Airplane Mode

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Decir que amanecí con dolores de estómago es poco. Estos dolores son distintos. Estos son de Andrés.

Me obligo a mí misma a levantarme a revisar que todo esté en orden. Me saco las pijamas y me doy una ducha de cuerpo completo. Al terminar, me pongo lo necesario para evitar malos ratos y salgo caminando con cuidado hacia la cocina. 

Necesito encontrar las hojas de té que mi mamá guarda para estas ocasiones.

—¡Má! —la llamo—. ¿Dónde estás?

Sin respuesta. La puerta de su habitación se encuentra cerrada, por lo que, o está dormida, o ha ido a trabajar. No me molesto en ir a revisar y continúo haciendo mi remedio. 

—Má —le digo en cuanto me contesta el teléfono—. ¿Ya te fuiste?

—Sí, ya casi llego a la pista. ¿Ocupabas algo?

Suspiro, frustrada conmigo por no haber puesto alarma.

—Iba a ir a pintar la casa de Jamie.

—¿Ya no? —pregunta en tono molesto.

—¡O sea, sí! Pero pensé irme contigo —miro la hora—. Ahora me voy a tener que ir en el metro.

—Bueno, de regreso a la casa te vienes conmigo. Es temprano todavía; sí llegas a buena hora.

—Sí...

Salgo de la cocina con Toncho siguiéndome muy de cerca, para comenzar a preparar mi ropa e irme antes de que se me haga más tarde.

—¿Qué tienes? ¿Tienes hambre?

Dejo el agua hirviendo y camino hacia el plato de comida del gato, para vaciarle un poco de atún de la bolsa. Casi se acaba, lo que significa que tengo que ir más tarde a comprar otro poco. 

—Come —le digo, mirándolo.

No hace nada, solo, se queda quieto, como analizándome fijamente, tratando de ver que hay más allá de mi mirada. O quizá sólo está juzgándome, dignándose a dirigirme la mirada, a su pobre sirivienta.

Conforme el té comienza a hervir, la casa se impregna de aroma a guayaba. Huele al ponche que mamá hace en navidad.

Por mucho que quiera retractarme con el compromiso que acordé semanas atrás, no puedo, más por vergüenza que por malestares; ayudaré a Jamie a pintar ciertas paredes de su casa, y a cambio, su padre nos daría algo del dinero que se ahorraría al contratar a alguien que lo hiciera.

Y para fortuna mía, no me la paso tan mal, y no me dan tantos cólicos como yo hubiera esperado, por lo que, casi cinco horas después, terminamos de pintar casi tres habitaciones completas, pues entre los dos, pasa rápido el tiempo y aprovechamos las cuatro manos de la manera más eficiente posible para ambos.

Su madre nos lleva limonadas y jugos de manera ocasional, e incluso hacemos una breve pausa para comer un refrigerio.

Sé que al final del día, me iré a casa con doscientos euros en mi mano.

—No está tan mal —comenta Jamie, limpiándose el sudor de sus mejillas regordetas. 

Tiene pintura hasta en el cabello, aunque debo admitir que fue bastante cuidadoso con sus lentes, que hasta ahora se han permanecido intactos.

—Que no se nos olvide darle una última pasada a la esquina del último cuarto de hasta arriba —le recuerdo—. Cuando quise dársela yo, todavía estaba fresca.

—Sípi.

Da una gran mordida a su sándwich mientras comienza a abrir una pequeña bolsa de chips.

Dejo la brocha sobre la pequeña cubeta y me siento sobre el suelo, descansando las pantorrillas, al tiempo que aprovecho para hidratarme un poco con agua fría.

—¿Cómo están los pintores? —inquiere su padre, asomándose ligeramente por la puerta.

Hi, dad. We're good.

Sonrío para ratificar la respuesta del chico.

El señor trae puesto un elegante traje oscuro, y su barba perfectamente peinada sólo lo hace lucir más adulto, más serio, y por unos segundos me permito admirar su barba tupida pelirroja y sus ojos azules, claros, pero no como los de Jamie.

Aún no termino de decidir a quién de sus dos padres se parece más mi amigo.

—¿Necesitan algo más?

—No, estamos bien, gracias —respondo contenta.

—Bien. Jamie —le llama—. Na dìochuimhnich na clasaichean cunntasachd agad a-màireach.

—Cha dèan mi e, athair.

—Ceart gu leòr.

El señor vuelve a sonreír una vez más, y se despide de ambos con la mano. 

No me gusta cuando comienzan a hablar escocés entre ellos porque me siento terriblemente tonta, fuera de lugar, una Mheagsago, como Jamie me llamó una que otra vez. 

Mexicana.

—¿Qué te dijo? —pregunto cuando ya se ha ido.

Sonríe ampliamente, tal como cuando le dan una noticia gratificante.

—Que no falte a mis clases de contabilidad.

Me mira con esos ojos vivos, llenos de alegría y hambre por comerse al mundo.

—El próximo año quiere que comience a trabajar con él. 

Por mucho que quiera, no me termina sorprendiendo; después de todo, Jamie es el único heredero del negocio familiar. Tanto trabajo de su padre no puede ser confiado a nadie más, mas que a su propio hijo.

Y si algo quiere Jamie desde que lo conozco, es enorgullecer a su padre. Tanto, como el señor lo está de su propia nación.

—Animo —le digo—. ¿Te sientes listo?

—Bastante —se encoge de hombros—. Estoy nervioso, pero, emocionado.

De pronto, un calor abrasante me envuelve el vientre y recorre mis caderas hasta llegar a mi espalda baja; un leve cólico.

Me limito a respirar lo necesario, lo indispensable, y dos horas después, es que terminan pasando los malestares. Justo a tiempo para que la madre de Jamie nos comparta un postre que ella misma ha horneado.

—Se siente raro —me dice en voz baja mientras picoteamos nuestro plato—, que estén los dos en la casa.

—¿Tus papás?

—Sí.

—¿Quieres que me vaya, mejor?

Lo piensa unos segundos antes de responderme;

—No quisiera, pero sí.

—Está bien —le digo—. Pero me debes unas hamburguesas, entonces.

You bet.




Peor Que Un Gato [Rubius Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora