó a mi boca y sobre ella musitó- Sos consciente de que él no va a venir por vos, ¿no?- intentó besarme, pero giré mi cara. Terminó besando mi mejilla.

Miles de lágrimas salían de mí.

Loan- ¡No llorés!- estampó su puño en mis costillas unas tres veces. Causando que caiga al suelo, arqueando mi espalda del dolor. No pude evitar seguir llorando- ¡Te dije que no llores!- tomó mi peló. Sostuvo mi nuca y empujó mi cabeza contra el piso. Me dió algunas patadas en la mísma.
Sentía el dolor. Pero, tenía dos hipótesis: ¿era dolor por lo que sentía debido a sus agresiones? o, ¿era dolor porque sabía que Patricio no iba a venir a buscarme?

Yo mísma fuí quién le pidió permanecer alejados. Que me olvide. Que no me busque más.
¡Me arrepiénto tanto!

Durante toda esa noche, recibí golpes. Y más golpes. Y más golpes. No sólo de Loan. Varios hombres entraban a la habitación. Me observaban detalladamente. Querían de mi, pero me negaba. Y eso los irritaba, causando que me mataran a golpes cada vez que lo hacía. Ya no sentía mi cuerpo. Estaba destrozada. Lo único que quería, era ponerle fin a ésto. Y si la muerte era la solución, bienvenida sea.

Los segundos, se hicieron minutos. Los minutos, horas. Las horas, días.
Seguía ahí. Con la esperanza de que mi amiga esté viva, y en mejores condiciones que yó. Rezaba porque esté sana.
Loan venía, me hacía suya. Me golpeaba. Luego se iba. Y ese episodio se repetía día, tras día. También con otros hombres. Nunca eran los mísmos.

Las drogas, sustituían las comidas. A veces, me daban agua, con suerte.

Cada tanto pensaba en mi casa. Mi familia, ¿qué estarán haciendo?
Pensaba en lo felíz que era con ellos. Pensaba en mi amiga, donde quiera que esté. En la tierra o en el cielo.
Sólo deseaba que esté bien, y que no le falte nada. Que no me olvide, nunca.
Esas inolvidables vacaciones que tuvimos juntas en Necochea.

Giuliana y yo caminábamos por la orilla del mar. Juntábamos caracoles,
queríamos hacernos tobilleras.

Yo miraba a mi amiga, ella siempre desprevenida y en otra galaxia. La veía tan entretenida. Parecía una nena pequeña, felíz con sus conchitas de mar. Las guardaba en una bolsa que colgaba de su muñeca.

Al verla, mi mente viajaba a cuando éramos chiquitas. Jugábamos hasta altas horas de la madrugada. Mirábamos mucha televisión. Nos ensuciábamos. Siempre fuimos un desastre. Pero un desastre felíz.
Siempre fuímos una.
Cuando fuimos creciendo. Compartimos cumpleaños, fiestas y millones de aventuras. Recordé cuánto deseábamos esto. Vivir en la gran ciudad, siempre juntas. Lo planeamos desde siempre, era un sueño que poco a poco, se iba volviendo realidad.

Ahora, más que un sueño... era una pesadilla.

La puerta se abrió una vez más. Desataron mis manos. Mi cuerpo cayó rendido al piso. Ya no sentía nada, ni era capáz de entender a mi mente.
Imágenes borrosas y similares pasaban ante mis ojos. Siempre la mísma cama. Siempre la mísma lúz. Siempre mis muñecas unidas, y ajustadas por una soga, que me recordaba lo lindo que era ser libre. Siempre yo. Siempre con alguien diferente.

Luego del ritual, quedé enredada entre sábanas. Como siempre. Esas sábanas que me encadenaban a un presente duro y frío, del cual no podía escapar.
O... tal vez si.

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