CAPITULO 3'2

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A Shaoran le inspiraba enorme curiosidad ese único hombre que Reed se encargaría de contratar personalmente, pero no hizo preguntas. Era preferible que Reed creyera que el asunto no le interesaba.

Cuando Reed se fue del bar, Shaoran dejó que la puerta se cerrara tras él antes de levantarse. Su pick-up, una Ford de diez años de antigüedad, estaba estacionada, como siempre, frente a la puerta trasera del local. Antes de que hubieran transcurrido diez segundos Shaoran se encontraba al volante de su vehículo. Rodeó el edificio y salió al tránsito justo a tiempo para ver que Reed tomaba un taxi.

Se quedó atrás, algo fácil de hacer en Manaos. El tránsito sudamericano, a pesar de ser bastante caótico, carecía de la inflexible decisión del de una ciudad de China o Estados Unidos. Shaoran bajó la ventanilla para que dentro de la camioneta corriera un poco de aire mientras él zigzagueaba entre autos y bicicletas sin perder de vista al taxi.

El bar de Christus no se encontraba en la zona más elegante de Manaos, pero el taxi se dirigía hacia el peor de los barrios bajos de la ciudad. Shaoran metió la mano bajo el asiento y sacó una pistola, que colocó a su lado. Era una Glock 17, casi toda de plástico, con un magazine de 17 tiros. Una sola mirada a esa arma cambiaba la actitud de la mayoría de los individuos poco amistosos.

Se protegió los ojos con un par de anteojos de sol muy oscuros, simplemente por precaución, aunque estaba convencido de que Reed se sentía tan seguro de sí mismo que ni siquiera había considerado la posibili dad de que lo siguieran. ¡Cretino imbécil!

El taxi se detuvo junto al cordón de la vereda. Shaoran lo pasó sin volver la cabeza y dobló en la esquina siguiente. En cuanto estuvo fuera de la vista del taxi, estacionó y bajó, luego de ponerse la pistola al cinto, oculta tras la camisa suelta.

No sabía en qué dirección iría Reed. Permaneció algunos segundos junto a la camioneta para ver si pasaba por allí, pero no se atrevió a esperar más. Al ver que Reed no aparecía, se encaminó con rapidez a la esquina, pegado a la pared. Reed había cruzado la calle; en ese momento entraba en un bar, el de Getulio, un lugar tan miserable que, en comparación, el de Christus parecía un establecimiento de cuatro estrellas. Shaoran había estado un par de veces en ese local, y no le gustaba el ambiente. En lo de Getulio un hombre podía encontrar la muerte de un instante al otro.

Bueno, ¡demonios! No podía seguir a Reed al interior del bar sin ser reconocido, porque adentro tendría que sacarse los anteojos oscuros. Frustrado, Shaoran miró alrededor.

Menos de un minuto después era dueño de un manchado sombrero safari, color caqui, que le compró a un adolescente por el doble de lo que debía de haber costado cuando era nuevo, suponiendo que el chico lo había comprado en lugar de robarlo, cosa poco probable. No era un gran disfraz, pero debería servirle.

Cruzó la calle y se hizo a un lado cuando las puertas del bar se abrieron para dar paso a dos robustos obreros portuarios. A pesar de lo temprano de la hora, estaban ambos bastante borrachos. Antes de que las puertas se cerraran, Shaoran se deslizó al interior del bar, llevándose la mano a los anteojos, tanto para sacárselos como para taparse la cara. Sin mirar a nadie, se encaminó a una mesa ubicada en un rincón. En el bar de Getulio no había ventanas, sólo un par de lámparas de bajo voltaje que colgaban del techo y otro par de luces sobre la barra, atendida por un barman, de aspecto siniestro.

Apenas Shaoran se instaló en la silla, un muchacho de aspecto malhumorado apareció a su lado.

-¿Qué va a beber?

-Cerveza. -No quería que el muchacho lo recordara, de manera que limitó su respuesta a esa única palabra y ni siquiera levantó la vista. También resistió la curiosidad de mirar a su alrededor. Se limitó a hundirse en la silla, como si estuviera amodorrado o drogado.

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