CAPITULO 9

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A pesar de que sabía que el día sería difícil, a Sakura le costaba creer que lo fuera tanto.

La mochila que llevaba era tan pesada que cuando se detuvieron, al mediodía, pensó que no sería capaz de volver a levantar los pies. Las correas se le hundían en los hombros, y le dolían los muslos. Caminar a través de una jungla nunca era fácil, aun cuando no se llevara carga, pero cargada era una verdadera tortura.

Hasta costaba inhalar el aire pesado y húmedo. Había que estar atenta para no tropezar con raíces, evitar el contacto con las malezas que causaban urticaria, y llevar un palo en la mano para ahuyentar cualquier clase de bichos que uno molestara al pasar.

Shaoran y los dos tucanos, Pepe y Eulogio, parecían incansables, aunque Shaoran estaba empapado de sudor, mientras que los tucanos permanecían secos. Sakura se sintió orgullosa de pensar que por lo menos tenía tanto aguante como los ayudantes, y más que Dutra. Tal como sospechaba, los que peor lo pasaban eran Tôya y Reed, que no contaban con la preparación física necesaria para soportar el esfuerzo. Ese primer día Shaoran no les impuso un avance muy veloz, pero a pesar de todo ambos respiraban con ese jadeo profundo y ronco que indica una completa extenuación. Cuando Shaoran ordenó un descanso, se dejaron caer en el mismo lugar en que se encontraban, sin sacarse siquiera las mochilas.

Sakura se sacó la suya y se sentó.

-Beban un poco de agua -aconsejó al notar la palidez de su hermano-. Y tomen una pastilla de sal. -Ninguno de los dos se movió. -Beban un poco de agua -insistió.

Tôya abrió un ojo para mirarla con furia.

-¿Quién eres tú para darme órdenes? -preguntó-. ¡Mandona de porquería!

-Le conviene hacerle caso -intervino Shaoran con tono duro-. Ella sabe mucho más de esto que ustedes. Si quieren sentirse mejor hagan lo que ella les dice, porque si no están listos para continuar la marcha cuando lo estén los demás, los dejaré aquí.

Reed no intervino en la discusión, y a los pocos instantes bebió de su cantimplora. Sakura notó que también tomaba una tableta de sal. Pero la expresión con que miró a Shaoran no era agradable, y ella se dio cuenta de que, considerando que financiaba la expedición, no debía de haberle gustado la posibilidad de que lo dejaran atrás.

Malhumorado, Tôya siguió el ejemplo de Reed y muy pronto empezó a sentirse mejor; por lo menos lo bastante como para comer una buena ración cuando Pepe sirvió la comida.

Cuando se preparaban para volver a iniciar la marcha, Tôya se acercó a Sakura.

-Creo que yo llevaré tu mochila, y tú llevarás la mía -dijo de mal modo-. Ya verás que entonces no estarás tan animosa. Dudo que aguantes una hora. Si hubieras cargado el peso que te corresponde, no podrías haberte mantenido a la par nuestra.

A Sakura no se le ocurrió nada que pudiera haber desencadenado tanta hostilidad, y se volvió para que su hermano no viera el dolor que se reflejaba en sus ojos. Era una tontería, pues conocía bien a Tôya y sabía que no podía esperar ninguna clase de consideración de su parte, pero era su hermano y no lo podía borrar de su vida. Aun así le sorprendió comprobar lo vulnerable que se sentía ante sus ataques.

No le gustaba la idea de que Tôya cargara con su mochila, ya que allí llevaba la pistola, pero no estaba dispuesta a discutir por ese motivo. No era tan importante.

-No toque la mochila de Sakura -intervino nuevamente Shaoran. A él no le importaba lo que Tôya Kinomoto pudiera decir o pensar. -¡Pedazo de imbécil! Ella lleva tanto peso como usted, tal vez más. Pensándolo bien, ¿por qué no levanta las dos mochilas para comparar lo que pesan? Pero después deposite la de ella con suavidad en el suelo y cállese la boca.

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