CAPITULO 5

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-¿Cuánto tiempo de navegación tendremos? -preguntó Sakura, parada en el muelle, mientras miraba correr el agua. En realidad. Manaos estaba ubicada sobre el río Negro, a diez kilómetros del lugar donde ese río sumaba sus negras aguas a las amarillas del Amazonas. Las dos corrientes eran tan fuertes que, antes de unirse, los ríos corrían lado a lado, sin mezclarse, el negro junto al amarillo, moviéndose de una manera sinuosa, como una enorme serpiente, a lo largo de setenta y cinco kilómetros.

-Dos semanas, días más, días menos -contestó Shaoran sin mirarla. Estaba atento a la operación de carga de las provisiones.

Sakura gimió para sus adentros ante la idea de tener que pasar dos semanas en una lancha, pero no se quejó. No había más remedio. Esas embarcaciones eran la única manera de llevar las provisiones hasta el lugar desde donde podrían internarse en la selva a pie.

-A la vuelta demoraremos la mitad de tiempo -continuó diciendo Shaoran-. Para empezar, entonces no estaremos navegando contra la corriente sino que la tendremos a favor. Además, no vendremos tan cargados de provisiones, y eso acelerará el viaje.

Tenían ocho ayudantes, contando a Dutra. Shaoran había contratado siete: cinco brasileños y dos indios de la tribu de los tucanos. Los dos indios, uno en cada embarcación, distribuían en silencio la carga para que fuese pareja. Shaoran dividía su tiempo entre ambas lanchas, sin perder detalle. Sabía con exactitud dónde estaba cada cosa, con qué cantidad contaban y cuánto debían durar las provisiones. Si cuando terminaran de consumir la mitad no habían encontrado la Ciudad de Piedra, mala suerte. Emprenderían el regreso. Supuso que si eso sucedía, Sakura sería la que más trabajo daría, pero la sacaría de la jungla aunque tuviera que atarla de pies y manos.

Esa mañana, en los muelles, era la primera vez que la veía desde dos noches antes, en el cuarto del hotel. Llevaba el pelo atado, y a la luz del sol brillaba como piel de visón dorado.

-Ponte el sombrero -dijo Shaoran automáticamente.

Él estaba con la cabeza descubierta, porque no quería correr el riesgo de ser reconocido por Dutra si lo veía con anteojos oscuros y sombrero. Se había encariñado con ese sombrero color caqui y lo llevaba consigo, pero por el momento, si al sol hacía demasiado calor, se pondría su vieja gorra de béisbol.

Sakura obedeció.

A Shaoran le gustó verla de pantalones y camisa blanca de manga corta, con el sombrero de paja firmemente puesto sobre la cabeza. Se mostraba activa y daba a entender que no andaría con tonterías. Su experiencia se notaba en todos sus movimientos. Además... los pantalones revelaban unas curvas deliciosas, y Shaoran silbó para sus adentros. Sakura dormiría en cubierta a su lado durante dos semanas, y cada noche sería una verdadera tentación. Pero nada más, maldición. Cualquier otra cosa era imposible con otras cuatro personas junto a ellos.

-¿Qué te parece nuestro amigo Dutra? -preguntó en voz baja.

Sakura contuvo un estremecimiento.

-Tendremos suerte si no nos mata a todos -murmuró.

Pese a ser algunos centímetros más bajo que Shaoran, Dutra debía de llevarle como quince kilos, o más. Vestía una camisa a la que le había arrancado las mangas, con enormes manchas de transpiración desde las axilas hasta la cintura. Su cabeza parecía demasiado chica para los hombros enormes, a pesar de su frondosa cabellera negra, cuya textura parecía más animal que humana. El ceño era prominente, como el del hombre de Neanderthal, pero las cejas casi no existían. Sus ojos eran pequeños, desagradables y de expresión astuta; el mentón estaba sin afeitar, los dientes eran de un marrón amarillento. Entre los dientes y el pelo, no parecía humano. Sakura no podía mirarlo sin experimentar desagrado y miedo.

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