CAPITULO 23'2

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No pudo continuar, porque en la sala estalló un murmullo parecido al sonido de un panal de abejas furiosas. Tal como Sakura suponía, la prensa no permitió que el Departamento de Antigüedades formulara las primeras preguntas.

-¿Está diciendo que encontró a las Amazonas, señorita Kinomoto? -preguntó un reportero.

-Eso lo dirán los historiadores. La Ciudad de Piedra requerirá muchos estudios. Lo único que digo es que encontramos estatuas de mujeres guerreras.

-¿Y de qué tamaño son esas estatuas?

-Incluyendo el pedestal, deben de medir aproximadamente tres metros.

-¿El código que usó su padre se relacionaba con la inteligencia militar? -preguntó otro periodista.

-No, mi padre era profesor de arqueología.

-¿Fujitaka Kinomoto?

-Sí -contestó Sakura y se preparó para lo que la esperaba.

-¿No se lo conocía como "el Loco Kinomoto"?

-Sí. Pero esto demuestra que no tenía nada de loco. Estaba en lo cierto.

-¿Qué clase de código era ése?

-Un código que él desarrolló cuando yo era niña. Está basado en el 'Padre nuestro'. -Se dio cuenta de que Shaoran le dirigía una mirada de incredulidad.

-Señorita Kinomoto -dijo un caballero de barba y traje cruzado, que Sakura supuso pertenecía al Departamento de Antigüedades-. ¿Qué pruebas trajo de ese fabuloso descubrimiento? -Un profundo silencio cayó sobre el salón. -¿Fotografías, quizá? -insistió el caballero-. ¿Muestras? -Al ver que ella no respondía, el funcionario suspiró. -Señorita, sospecho que ésta es exactamente la clase de... broma que su padre tenía la costumbre de hacer.

-Tal vez -interrumpió Shaoran con suavidad- usted les deba una disculpa tanto a la señorita Kinomoto como a su padre. Tenemos pruebas.

Sakura se puso blanca. En ese instante lo supo. Miró con sorpresa a Shaoran, que se agachaba para sacar un paquete que había debajo de la mesa.

-Shaoran -dijo alejándose de los micrófonos.

Él le guiñó un ojo, y la miró con expresión traviesa mientras comenzaba a desenvolver el paquete. Cuando la tela cayó, la piedra roja resplandeció con brillo enceguecedor bajo la luz de los reflectores.

-Éste es el Corazón de la Emperatriz -dijo Shaoran-. Un diamante rojo, una de las gemas más raras del mundo. -Las cámaras disparaban como locas y los periodistas estallaron en un estruendoso griterío. El señor del Departamento de Antigüedades miraba el brillante con la boca abierta. -Aunque yo creo-continuó diciendo Shaoran- que a partir de este momento habría que rebautizarlo con el nombre de "brillante Sakura".

...

-¡No puedo creer que hayas hecho eso! -exclamó ella, ya de vuelta en la suite.

Por fin Shaoran había conseguido alejarla de la locura que reinaba abajo. El diamante se encontraba bajo la fanática y amante custodia del Departamento de Antigüedades, y ya se hacían frenéticos esfuerzos por organizar otra expedición. Los teléfonos no cesaban de sonar pues los arqueólogos de todo el mundo querían ser incluidos en la empresa. Esa tarde, el Corazón de la Emperatriz aparecería en los noticiarios de televisión del mundo entero.

-Fue un poco dramático -convino Shaoran-, pero conveniente. Mucho mejor que haber tenido el brillante sobre la mesa desde el principio.

-No me refiero a eso -dijo Sakura, que parecía a punto de llorar.

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