CAPITULO 18

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Los días y las noches seguían su rutina, aunque "rutina" era una palabra poco indicada para describir algo que no era nada rutinario.

Caminaban todo el día y por lo general hasta comían a la disparada. Shaoran casi nunca la tocaba durante el día, salvo cuando era absolutamente necesario, y aun entonces lo hacía de una manera casual e indiferente.

Pero ella lo entendía.

También sentía la frustración, el deseo casi sobrecogedor de no abandonar la carpa por la mañana y de olvidar la urgencia de esas marchas forzadas, para ceder al amor afiebrado. Ahora el sacrificio era mayor que antes, como si la realidad fuese mucho más deliciosa que la expectativa.

A veces, el placer de esas horas largas y a oscuras la dejaba casi atontada.

Todos los comentarios de Shaoran que la indignaron durante semanas habían resultado ciertos. El vigor físico de ese hombre era increíble, y ella dudaba que conociera el significado de la palabra "inhibiciones". No tenía ninguna.

Como amante, era irresistible. Realmente lo había agraviado e intrigado que ella lo rechazara durante tanto tiempo y ahora, al pensarlo retrospectivamente, a Sakura también la sorprendía.

La única explicación que encontraba era que no sabía lo que se estaba perdiendo.

Cada vez que miraba a Shaoran, alto, fuerte y confiado, la invadía una oleada de amor y lujuria.

Pero ambos se reprimían con severidad, convencidos de que cuando llegaran a lugar seguro, ya tendrían tiempo de dar rienda suelta a sus sentidos. Sakura estaba decidida a llegar a Manaos, porque sólo entonces podría presentar cargos de homicidio contra Dutra.

No sabía si lograría implicar a Reed en los asesinatos, pese a que él había disparado contra Shaoran, pero el caso de Dutra era distinto; hacía tiempo que las autoridades trataban de encarcelarlo, cabía la posibilidad de que tanto Reed como Dutra hubieran huido, pero de todos modos ella pensaba denunciarlos.

Muchas veces se le formaba un nudo en la garganta al pensar en Tôya.

Le hubiera gustado recuperar su cuerpo para poder enterrarlo, pero como señaló Shaoran una vez, la jungla se encargaba de eso con rapidez. También cabía la posibilidad de que Reed y Dutra hubieran movido los cuerpos y los hubieran arrojado a alguna hondonada para destruir las pruebas de sus crímenes.

Trató de resignarse al hecho de que lo único que podía hacer era denunciar los asesinatos.

No se permitía pensar en lo que haría después, había encontrado la Ciudad de Piedra, pero no tenía ninguna prueba que lo demostrara.

Había debido dejar atrás sus notas y las fotografías que corroboraban todo; ni siquiera le quedaba un trozo de alfarería. Hasta entonces no había querido pensar en eso, porque con lloriquear no ganaba nada, pero día a día debía luchar con el vacío que le provocaba la pérdida.

No se le ocurría ninguna manera de poder regresar a la Ciudad de Piedra. Sus colegas arqueólogos no tendrían más interés que antes en escucharla. Ella no contaba con el dinero necesario para montar otra expedición; justamente ése fue el motivo que la obligó a compartir la aventura con Reed y con Tôya.

Pensó en la posibilidad de preguntarle a Shaoran si la podría ayudar a volver, pero descartó la idea.

Shaoran no era rico; era un aventurero, un guía de río. No debía de contar con el dinero necesario y aun en el caso de que lo tuviera no tendría interés en gastarlo en eso, ni ella esperaba que lo hiciera por el solo hecho de que se acostaban juntos.

Y aun en el caso de que el gobierno de Brasil le pagara una recompensa por haber encontrado la Ciudad de Piedra, ese dinero no le bastaría para regresar. No, había fracasado y debía aceptarlo.

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