CAPITULO 11'2

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Por las miradas que les dirigieron todos, Sakura se dio cuenta de lo que pensaban, pero no podía hacer nada al respecto. Shaoran se había esmerado en lograr que todos creyeran que ellos dos vivían una aventura; tratar de negarlo sería una pérdida de tiempo. Pero Sakura no era tan tonta como para echar al canasto la protección que esa supuesta relación le brindaba.

Enseguida de comer se retiró a su carpa, como era su costumbre. Al abrir la mochila encontró el mapa en el mismo bolsillo, pero no en la misma posición. De manera que lo habían revisado, pero sin duda no les sirvió de nacía. Revisó la porción siguiente del código para asegurarse de haberlo descifrado bien. Luego, convencida de que no había problemas, se desvistió y se acostó. Se sentía más extenuada que nunca; contener a Shaoran Li le exigía todas sus energías.

La siguiente serie de instrucciones los internaba aún más en la montaña y el camino era cada vez más tortuoso. Tenían que trepar y bajar hondonadas y el terreno era tan resbaladizo que Shaoran resolvió atarlos unos a otros, como andinistas. La cantidad de terreno que podían recorrer por día era prácticamente la mitad del que recorrían antes. Y lo más preocupante era que se veían obligados a hacer tantos rodeos que Sakura temía perder de vista la siguiente señal. Pero no había otra manera de avanzar. Para escalar esas montañas tendrían que haber sido expertos andinistas y contar con el material necesario. De modo que seguían el único camino posible, no tenían alternativa.

Durante el quinto día una fuerte tormenta los sorprendió en un sendero angosto y zigzagueante de la montaña. No tenían posibilidades de buscar refugio y en el sendero ni siquiera había lugar suficiente para cobijarse bajo las telas impermeables. Era apenas una cornisa, un saliente cavado en la ladera de la montaña, con paredes verticales hacia arriba y al borde de un precipicio. Se encontraban expuestos al viento y a la lluvia, rodeados de relámpagos y truenos resonantes.

-¡Acérquense todo lo que puedan a la montaña y agazápense! -ordenó Shaoran a los gritos, mientras recorría la hilera para que todos lo oyeran. Después volvió al lugar donde Sakura permanecía sentada con la espalda apoyada contra la pared de piedra, la cabeza y los hombros agachados bajo la lluvia. Se acuclilló a su lado y le pasó un brazo sobre los hombros para protegerla de la fuerza del agua. Las lluvias tropicales no eran suaves; rugían, arrancaban ramas de los árboles y las criaturas de la selva corrían en busca de refugio.

Sakura se acurrucó en brazos de Shaoran y se preparó estoicamente a soportar la tormenta. Tratar de seguir avanzando por el angosto sendero con ese tiempo habría sido suicida y además inútil, porque sin duda la tormenta habría cesado antes de que lograran llegar a algún refugio.

Los minutos transcurrían con lentitud mientras el diluvio se desplomaba sobre ellos. Los ojos de agua que caían desde lo alto de la montaña comenzaron a ensancharse y a tomar más fuerza, y los golpeaban con agua barrosa. La tormenta parecía interminable y permanecieron allí agazapados durante un tiempo que les pareció eterno, sobresaltados por cada relámpago y cada trueno. Pero de repente todo se acabó, y la tormenta siguió su camino por la montaña. Tras de sí sólo quedaron los ecos metálicos de los truenos. La lluvia cesó y salió el sol, que casi los encegueció con su claridad.

Se pusieron de pie con cautela, estiraron las piernas y la espalda acalambradas. Martín sacó un cigarrillo y buscó su encendedor. El metal mojado se le resbaló de entre los dedos y fue a caer al borde del sendero. Con un movimiento reflejo, sin pensar en lo que hacía, se adelantó para alcanzarlo.

Todo sucedió en un instante.

-¡No te acerques tanto al borde! -gritó Shaoran.

La tierra cedió con un sonido seco y Martín sólo tuvo tiempo de lanzar un grito de terror antes de desaparecer. Les pareció oír su grito durante un largo rato hasta que por fin se apagó.

-¡Mierda! -explotó Shaoran, soltando un trozo de la cuerda que llevaba alrededor de un hombro-. ¡Retrocedan! -rugió-. ¡Aléjense todos del borde del sendero! La lluvia lo ablandó.

Obedientes, todos se aplastaron contra la pared de la montaña, pálidos e impresionados.

No había dónde atar la soga, de modo que Shaoran se la ató bajo los brazos y le tiró el otro extremo a Pepe. -No me dejes caer -pidió y se tiró en el piso para mirar el precipicio.

Sakura estuvo por adelantarse, con el corazón en la boca, pero se obligó a permanecer donde estaba. Su peso sólo aumentaría el peligro en que se encontraba, pero se ubicó en forma tal de estar lista para ayudar a Pepe si el terreno llegaba a ceder bajo el cuerpo de Shaoran. Con cautela, Shaoran se asomó sobre el precipicio.

-¡Martín!

No obtuvo respuesta. A pesar de todo volvió a llamar dos veces. Luego se volvió hacia los demás.

-Binoculares -pidió.

Jorge los buscó con rapidez y, cuidando de no acercarse demasiado, los deslizó por el piso hacia la mano extendida de Shaoran.

Shaoran se llevó los binoculares a los ojos y los enfocó. Permaneció unos instantes en silencio, luego se los devolvió a Jorge y comenzó a alejarse del borde.

-Kinomoto, tome el lugar de Martín con la parihuela -ordenó. Tôya quedó tan sorprendido que obedeció sin protestar.

Sakura se hallaba pálida y tensa. Por casualidad estaba mirando a Martín en el momento en que éste cayó, y alcanzó a ver su expresión de horror cuando el terreno cedió bajo sus pies. En ese momento Martín debió comprender que moría y que no podía hacer nada por evitarlo. También el padre de Sakura había muerto a causa de una caída en la montaña. ¿Habría sido en ese mismo lugar? ¿En sus ojos también se habría pintado esa misma expresión horrorizada e indefensa?

-¿Qué vas a hacer? -le preguntó a Shaoran con una voz sin inflexiones.

Shaoran le dirigió una mirada aguda.

-Seguimos adelante. Tenemos que salir de este sendero de cornisa.

-Pero... tenemos que bajar. Tal vez no esté muerto. -Sentía que por lo menos debían hacer el esfuerzo, aunque comprendía que sólo un milagro habría impedido que Martín muriera en la caída. -Y si... si está muerto, tenemos que enterrarlo.

-No podemos llegar a donde él está -contestó Shaoran, acercándosele. No le gustaba el aspecto de Sakura, temía que se hallara en estado de shock.

-¡Pero es necesario que bajemos! Tal vez sólo esté herido...

-No. Está muerto.

-Ni siquiera con esos binoculares puedes saber si todavía respira...

-Sakura. -La rodeó con los brazos, la acercó a su cuerpo embarrado y le acarició el pelo mojado. -Te doy mi palabra de que está muerto. -Martín se había destrozado la cabeza contra las piedras, como si se tratara de un melón maduro. No podían hacer nada por él, y no quería que Sakura viera el cadáver.

-Entonces tenemos que recuperar su cuerpo.

-No podemos. Este saliente no aguantaría, ni siquiera si tuviéramos los elementos necesarios. Haría falta un equipo de expertos para subirlo.

Ella permaneció unos instantes en silencio, pero Shaoran percibió que temblaba y la abrazó con más fuerza. -¿Volveremos a buscar su cuerpo? -preguntó ella por fin.

En ese caso, tenía que contestarle la verdad.

-No quedará nada para volver a buscar. -Cuando ellos emprendieran el camino de regreso, la jungla habría destruido todo rastro del cuerpo de Martín.

-Comprendo.

Sakura cuadró los hombros y se alejó de Shaoran. Realmente lo comprendía. De no haber estado tan impresio nada y angustiada, jamás habría hecho una pregunta tan tonta. No podían hacer absolutamente nada por Martín. Y lo único que podían hacer por sí mismos era seguir adelante.

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