Sugar, Sugar

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He invitado a Alejandra a por un sorbete, porque tengo una duda que Jamie me ha sembrado. Según el tío, esta chica sabe mucho de lenguaje corporal, y sus expresiones, así como poder traducirlo, ¡y qué mejor momento para que me dé una rápida lección del tema!

¡Y es que esto mola mucho!

—¿No te pasa que... —le doy una lengüetada a mi sorbete—, tienes dos sabores y no sabes cuál elegir?

—No.

—Pues a mí sí —frunzo el ceño—. Antes no, porque siempre elegía fresas con queso, pero cuando probé la de frambuesa, entré en duda.

—Sí lo note la vez pasada.

Hasta hace poco, yo prefería las fresas; era la nieve más rica (y la única). ¡Pero luego llegó la de sabor frambuesa y cambió todo! Ahora cada vez que voy por una nieve, me encuentro en ese dilema.

—¿Cómo elijo el correcto?

El claxon de un auto nos interrumpe. Nos volvemos hacia la calle y vemos a una bicicleta pasando a toda velocidad por costado del carro.

—Cierto —reacciono, señalando el auto—, eso me recuerda; ¿cómo es que tú y Jamie terminaron siendo amigos?

—Él me habló primero.

—Pero habla mucho —comienzo a gesticular con mis manos—, y tu... ¡nada!

—¿Y?

—¡Pues, cómo logran mantenerse cuerdos! —grito con la garganta cerrada—. Debería desesperarse porque tú no dices nada, y tú deberías volverte loca porque habla hasta por los codos.

Suelta una risita que me provoca un escalofrío en la piel. No puedo creerlo; Alejandra se ha reído, y no de la manera sarcástica con la que normalmente hace. Incluso se siente raro... da miedo.

—Lo hace —corrobora—. Pero ha aprendido mucho de mí; sabe lo que pienso e incluso lo que quiero. Eso facilita nuestra comunicación y amistad.

—¿Aprendió a leer tu lenguaje corporal?

—Algo así.

¿Por qué ahora todos saben leer el lenguaje corporal menos yo? Me pregunto qué se sentirá poder analizar las posiciones de las personas y saber con cercana exactitud lo que están sintiendo.

—Encontré con Jamie una relación que va más allá de las palabras —comienza a explicar—. Me di cuenta de que lo necesitaba, y él a mí. Me encariñé.

Una especie de mirada pícara le es lanzada a Ale por parte de mi rostro. ¿Se encariñó? ¡Wuh! Entonces mis teorías eran ciertas; Ale y Jamie.

—¿Lo quieres?

—Pues claro —responde con naturalidad—. ¿Tú no?

—¡Sí! ¿Quién no lo haría?

Jamie es la persona más tierna y adorable que puede existir; es fácil caer enamorado de él.

—Puedo darte una lista.

—¿Estás de coña?

Niega con la cabeza y desvía la mirada. Por alguna razón, decido no continuar con ese tema; estoy casi seguro que los tíos de la pista de hielo tienen algo que ver.

—Pero entonces dime, ¿cómo forjaron esa relación tan fuerte?

—Me ponía en su lugar y él en el mío cuando nos contábamos nuestras vidas —me mira a los ojos—. Sabemos nuestras fortalezas y debilidades. Hemos pasado... distintas situaciones juntos que nos han permitido... —piensa bien las palabras—, forjar ese lazo.

Guau. Eso mola mucho, tanto, que no me siento con las dudas suficientes como para continuar indagando. Por ahora, me ha quedado claro algo: Alejandra no es frágil como una flor, sino más bien como una bomba.


(ʘ言ʘ)!


—Cheto... —le digo distraído, haciéndole mimos a Mia con la mirada perdida—. ¿La ventana siempre ha sido así de grande?

—No lo sé —parece confundido—. Creo que sí.

El pelaje de mi gata está suave hoy, y muy limpio. ¿Qué pasó? ¿Por qué de pronto comienzo a sentirme así? Me duele el estómago, y siento que la cabeza me da vueltas; me pregunto si habrá sido la paella la que me está ocasionando estos pesares.

—¿Estás bien? —pregunta Cheto.

—Mejor que nunca —me siento en un estado de trance; muy, muy relajado.

La señora Sandra me dio un té para relajar la mente y el cuerpo, y vaya que está haciendo efecto. Me siento cansado, pero en un plan en donde mi cuerpo se siente tranquilo, sin preocupación alguna.

—¿Rubius, estás bien?

Da un par de pasos hacia mí y Mia da un brinco para alejarse. Acto seguido, Cheto tienta mi rostro con su mano como revisando si tengo fiebre o algo por el estilo.

—¿Esto se siente estar drogado?

—¡¿Estás drogado?! —grita, a lo que río.

—De eso nada —me incorporo de un brinco—. Estoy feliz, contento.

Me mira confundido, pero al percatarse de que no miento, me cuelga un brazo en el cuello y comienza a caminar conmigo hasta la cocina.

—¡Enhorabuena! —comienza a despeinarme y a jugar conmigo—. ¿Dónde estaba ese Rubius alegre que tanto extrañaba?

—Perdido.

—¿Qué te revivió? —me suelta para dirigirse a la nevera y sacar dos sodas—. Necesito ir a agradecerle.

Todo da vueltas, y siento que mi cuerpo hace igual. La cabeza la siento ligera, menos pesada, a pesar de todo el cabello que tengo, y todo se hace grande y chico a manera de ondas, como, cuando... estás mareado. Los ojos me dan vueltas.

—No lo sé —mi mente está tan cansada que siento que voy a caer—. Creo que...

Mis piernas ceden, y Cheto logra atraparme. Comienzo a reír; casi se tropieza.

—Fue Alejandra —respondo entre risas, y pierdo la conciencia.

Peor Que Un Gato [Rubius Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora