CAPITULO 6

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Los monos aulladores se encargaron de que nadie pudiera dormir después del amanecer. A los primeros chillidos, Sakura se irguió de un salto, apartó el tul del mosquitero y se preparó para el ataque que esperaba enfrentar. A su lado, Shaoran lanzó un gruñido y una maldición, pero se levantó sin alarmarse.

Después de su reacción inmediata, Sakura compren dió cuál era la causa del griterío. Había leído acerca de los monos aulladores, pero no sabía que el ritual del amanecer, en el que establecían su territorio, fuese tan estridente. Los aullidos se extendieron hasta que los monos parecían millares de personas que gritaban al mismo tiempo. Sakura se avergonzaba del miedo que experimentó, pero una mirada a la otra embarcación le indicó que tanto Tôya como Reed se habían puesto de pie con igual sobresalto. Por la expresión de ambos comprendió que todavía no sabían lo que sucedía.

-Te asustaron, ¿eh? -murmuró Shaoran mientras bostezaba y se pasaba una mano por la cara.

No tenía sentido que tratara de mentir.

-Estuve a punto de morirme de miedo -admitió-. Me parece increíble que alguien se pueda acostumbrar a ese ruido, pero todos ustedes actuaron como si sólo se tratara de un reloj despertador.

-Básicamente no es más que eso. ¿Cómo dormiste?

-Mejor de lo que esperaba. Debo de haber estado cansada. -O tal vez se sentía a salvo durmiendo cerca de él. Bueno, ¡qué idea tan ridícula!

Shaoran se desperezó como un tigre soñoliento; después pasó un brazo pesado sobre los hombros de Sakura y la volvió hacia el este.

-Mira... -dijo con una voz matinal más profunda y lenta que de costumbre.

Ella contuvo el aliento. El sol era una enorme bola resplandeciente que colgaba en un cielo perlado, y los árboles se delineaban en negro contra él. El río estaba tan tranquilo que parecía un oscuro espejo, una cinta serena que se enroscaba por entre la jungla. Algunas nubes parecían enredadas en las copas de los árboles, como si se tratara de los últimos vestigios del vapor surgido de la creación del mundo. Y eso era lo que se sentía: que era el principio de los tiempos y ellos se hallaban presos en ese río donde la naturaleza todavía reinaba suprema.

Shaoran la dejó así, perdida en el amanecer, mientras él ponía las cosas en marcha.

El desayuno consistió en café, huevos revueltos, tocino y tostadas, algo absurdamente normal considerando el lugar donde se encontraban y que los huevos eran en polvo y el tocino había salido de una lata. Bajo la eficaz supervisión de Shaoran, preparar el desayuno, comerlo y limpiar todo les llevó menos de cuarenta y cinco minutos. Antes de que a Sakura le pareciera posible, ya estaban nuevamente navegando hacia la corriente del río.

El día anterior había comprendido que a bordo no había mucho que hacer para mantenerse ocupada, pero la novedad de la experiencia le impidió aburrirse. Sin embargo, supuso que el segundo día sí se aburriría. Lo esperaba, pero no fue así, a pesar de que la alta maraña de vegetación que bordeaba el río parecía no cambiar nunca. Alcanzó a percibir destellos de color en medio del verde oscuro cuando las cotorras de brillantes colores volaban de rama en rama, y de vez en cuando le llamaba la atención una orquídea u otra flor extravagante, pero por lo general no se alcanzaba a ver más que una jungla interminable. Aun así, Sakura continuaba fascinada por la riqueza de esa naturaleza increíble.

Pudo haber sido por muchos motivos. Tal vez fuera el ronroneo hipnótico del motor, tal vez el encanto soñoliento de los climas cálidos que convierten la posibilidad de volverse tropical en algo traicionero y peligroso, pero se sentía extrañamente feliz. El río en sí era fascinante. No era negro, sino del color del té, y variaba de un tono marrón claro a un ámbar brillante. Mientras la mañana todavía estaba bastante fresca, Sakura se instaló en la proa y se dejó adormecer por el dibujo del agua al pasar.

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