CAPITULO 7

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Al sexto día de navegación, cuando echaron amarras para pasar la noche, Shaoran impartió algunas órdenes y los brasileños de ambas embarcaciones saltaron a tierra, machetes en mano. Sakura los observó abrir un pequeño claro en la vegetación que cubría cada centímetro de la tierra y que avanzaba hacia el río. Shaoran había hablado con tanta rapidez que ella no alcanzó a comprender sus órdenes.

-¿Por qué hacen eso? -le preguntó.

-Esta noche comeremos en tierra -contestó Shaoran-. Estoy harto de esta lancha y supongo que lo mismo nos pasa a todos.

No se equivocaba.

Hacía días que Shaoran estaba de mal humor, hacía un par de días que Floriano y Vicente se gruñían, y sólo Dios sabía lo que estaría sucediendo en la otra lancha. Todas las noches alcanzaba a oír maldiciones y discusiones, aunque en voz tan baja que no llegaba a entender lo que decían. Miró hacia la orilla y se dio cuenta de que Dutra no trabajaba, sino que miraba a los demás con aire burlón.

Shaoran lo notó al mismo tiempo que ella.

-Busca un machete y ayuda a los demás, Dutra. -Lo dijo en un tono tranquilo pero inflexible; Sakura nunca lo había oído hablar así, y le dirigió una mirada. La expresión de Shaoran era dura.

Dutra escupió con negligencia y continuó apoyado contra un árbol.

-Hazlo tú.

Los otros seis hombres interrumpieron su trabajo y miraron a Shaoran, silenciosos, esperando.

Shaoran sonrió, pero su sonrisa no era agradable.

-Muy bien. Entonces aléjate de una vez de este campamento. Si no trabajas, no comes, y juro que tampoco ocuparás lugar en estas lanchas. Mañana zarparemos sin ti.

-¡Un momento, Li! -Fei Wong Reed saltó a tierra, furioso. -Dutra es mi empleado y usted también. Yo decidiré quién se queda y quién sigue en el viaje.

-No, usted no decide nada por el estilo -contestó Shaoran, volviéndose para mirarlo-. Desde que zarpamos de Manaos usted no dirige esta expedición. El que la dirige soy yo, lo mismo que el cirujano está a cargo de lo que sucede en el quirófano y el piloto es el responsable del avión. Usted me paga para que las cosas se hagan, pero se harán a mi manera. Dutra trabaja o se queda aquí. No podemos transportar comida y equipo para una persona que no hace nada.

Sakura vio la expresión de los ojos de Dutra -pequeños, mezquinos, que brillaban como los del animal que presiente una matanza-, se apartó con lentitud de Shaoran y se instaló cerca de la mochila que contenía sus efectos personales. Posiblemente todos creyeran que se había alejado por temor al peligro. Pero Sakura abrió en silencio la mochila y buscó la pistola. La empuñó y se sintió más tranquila.

Dutra volvió a escupir y agarró un machete.

-Tal vez seas tú el que se quede aquí -amenazó, mostrando los dientes mientras se encaminaba a la lancha.

-Tal vez no. -Shaoran se movió con la suavidad de la seda. Con total tranquilidad, extrajo su arma. Sakura le dirigió un mirada en la que se mezclaban el sobresalto y la admiración. El arma era importante, aunque del tamaño necesario para quedar oculta bajo una camisa suelta. Ella ni siquiera sospechaba su presencia, y por la expresión de Dutra comprendió que él tampoco.

-¡Tranquilos los dos! -ordenó Reed, adelantándose.

-Si yo fuera usted, no me colocaría en la línea de fuego -aconsejó Shaoran.

Reed se detuvo. Tôya, que seguía en la lancha, saltó a tierra y cayó de rodillas. Se puso de pie con dificultad.

-¡Ey! -exclamó con tono beligerante-. ¿Qué sucede aquí?

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