CAPITULO 14

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Tôya volvió a mirar a su alrededor.

-¿Es esto? -preguntó, obviamente desilusionado.

-Sí, a menos que me equivoque -contestó Sakura.

No adivinaba, sabía lo que estaba viendo. Las paredes de piedra que los rodeaban estaban llenas de habitaciones. La jungla había cubierto las entradas, pero a pesar de todo se percibían formas y ciertas irregularidades en el crecimiento de las enredaderas.

-¿Y entonces dónde está ese tesoro del que tanto hablabas? -preguntó Tôya.

Sakura respiró hondo.

-Si es que existe un tesoro, puede estar en cualquier parte. Es posible que no seamos los únicos que han descubierto esta ciudad.

Reed se adelantó, con el entrecejo fruncido.

-¿Qué quiere decir eso de "si existe" un tesoro? ¿Para qué mierda crees que vinimos hasta aquí? Si nos has mentido...

De repente Shaoran estaba junto a Sakura.

-Nadie sabe lo que hay aquí -dijo con tranquilidad pero con un dejo de amenaza que contuvo a Reed-. En cuatrocientos años pueden suceder muchas cosas.

-¿Y ahora qué hacemos? -preguntó Tôya.

-Armar el campamento. Eso es lo más importante. Este lugar no desaparecerá, eso es algo que les puedo asegurar.

Sakura estaba impaciente por empezar a explorar, pero sabía que Shaoran tenía razón.

Ante todo despejaron un enorme claro; Sakura temía que pudieran destruir algún elemento antiguo, pero bajo los machetes sólo cayeron arbustos, lianas y árboles pequeños. Allí no había árboles de gran tamaño, y ella se preguntó por qué. El sol llegaba en abundancia pero la vegetación, aunque abundante, no crecía a gran altura. El motivo de ese extraño detalle, fuera cual fuese, formaba parte de los misterios de los Anzar, y no veía la hora de empezar a desentrañar esos secretos.

Armaron las carpas más separadas que durante el trayecto. Sakura también lo sentía: reinaba una extraña sensación de seguridad. Allí, en ese lugar protegido se encontraban a salvo. No obstante, Shaoran se aseguró de ubicar su carpa junto a la de ella.

Sakura no esperaba que, encerrados como estaban, hubiera viento, pero soplaba una brisa suave y constante y el aire era casi fresco. Era probable que por la noche hiciera frío.

-Les pido a todos que miren por donde caminan, por favor -suplicó-. Puede haber recipientes, ollas, cualquier cosa tirada por el piso. -Cualquier artefacto que hubiera allí debía de estar cubierto por años de tierra acumulada, pero en algunas ocasiones ella los había visto tirados en el suelo.

Todavía quedaba bastante luz, y cuando terminaron de armar el campamento Shaoran le pasó un brazo alrededor de la cintura.

-¿Por qué no caminamos un poco?-preguntó con suavidad.

Ella le dirigió una mirada de desconfianza.

-¿Por qué?

-Porque tenemos que hablar.

-¿Acerca de qué?

Shaoran suspiró.

-¡Maldita sea! Eres la mujer más desconfiada que he conocido. Ven, ¿quieres?

-Está bien -dijo ella, a regañadientes-. Pero te advierto que sólo acepto caminar un rato.

-¿Cuándo has aceptado otra cosa? -preguntó Shaoran, volviendo a suspirar.

Caminar entre los matorrales no era tarea fácil; Shaoran llevaba el machete e iba abriendo camino a medida que avanzaban.

-¿Qué sentido tiene esto? -preguntó Sakura a los pocos minutos-. ¿O lo haces porque necesitas ejercicio?

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