CAPITULO 2

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Shaoran Li estaba instalado en su bar favorito de Manaos, Brasil, con una botella de su whisky preferido sobre la mesa y su camarera preferida sobre las rodillas.

La vida tenía una manera de transcurrir en círculos, desde la porquería más grande a los mejores momentos, uno de los cuales era ése. En lo que a él se refería, no había nada como un buen whisky y una mujer compla ciente para que un hombre se sintiera bien. Y en eso entraba a tallar la dulce Mei. Como era no muy alta, exuberante, con piel clara y ojos… "llamativos" y sobretodo no hablaba más allá de lo básico del portugués, él se imaginaba que en realidad era otro tipo de mujer, pero eso no tenía importancia. Lo único que importaba era que pronto ella terminaría su horario de trabajo y lo llevaría a su cuarto, donde se dedicaría a hacerle el amor durante un par de horas. Sí, eso sí que era sentirse bien.

Christus, el dueño del bar, le gritó a Mei que se dejara de embromar y volviera al trabajo. La mujer hizo un mohín, luego rió y besó a Shaoran.

-Me faltan cuarenta y cinco minutos, mi amor. ¿Podrás esperar todo ese tiempo?

Shaoran levantó las cejas.

-Supongo que sí. Y te aseguro que a ti te valdrá la pena esperarme.

Mei rió: un sonido lleno de expectativas femeni nas.

-¡Vaya si lo sabré! ¡Bueno! -exclamó con irrita ción al tiempo que se dirigía hacia Christus, que la miraba con enojo, dispuesto a volver a gritarle. Cuando ella se levantó, Shaoran le palmeó el trasero y luego se dedicó a hacerle justicia al whisky. Como cualquier hombre cauteloso, estaba sentado de espal das a la pared. Ese bar en penumbras y lleno de humo era el favorito de los expatriados. De alguna manera, en los países extranjeros la gente siempre lograba reunirse con otra gente parecida. Brasil quedaba muy lejos de Hong Kong, el lugar donde Shaoran pasó la infancia, pero allí se sentía como en su casa. Ante la barra del bar se alineaban hombres que lo habían hecho todo y lo habían visto todo, pero que por diversos motivos ya no consideraban importante cuidarse las espaldas. A Shaoran le gustaba la mezcolanza de gente que se reunía en el bar de Christus: guías, hombres de río, mercenarios, tanto retirados como activos. Lo razonable era suponer que debía de ser un lugar ruidoso y lleno de pendencias, cosa que ocurría a veces, pero por lo general se trataba de un lugar cómodo y penumbroso, donde uno podía refu giarse del calor y rodearse de los de su propia clase.

Shaoran suponía que no correría peligro si se sentaba en alguno de los bancos del bar; allí no había nadie con intenciones de matarlo y Christus le cuidaría las espal das. Pero no se sentaba de espaldas a la pared porque esperara recibir una cuchillada o un balazo, aunque en su vida más de una vez estuvo a punto de que le sucediera. Se sentaba allí porque le gustaba ver a todos los que entraban y todo lo que sucedía a su alrededor. Un hombre nunca sabía demasiado. Él era observador por naturaleza y eso en muchas ocasiones le salvó el pellejo. Y a esa altura de su existencia no estaba dispuesto a quebrar un hábito de toda una vida.

Así que cuando los dos hombres entraron en el bar y permanecieron parados algunos instantes para que sus ojos se acostumbraran a la penumbra antes de elegir un lugar donde sentarse, Shaoran los vio enseguida y no le gustaron. Uno era un desconocido, pero al otro sí lo conocía, y no le gustaba lo que sabía de él. Fei Wong Reed era un mafioso carente de principios y de moral a quien no le importaba nada ni nadie, con excepción de sí mismo. Su camino jamás se había cruzado con el de Shaoran, pero la costumbre que tenía éste de reunir información le permitía saber mucho acerca de Reed. Una de las cosas que sabía era que aunque Reed era de su país natal, China, operaba en los Estados Unidos. ¿Entonces, qué estaba haciendo en Brasil?

Los recién llegados se acercaron al bar. Reed se inclinó para hacerle un comentario a Christus. El cor pulento barman se encogió de hombros pero no contes tó. Si no le gustaba la facha de alguien, el bueno de Christus podía mantener la boca cerrada como si fuera una almeja, otro de los motivos por los que su bar era tan popular.

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