Vendido

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Los primeros días son duros. Es difícil asimilar que mi cuerpo, mi vida, mis decisiones..ya no son mías. Que ya nada me pertenece. Que solo vivo a la espera de lo que otros quieran de mi. Y lo peor de todo es no saber que me depara el día siguiente.

Me enseñan como cuidar de la pequeña cicatriz en mi estómago. Las primeras veces es un auxiliar del centro el que lo hace, pero a los pocos días empiezo a usar obligatoriamente el pequeño botiquín de mi habitación. No es que tenga mucho mas en esta. Todas mis pertenencias quedaron atrás. Tan solo hay una cama individual básica, un baño con una pequeña ducha y un armario de una sola puerta donde se guarda ropa holgada y blanca que alguien se encarga de lavar y volver a colocar en su lugar una vez utilizada.

Los otros hombres que hay aquí son como yo, futuros esclavos. No todos los reproductores lo son, por supuesto. Los primeros reproductores fueron aquellos que, mientras las mujeres todavía existían, encontraron en otro hombre al amor de su vida. Aquellos que se enamoraron y quisieron una familia propia. Todavía quedan parejas así, pero cada vez son mas escasas. Normalmente los bebés resultantes de los esclavos son criados por el propio esclavo y su pareja, pero a veces, cuando el dueño del esclavo no quiere hijos, pueden ser dados a hombres solteros, familias de acogida o, en el remoto caso, a una granja de esclavos. Antes creo que se llamaban orfanatos... pero claro, cuando las mujeres existían, a esos niños no se les obligaba a ser reproductores al llegar a la adolescencia.

No hay mucho que hacer aquí, fuera de comer, dormir y aprender sobre los nuevos cambios en mi cuerpo. Hay varias clases a lo largo del día. Nos enseñan a controlar nuestros ciclos. Cuando debemos tomar las hormonas, como detectar un embarazo y la forma de llevarlo a término correctamente.

Diez semanas han pasado desde que desperté cuando me comunican que he sido vendido. ¿Qué?¿Cuándo?¿A quien? Por supuesto, ninguna de esas preguntas es respondida. Podemos responder, pero no se nos permite preguntar. Eso lo aprendí pronto.

Mi comprador pasará a por mi mañana, así que paso el día entre depilaciones, lavados y tratamientos estéticos que nunca se me habría ocurrido que podrían existir. Se siente extraño tener el cuerpo tan...limpio. No es que no haya sido siempre alguien aseado, pero tener todo el cuerpo desprovisto de vello hace que pueda sentir mi alrededor de forma distanta. No puedo dejar de observarme entre intrigado y extraño.

Me han dado la ropa que debo ponerme para presentarme frente a mi comprador. Estoy tan acostumbrado a la ropa del centro que no recordaba lo bien que se sienten unos tejanos. El resto de mi indumentaria es una camisa blanca y una americana oscura. Casi parecen hechos a medida, me van como un guante.

Cuando el coche aparca frente al centro de reproducción ni siquiera hay un adios por parte del personal. Tampoco veo al hombre que me ha adquirido, dentro del vehículo no hay nadie, y el conductor es un chófer bastante impersonal. Me abre la puerta trasera y me hace sentar antes de rodear el coche para posicionarse en el asiento del conductor, llevandome sin mediar palabra al que a partir de hoy será mi hogar.

Siento mis manos temblar y sujeto la una con la otra para intentar remediarlo. Nunca me han gustado los cambios. Una vez, cuando tenía siete años, tuvimos que mudarnos porque la sede de la empresa de mi padre cambió de localización. Mi hermano Max acababa de morir de una pulmonía y mi madre enfermó gravemente poco después. Demasiados cambios en poco tiempo. Mi vida pasó de ser tranquila y feliz a un constante ajetreo que no terminó hasta que conseguí una ligera estabilidad al final de mi etapa de instituto. Tuve un promedio bastante bueno, aunque mi adolescencia fuese bastante caótica, en parte por culpa del virus. Era extraña la sensación de perdida de control a nivel mundial. Ver las aulas vaciarse cada vez mas rápidamente. Realmente nadie le dió importancia hasta que empezaron a morir. Pero de eso hace ya bastante tiempo.

El coche se detiene frente a una casa de ladrillo rojo bastante ostentosa. Bueno, era de esperar, considerando que quien sea que me haya comprado ha mandado a un chófer a por mi en lugar de acudir personalmente. No todo el mundo puede permitirse un chófer. A lo sumo un taxi.

La vivienda tiene tres plantas visibles desde el exterior, aunque la tercera parece mas bien una buhardilla. Las pequeñas ventanas a la altura del suelo dan a entender que hay también un sótano. Odio los sótanos.

Lo que yo no se todavía es que probablemente a partir de ahora los odiaré mucho mas.

I dreamed a dreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora