El segundo día

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Despierto con la cara pegada a una hoja de papel. Necesito parpadear unas cuantas veces hasta centrarme y ver la carpeta con los datos de Alec repartida por toda mi cama, algunas de las hojas bastante maltratadas. -Maldita sea.

Me encargo de recogerlo todo como puedo y lo dejo sobre la mesita de noche, caminando descalzo hasta el baño para lavarme la cara, a ver si así consigo despejarme del todo. Es entonces, una vez fresco, cuando me percato del olor que flota en el ambiente. ¿Eso que huelo es panceta? 

Camino hasta la cocina, viendo un hermoso hombre preparando el desayuno, moviéndose cómodo sobre dos sartenes y controlando al mismo tiempo la cafetera. 

Me siento en la isla de la cocina, cruzando ambos brazos sobre la superficie de mármol oscuro. - Hacía mucho que nadie me preparaba un buen desayuno... es revitalizante. -De hecho no recuerdo la última vez que eso había pasado. Normalmente los hombres que pisan mi cama salen corriendo justo después o soy yo quien los echo a la mañana siguiente. No me llaman las relaciones largas, o por lo menos no he encontrado todavía a un hombre lo suficientemente soportable como para aguantarlo mas de tres noches seguidas.

Lo veo girarse levemente ante mi comentario con una suave sonrisa que me calienta por dentro. No sabía que podía sonreír así, pero ahora que lo sé se convierte de pronto en un nuevo propósito. Algo tan hermoso debería iluminar el mundo, no quedar oculto. 

Me sorprendo gratamente cuando unos minutos mas tarde platos y mas platos empiezan a aparecer frente a mi. Huevos revueltos, panceta, tortitas, salchichas, tostadas de pan horneado, café, zumo de naranja y un plato con sandía, melón, naranja, fresas y kiwi perfectamente cortados y ordenados. -Wow... ¿Hemos de comernos todo esto nosotros dos? Si que debes de tener hambre. 

Un ligero sonrojo aparece en sus mejillas y sonrío. Se ve adorable. Se encoge de hombros aún con cierta timidez y le invito con un movimiento de mano a que se siente frente a mi. -Hablemos después, no vamos a dejar que esto se enfríe. -Me sirvo una buena porción de huevos revueltos, soltando un pequeño gemido de satisfacción cuando los pruebo. -Merlín, Alexander...¡están exquisitos!¿Dónde aprendiste a cocinar? -No espero una respuesta, llevando rápido otra porción a mi boca. Okay, unos huevos revueltos no es lo mas complicado del mundo de preparar, pero dentro de su sencillez tienen un toque especial... y además están perfectamente en su punto.

-Teníamos una nana, cuando era niño. Mi hermana amaba cocinar, pero se le daba fatal. No podía hacer bien ni unas simples tostadas... mis padres viajaban mucho por negocios y solían dejarnos solos una vez crecimos un poco... así que aprendí a cocinar antes de que Izzy nos intoxicase a ambos. No se puede vivir eternamente de pizza, ¿cierto? - Niego divertido, sonriendo ante el hecho de que empiece a abrirse conmigo. Que no solo responda a mis preguntas, sino que me cuente cosas personales por su propia voluntad. 

-Viví de pizza mi primer año de universidad- admito. - Mas tarde mi compañero de habitación me enseñó algunas cosas básicas y mi gusto culinario hizo el resto. Tenía curiosidad por probar y poco después también por reproducir, me dejaba el sueldo en restaurantes cada vez mas caros. Me llama la comida asiática, y no, no es una ironía. Y la francesa, me encanta la comida francesa. La cocina india tiene un punto curioso, pero a veces es demasiado especiada para mi gusto. - Sonrío levemente al ver su cara de perplejidad. -Lo siento, hablo mucho, lo sé. Puedo llegar a saturar. 

Sonríe, -oh, esa sonrisa de nuevo- negando con la cabeza. -Me gusta la gente que no calla lo que piensa. Es mejor que tener que ir adivinando. Yo no he probado demasiada comida extranjera, mis padres eran bastante tradicionales. Aunque una vez probé el sushi. No me gustó especialmente.

Le devuelvo la sonrisa encantado de saber un poco mas de él, aunque solo sean pequeños detalles. Detalles, Magnus, detalles. No pidas nunca sushi para la cena. La conversación pronto acaba siendo un monólogo por mi parte, contándole sobre todas las comidas que he probado alrededor del mundo y mis impresiones sobre ella, asegurandole siempre que podemos en cualquier momento visitar los múltiples restaurantes de comida internacional de la ciudad. Ventajas de vivir en Nueva York. -Decidido, esta noche iremos a mi favorito. 

Recojo algunos platos vacíos de encima de la isla y tras pasar los mismos por un poco de agua los voy metiendo en el lavaplatos, notando su mirada sobre mi. Intento no hacer demasiado de ello y lo ignoro hasta que, una vez que está todo recogido, alzo la mirada hacia él, causando solo con eso un nuevo sonrojo en sus mejillas.

-Magnus yo... -se muerde el labio, sus ojos mirando fijamente al suelo, sus hombros echados hacia delante entre tímido y avergonzado. Finalmente parece tomar una decisión, terminando la batalla en su cabeza. Eleva su rostro y cuadra sus hombros, mirandome fijamente. - Gracias...por ayudarme ayer. Por defenderme. No tenías por qué hacerlo y lo sabes bien. La ley no defiende a los esclavos. Aquel hombre podría haberme... tu sabes. Pero me protegiste y... sólo gracias. - Puedo ver como traga saliva y baja de nuevo la mirada. - Otro incluso habría disfrutado mirando. Le habría gustado verme sometido. 

Recuerdo las anotaciones en su historial, su declaración tras haber sido retirado de su primer dueño. -¿El señor Lloyd? - Asiente casi imperceptiblemente tras unos segundos y pongo una mueca, llevando mi mano a su mejilla en una caricia que provoca un sobresalto de su parte. Retiro mi mano unos segundos dudando, pero finalmente vuelvo a acercarla a su cara, acariciando su mejilla con el pulgar mientras el resto de mi mano eleva su rostro. -No voy a dejar que nadie te haga daño, Alec. Me guste o no, me perteneces ahora, al menos en términos legales. Y no dejo que nadie toque mis cosas. 

I dreamed a dreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora