CAPITULO 19

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Si Shaoran creía que ella se amilanaría, le iba a dar una lección.

Su profesión le había enseñado a sentirse cómoda con otras culturas, así que no protestó. Siguió alegremente a las mujeres hasta un estanque selvático muy bien oculto, adonde iban todos los días a nadar.

Por segunda vez en el día Sakura se desvistió y se metió en el agua. No hacía cinco minutos que estaban en el estanque cuando apareció una criatura con un atado claramente reconocible: la ropa de Shaoran.

A Sakura le divirtió la habilidad con que él había manejado el asunto, convencido de que ella no se negaría a lavarle la ropa si se lo pedía delante de todo el pueblo. Si lo hiciera, esa gente se escandalizaría, porque en la cultura a la que pertenecían, cada sexo y cada persona tenía deberes determinados y debía cumplirlos. Era sencillamente así.

Pero antes de dedicarse a la ropa, Sakura se solazó en el uso de un jabón gelatinoso que le proporcionaron las mujeres, de perfume fresco y un color verdoso. Con él se lavó concienzudamente de pies a cabeza. Era maravilloso volver a sentirse realmente limpia.

Utilizó el mismo jabón para lavar la ropa de ambos y, cuando salieron del estanque, una mujer amistosa, cuyo nombre, Alcida, revelaba contacto con el mundo exterior, le entregó una especie de crema enjuague para el pelo. Tenía un olor fresco y delicado, a flores. Después de usarlo, el peine de madera que las mujeres le proporcionaron se deslizó sin dificultad por su pelo.

Se puso un cinturón de hilos entretejidos que la dejaba completamente desnuda detrás, ya que consistía en una angosta faja que le rodeaba la cintura, de la que caían una serie de hilos tejidos al frente. Pero como todas las demás mujeres usaban esa mínima vestimenta, no se sintió tan incómoda como hubiera imaginado.

Y así estaba cuando Shaoran la vio, en el momento en que las mujeres entraron en el claro que rodeaba la moloca.

Shaoran tuvo la sensación de que una mano invisible acababa de pegarle un puñetazo en la boca del estómago.

Lo cierto es que le hubiera gustado arrojar una manta sobre Sakura para cubrirla de los ojos de los demás hombres.

No podía dejar de mirarla. La piel pálida de Sakura tenía un resplandor dorado y parecía un camafeo entre las indias de piel oscura. Los movimientos de los músculos suaves y fuertes de su cuerpo maravilloso eran un verdadero poema. Era delgada, pero no flaca; su figura no era "huesuda", como Shaoran consideraba a las modelos de revistas de modas. Más bien era prolija y tensa, con esa suavidad femenina que él adoraba.

Sintió una furia irracional ante la naturalidad de Sakura.

¿Cómo era posible que estuviese tan tranquila cuando se encontraba prácticamente desnuda delante de todos esos hombres?

Ni una sola vez había mirado en su dirección; por la falta de atención que le prestaba era como si él no estuviera allí, y eso también lo enfurecía. Jamás había sido posesivo con ninguna otra mujer, de manera que la fuerza de su reacción tan primitiva lo tomó por sorpresa. Sakura era suya, exclusivamente suya.

Ningún otro hombre tenía derecho a verla así.

Por fin Sakura lo miró y le dedicó una sonrisa tan angelical que Shaoran casi perdió el habla.

Las únicas veces que Sakura mostraba esa expresión angelical eran cuando se proponía ser perversa, y una sonrisa tan resplandeciente como ésa significaba que le esperaban serios problemas. Con un relámpago de intuición, supo que la causa había sido el lavado de su ropa. Posiblemente Sakura hubiera rociado las prendas con algo que lo llenara de sarpullido. No, eso sería demasiado fácil porque para él usar ropa o no usarla no tenía la menor importancia. Con ese taparrabos le bastaba.

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