CAPITULO 11

256 22 2
                                    

"¡Qué va a ser considerado!", pensó Sakura algunos instantes después. Más bien era diabólico. No podía dejar de mirarlo, y Shaoran lo sabía.

Se acababa de desnudar por completo con una falta de modestia que indicaba que estaba acostumbrado a andar desnudo delante de una mujer. Y de todos modos, ¿qué motivo podía tener una mujer sensata para querer que estuviera vestido? Era alto, delgado y maravillosamente musculoso. Tenía hombros de estibador y piernas de atleta, largas y poderosas. Sakura nunca había disfrutado tanto mirando a un hombre.

Se metió bajo la cascada y dejó que el agua lo mojara mientras echaba atrás la cabeza y sacudía el pelo. El sol iluminaba los músculos de ese cuerpo maravilloso y fuerte, y las gotas de agua brillaban como diamantes en el pelo de Shaoran. Era tan perfectamente masculino que Sakura sintió en el pecho un peso que le impedía respirar.

Entonces Shaoran la miró a los ojos, con una expresión tan intensa en los ojos dorados por el sol, que ella pudo percibirla a pesar de la distancia que los separaba.

Él se adelantó un poco para que la fuerza del agua le cayera sobre la espalda. Cuando la cascada dejó de borronear las lineas potentes de su cuerpo, quedó totalmente expuesto a la vista de ella.

La mirada de Sakura se encontró con la de él, alerta y expectante.

¡Ah, sí! Ese hombre sabía muy bien lo que le estaba haciendo. Era tan diabólico que tuvo ganas de arrojarle piedras.

Mientras tarareaba, Shaoran terminó de bañarse y hasta se lavó la ropa, con toda tranquilidad.

Sakura apretó la escopeta entre las manos y se obligó a mirar el sendero que llevaba al campamento para ver si alguien se había animado a poner a prueba la amenaza de Shaoran. Los pájaros cantaban y saltaban despreocupados de rama en rama, con las plumas resplandecientes cada vez que las iluminaba un rayo de sol. Era un paisaje pacífico y hermoso y el hombre desnudo bajo la cascada formaba parte de él como cualquier otra criatura de la naturaleza.

"¿Cómo sería vivir aquí con él -se preguntó Sakura-, los dos solos, sin nadie en cientos de kilómetros a la redonda?

Pero en cuanto lo pensó se sacó la idea de la cabeza, porque le pareció ridícula. Ése no era el paraíso, y Shaoran no era Adán. Era sólo Shaoran Li, rufián y aventurero. Lo único que él quería era una aventura pasajera, para satisfacer sus necesidades inmediatas. Con cualquier mujer. Y luego desaparecería en otra de sus excursiones. Sakura supuso que de vez en cuando reaparecería con la pretensión de que la mujer lo alimentara y se le brindara, y que nunca tendría problemas en encontrar alguna dispuesta a darle ambas cosas. Pero esa mujer no seria ella.

Encontrar la ciudad de los Anzar sería el logro de su vida. Después podría elegir lo que quisiera hacer, aunque todavía no lo supiera con seguridad. No se sentía atada a la Fundación donde trabajaba, sobretodo después de la manera en que la habían tratado en el asunto de la Ciudad de Piedra. Pidió vacaciones sin goce de sueldo para hacer ese viaje, pero no sabía si deseaba volver a trabajar allí.

Debía tomar decisiones, decisiones que no incluían a Shaoran Li, por maravilloso que se viera parado bajo una cascada de la selva.

Cuando terminó de bañarse, se quedó de pie junto al arroyo, secándose. No hizo ningún esfuerzo por darle la espalda, de manera que Sakura tampoco hizo el menor esfuerzo por apartar la mirada. Al contrario, aceptó su muda invitación y lo admiró abiertamente.

-No eres muy buena guardiana -dijo él, sonriente-. Me miraste más a mí que a los alrededores.

-Bueno, hiciste todo lo posible por llamarme la atención -contestó Sakura-. No quise desilusionarte.

SALVAJEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora