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-¿Y ésta jovencita tan linda? ¡No me digas que es tu novia! ¡Y no me lo dijiste!- escuché a mi tía Anne.

-No es mi novia, tía- sentí mis mejillas encenderse, sabía que se refería a Dian –Ella es mi amiga-

-¡Vamos Anni, déjanos hablar a nosotros también!- escuché a mi tío Ricardo.

Supuse que toda mi familia estaba allí, se escuchaban muchas voces hablando todas juntas preguntándome distintas cosas.

De todas esas voces una a mi lado sobresalió.

-¿Estás bien, Ty? Porque recuerda que tenemos un partido pendiente- era mi primo Mariano. Tenía siete años y le encantaba jugar futbol.

-Sí... Este... Creo que se pospondrá un poco- traté de sonreír.

-Ya déjalo en paz, Mariano. Si es muy fácil ganarte a vos- escuché a mi primo Hernán.

Tenía diecisiete años y me caía bien, solo que a veces era un poco pedante, presumido, egocéntrico, creído, duro... Y bueno, muchas cosas más. Pero en general era buena persona... La mayor parte del tiempo. Había vivido en Argentina un tiempo, por lo que se le pegó el acento.

Nuestra relación era extraña. Era una de esas relaciones competitivas en donde uno siempre buscaba superar al otro, en lo que sea. Habíamos tenido muchas peleas "amigables" y nos habíamos gritado infinidad de veces, pero siempre quedábamos bien, sin siquiera disculparnos. Igual sólo lo veía rara vez, así que no pasábamos el suficiente tiempo juntos como para hartarnos el uno del otro.

-Vamos, si Mariano es mejor arquero que tú- escuché a Joel, el mellizo de Hernán y hermano de Mariano.

Él también tenía diecisiete, pero era muy distinto a Hernán. Joel era más tranquilo. No era un angelito, pero era calmado y gracioso. Cada vez que había alguna pelea entre Hernán y Mariano, Joel era el que lo resolvía. En muchos aspectos superaba a Hernán, sobre todo en estudios. No era un genio precisamente, pero equilibraba muy bien su vida social y su vida de estudios.

Tras la separación de sus padres Joel convivía con su madre y Hernán con su padre, Mariano iba y venía entre los dos. El padre vivía fuera del país y la madre, la tía Paola, vivía en el país. Hace tiempo que Hernán no volvía donde su padre, se había peleado con él y decidió buscar refugio en su madre, hace unos tres o cuatro meses.

-Cielo... ¿Estás bien?- escuché a mi tía Paola.

-Um... Sí. Lo siento, estaba pensando-

-Uy... ¿Dolió? Como casi nunca lo haces...- escuché a Hernán.

-¿Sabes? Como pasé un tiempo aquí conversé mucho con los médicos, y les hablé de ti...- le contesté a Hernán.

-¿De mí?- tenía un tono irónico.

-Sí, se sorprendieron mucho de la cantidad de tiempo que viviste sin cerebro-

Toda la sala estalló en carcajadas.

-¡Buena esa primito!- escuché a Joel.

-Estuvo buena, payaso- ya me imaginaba la sonrisa pedante de Hernán.

Después de unos minutos de que toda la sala se llenara de gritos y conversaciones de las que yo sólo escuchaba algunas partes alguien susurró en mi oído.

-Creo que debería irme-

El aliento tibio con olor a menta de Dian en mi oído me causó escalofríos.

Me giré en la dirección de donde había escuchado a Dian.

-¿Por qué?-

-Porque... Pues porque es una reunión familiar y yo estoy aquí de infiltrada-

Sonreí.

-Claro que no. Por favor, no te vayas-

-Lo siento Ty, en verdad me siento incómoda metida aquí-

Quería que se quedara, pero no podía obligarla. Además en cierta parte tenía razón, no era una infiltrada, pero allí se iba a aburrir. Seguramente ella no encontraba ningún motivo para quedarse.

-Entiendo- dije –Adiós, Dian-

-Bye Ty-

Escuché que se despedía de todos. Intenté concentrarme en el sonido de la puerta abrirse y luego cerrarse, pero me fue imposible por el barullo.

-Viejo, creo que también deberíamos irnos. De hecho tenemos que irnos, debemos hacer tarea- escuché a Mauri en un susurro.

-Ok, tranquilos- sonreí.

Se despidieron de todos y me eché un poco más en la cama una vez se fueron. Significaba mucho que mi familia se preocupe por mí, pero honestamente me entristecía un poco.

Generalmente en las reuniones familiares había dos grupos: uno de adultos y otro de jóvenes. Los adultos se sentaban a hablar de cosas aburridas mientras que los jóvenes preferíamos jugar en un lugar más apartado o simplemente hablar de cosas entretenidas lejos de los adultos. Normalmente jugábamos escondidas, pero ahora no era posible. Ya ninguna reunión familiar sería igual. Yo ya no podía ver, ahora sería tratado como un discapacitado, como el problema que les impediría jugar a un montón de cosas. Sería solo un vestigio de lo que fui, una traba, un perjuicio, un ser incapaz de ver las maravillas que ofrece el mundo.


No me mires así  (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora