CAPITULO 22'2

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Sakura se mantuvo en el centro del río y siguió la ancha y refulgente cinta de agua.

Lo había logrado, pero no sentía una especial sensación de triunfo.

En cambio estaba más cansada que nunca. Los acontecimientos de la noche habían sido escalofriantes. Ahora sabía lo peligroso que era intentar remontar sola el río en un bote, pero no se le ocurría otra alternativa. Una vez que llegaran a Manaos, no habría tenido posibilidades de quitarle el diamante a Shaoran. Probablemente ésa fue su única oportunidad, de modo que la aprovechó.

Tal vez nunca volviera a verlo. En realidad, lo más probable era que lo viera si Shaoran de alguna manera lograba alcanzarla.

Ignoraba cuántos días tardaría en llegar a Manaos.

La comida no era problema, pues habían dejado las provisiones en el bote.

Su única preocupación era el combustible, porque no disponía de dinero. Tendría que cambiar comestibles por combustible. Y bueno, no le haría mal pasar un poco de hambre. Y si no podía conseguir combustible, utilizaría los remos. Eso le proporcionaría a Shaoran una posibilidad de alcanzarla, pero se preocuparía por el asunto cuando sucediera.

Sentía un profundo dolor en el pecho, pero sabía que había hecho lo correcto.

Se inclinó para ver el nivel de combustible. Sólo quedaban algunos centímetros en uno de los tanques. Si no alcanzaba a llegar al siguiente poblado trataría de hacer un trueque con los habitantes de las casuchas del río. De una manera o de otra, llegaría a Manaos. Se negaba a darse por vencida.

No tenía reloj ni manera alguna de saber la hora, pero se había acostumbrado a calcular el tiempo por el sol, y cuando era poco más de media mañana divisó otro poblado, chozas edificadas sobre pilotes que se alineaban a lo largo de la orilla del río. Sólo le quedaban dos centímetros y medio de combustible, de modo que no le quedaba más remedio que parar.

La escena era parecida a la del día anterior, con los chicos que corrían hacia el muelle y sus padres que permanecían atrás, mirando. Pero esa vez el que salió a recibirla era un hombre, un caballero decoroso que vestía shorts tropicales, sandalias y un ancho sombrero de paja. Su pecho desnudo estaba cubierto por una ligera capa de sudor y brillaba por el intenso sol de la mañana.

Por el tono de su piel claro y cabello negro, su enorme altura y su complexion delgada y musculosa, tuvo la impresion de que el hombre era europeo, mas específicamente inglés.

Como era previsible, sus primeras palabras fueron:

-¿Está sola, señorita? -Y levantó las pobladas cejas con aire de preocupación.

Por su acento, supo que sus suposiciones eran correctas.

-Sí, por accidente-contestó ella-. Debo llegar a Manaos.

-¡Pero eso no puede ser! Es muy peligroso. Y necesita un sombrero.

-Necesito combusti...

-Sí, sí, por supuesto -contestó él-. Pero antes debe entrar en la casa. Mi esposa le dará un sombrero y algo fresco para beber.

Sakura sólo vaciló un instante.

-Gracias, se lo agradecería mucho. Pero no tengo dinero, señor...

-Hiragizawa -replicó él-. Eriol Hiragizawa. Mi esposa se llama Tomoyo y ya verá que es un verdadero ángel. No se preocupe por el dinero, señorita. Usted está sola; necesita ayuda. Ya nos arreglaremos. Ahora venga, venga.

Le indicó a uno de los niños que amarrara el bote y extendió una mano cortés para ayudar a Sakura a desembarcar. Ella tomó la mochila y aceptó su ayuda.

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