CAPITULO 4'2

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Al cabo de algunos instantes, Sakura se acercó a la puerta y, obediente, le echó llave y aseguró la cadena. Después se sentó en la silla que él acababa de dejar y trató de poner en orden sus pensamientos.

¿Por qué Shaoran Li no podía ser sólo lo que parecía al principio: un guía de mala fama y pésima apariencia, demasiado amigo del whisky? El hombre que se le acababa de revelar esa noche, el verdadero, era muy distinto. A pesar de su impetuosidad, poseía un enorme encanto, o tal vez eso mismo formara parte de su encanto. Ella jamás había conocido a nadie que estuvie ra tan cómodo con su virilidad como Shaoran Li. Pero aún peor: era inteligente y duro; se dio cuenta enseguida de que Reed no buscaba nada bueno. Por desgracia, también había comprobado con cuánta facilidad logra ba hacerla bajar la guardia, y le fascinó hacerlo.

Sakura debía de ser una imbécil para estar dispuesta a pasar dos meses en compañía de semejante hombre. Había llevado consigo píldoras anticonceptivas, no porque pensara vivir una aventura romántica, sino porque era una cuestión de sentido común y de una elemental protección. A una mujer le podía suceder cualquier cosa en un país extranjero y en plena selva. Estaba dispuesta a permanecer alerta, a tratar de pro tegerse, pero su realismo le indicaba que podía suceder lo peor. Sin embargo, protegerse de Shaoran Li resulta ría aún más difícil, porque tendría que resistirse tam bién a sí misma.

Pero había también otros peligros, si insistía en continuar. La presencia de Dutra convertía la expedi ción en algo mucho más riesgoso. Sin embargo, se había comprometido; ahora se negaba a desistir. Si eso signi ficaba perder la vida, estaba dispuesta a enfrentarlo, porque era su única posibilidad de limpiar el nombre de su padre y de lograr que resurgiera su propia carrera. Tenía que hacerlo, por su padre y por ella misma.

Encontraría la ciudad de los Anzar. Los otros, Reed y Tôya, andaban en busca del Corazón de la Emperatriz, pero ella esperaba que no existiera. Le había resultado útil como cebo, pero si el diamante de veras existía todos correrían un grave peligro a manos de Reed y de su secuaz. Con un poco de suerte, no habría diamante y sólo encontrarían la Ciudad de Piedra.

Pero temía que el Corazón de la Emperatriz fuese algo real. Su padre así lo creía; había escrito que sospechaba que se trataba de un enorme diamante rojo. Todavía debía de estar allí, indestructible y sin que nadie lo molestara, y acaso fuera el ejemplar más grande del diamante menos común de todos: el diaman te rojo.

Los diamantes rojos eran de poca calidad, a raíz de las imperfecciones que les conferían ese color, pero eran tan raros que se los consideraba gemas extremadamente valiosas. Al profesor no le interesaba el diamante en sí, sino lo que ayudaría a demostrar.

Sakura no le había dado a Shaoran detalles del diamante, porque si él se daba cuenta de que era muy probable que existiera, podría negarse a que ambos corrieran un peligro tan grande. En ese momento estaba convencido de que explorarían la jungla durante un par de meses y no encontrarían nada. Si no había diamante, no había peligro.

Pero el padre de Sakura había encontrado otro mapa, mucho más detallado que el del siglo XVII, en el que figuraban las instrucciones que copió. A Sakura se le llenaron los ojos de lágrimas; lo imaginaba temblando de excitación y de júbilo mientras codificaba la infor mación para que todo fuese más misterioso. A él le encantaban esas cosas y justamente por eso inventó el código y le enseñó a Sakura a descifrarlo.

El último mapa encontrado por su padre, el que contenía los detalles precisos de latitud y longitud, de kilómetros y de metros, había sido trazado en 1916 por un explorador que se aventuró en lo profundo de la selva y encontró ruinas increíbles, una ciudad que rivalizaba con las de los incas y poseía algo semejante a un palacio tallado en un risco de piedra. El explorador consiguió salir de la selva con vida, pero sucumbió a la malaria. Poco antes de morir, estremecido por la fiebre, aseguró en un murmullo que había visto "el corazón sobre la tumba", frase que todo el mundo tomó como una predicción de su propia muerte.

Su padre estaba seguro de que el explorador había dado con la ciudad oculta de los Anzar y que había llegado a ver el enorme diamante que por algún motivo no pudo llevarse. Y Sakura compartía la creencia de su padre.

Al principio pensó que sería capaz de proteger el lugar, pero ahora no estaba tan segura. Como dijo Shaoran, la situación había cambiado. Las probabilidades favo recían a Reed. El solo imaginar que saquearan la Ciudad de Piedra la hacía temblar de furia. Antes de partir de los Estados Unidos le había recalcado a Tôya que los castigos por el robo de antigüedades y de tesoros nacionales eran muy severos en todas partes, pero que los países muchas veces ofrecían recompensas a quien encontrara ruinas geológicas, como una manera de impedir los robos. Su hermano le contestó que no se preocupara, que no tenía ninguna intención de robar el diamante. ¿Para qué tomarse el trabajo de robar algo cuando eso mismo podía significar dinero ganado legalmente?

Pero ella sabía que en su profesión existía otro punto de vista para esa cuestión. ¿Para qué conformarse con una simple recompensa, si uno tenía contactos que pagarían mucho más por el diamante? No creía que Tôya tuviera esa clase de contactos, pero sin duda Reed sí. La opinión que le merecía Reed no había mejorado con el trato diario, sino al contrario. Ese hombre era demasiado suave, demasiado... frío. A Sakura no le costaba creer todo lo que Shaoran le había dicho de él.

Tenía que seguir adelante con la expedición, pero en el caso de que sucediera lo peor y ella no volviera, no estaba dispuesta a permitir que Reed saliera indemne, después de haber robado y asesinado. La idea del robo la enfurecía más que la posibilidad de que la asesinaran.

Decidida, tomó una lapicera y un bloc de papel y empezó a escribir. Veinte minutos después había sella do dos sobres y se sentía sombríamente triunfante. En uno escribió el nombre del gerente del hotel, y dirigió el otro a un colega estadounidense. Le entregaría ambos sobres al gerente del hotel con instrucciones de abrir el que le estaba dirigido y enviar el otro sin pérdida de tiempo a su destinatario, si ella no volvía en persona a buscar sus pertenencias. En ambas cartas escribió una síntesis de lo que sucedía. Tal vez el gobierno de Brasil no diera crédito a todo lo que allí decía, pero por lo menos existía la esperanza de que investigara algo tan valioso como el diamante de la Emperatriz. Además, Sakura esperaba que la carta que le escribió a su colega, junto con la noticia de su propia muerte, lo incitara a investigar la historia de los Anzar. No era más que una esperanza, pero se sintió mejor por haber hecho el esfuerzo.

Pensó en la posibilidad de utilizar las cartas como una garantía, de hablarles a Tôya y a Reed de su existencia una vez que hubieran llegado a la Ciudad de Piedra, pero se dio cuenta de que en ese caso Reed no volvería al hotel a buscar sus pertenencias. Entonces el gerente supondría que todos habían muerto en la jungla. Y si alguna vez abría la carta ya sería demasiado tarde: Reed habría abandonado el país.

Debería mantener en secreto las precauciones que acababa de tomar, y no desprenderse de la pistola. Era lo mejor que podía hacer. Tenía miedo, pero sólo un tonto no lo tendría. Por lo menos también Shaoran estaría con los ojos bien abiertos. Aunque ella no podía confiar en él en un sentido "íntimo", por lo menos creía poder confiar en que trataría de mantenerla a salvo. Después de todo, él también arriesgaba el cuello.

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