La Vie en Rose

318 56 66
                                    


Me levanto tarde. Toncho es el que termina haciendo que me pare de la cama. 

Pinche gato tragón.

Después de desayunar y de mandarle el correo al profesor, tomo dos chamarras y me las cuelgo en el brazo. En la otra mano, tengo al gato. Nos subimos al auto y mamá comienza a conducir hasta su trabajo, mientras, me preparo para soportar más o menos media hora de música francesa siendo cantada por ella.

—¿Te bañaste?

—No. Qué flojera.

Pero una vez que estoy dentro de la regadera, no quiero salir.

—Ayer no te bañaste, cochinilla —me recuerda.

—Ni que fuera manda —digo para mis adentros, pero se vuelve a mí, iracunda, y sé que no debo contradecirle—. Me baño cuando lleguemos.

En la mañana, desperté con un estropajo en lugar de mi cabello. Estaba esponjado en niveles que no podía explicarme. Pero rápidamente me lo cepillé y me hice una trenza que lo solucionó todo.

—¿Sabes algo de la huelga de la puerta del sol?

—¿Está tomada? —cuestiono.

Soy horrible en eso de mantenerme al margen de lo que pasa en la ciudad; es decir, puede haber una guerra y yo no me daré cuenta hasta que alguien me percate del asunto.

—Sí. Ya lleva un rato. Pero, si no... —comienza a escudriñar las calles—, ahorita buscamos rutas alternas.

Inicio de verano; inicio de llegada de turistas, de multitudes por las calles.

—Qué bueno que viniste —suelta, contenta—. Necesito compañía hoy.

Rechazar una ida al trabajo de mi mamá es como desaprovechar un vaso de agua fría en época de calor. Adoro que me invite; puedo hacer prácticamente lo que yo quiera, gratis.


( ̄▽ ̄)♪


Llegamos, y nos estacionamos por la parte trasera del edificio. Bajo las dos chamarras y a Toncho, que había estado en su jaula, quieto como roca. Cuando llegamos a la entrada, una ráfaga de frío viento nos envuelve en cuerpo. Del otro lado de la barra, veo a un viejo amigo de mi mamá.

—¡Hola, princesa! —saluda Armando al verme, con su peculiar tono de voz—. ¿Cómo estás? ¡Qué milagro que vienes! —me da unos besos tronados en el cachete en cuanto me acerco a la barra.

—Hola —sonrío un poco.

—Tan guapa como siempre, hija —me toma del hombro—. Tengo muchísimas cosas qué contarte. ¡Ay! Como que el desgraciado de Ramiro ya me dejó.

Sonrío de manera nerviosa, sin saber qué decirle.

—Armando, buenos días —le dice mi mamá—. ¿Cómo van los reportes de Enero-Marzo?

—Sí, ya están registrados en los balances. Sólo...

Me escabullo por delante de ellos de manera muy cautelosa y entro a la parte de las oficinas. Una especie de oleada de frío me recorre el cuerpo, por lo que tapo a Toncho con mis dos chamarras para que no lo resienta tanto.

Entro a la oficina de mi mamá, cierro la puerta y dejo al gato bajo el escritorio. Junto a éste tiene un pequeño calentador eléctrico que mantiene tibio el espacio.

—Ahorita vengo —le digo. Me mira atento, como si me entendiera—. Pórtate bien. No quiero que des lata, o mi mamá te va a regañar.

Me quito los zapatos y los dejo junto al gato. Abro un cajón del escritorio, y saco unos patines negros con blanco y rojo. Me los abrocho bien, y antes de salir del pequeño espacio, miro el rectángulo de corcho que cuelga de la pared; está lleno de papeles sobre juntas y próximos eventos, dibujos que le he dado, un calendario raro que no entiendo, y de una que otra foto mía con ella.


(/ε\*)


Al terminar el trabajo, mi madre me invita a cenar unas tapas, las cuales pedimos para llevar, pues Toncho ya tiene hambre.

—¿Qué tanto te platicó Armando? —pregunto. 

Todo el camino había estado callada.

—Sobre Ramiro —sonríe—. De sus desamores y amores. Dice que ya estás grandota.

No respondo. Los amores y desamores de Armando por alguna razón me entretienen.

—¿Qué quieres hacer mañana? —me pregunta de repente—. Yo voy a trabajar un rato y me regreso a la casa temprano.

—Quiero avanzarle a la tarea —miento—. Ya en la tarde vemos.

Asiente y continúa conduciendo.

—¿Puede venir Jamie mañana? —pregunto de repente.

Digo, sería divertido invitarlo un rato. Mi madre lo adora, y se lleva muy bien con su mamá. No hay mucho qué hacer aquí, pero, con él, las cosas cambian. Incluso ponemos a hacer ejercicio a mi gato flojo.

—Después del medio día, claro que sí.

Asiento con la cabeza una vez, y veo a Toncho mirándome desde su jaula. Y que diga que le ha ido bien, porque estuvo calientito todo el día. 

Llegando a la casa, me quito los dos suéteres que traía puestos y los dejo sobre el sillón. ¡Maldito calor! Saco al gato, y éste se estira a sus anchas, luego va y se acomoda en su cama. 

Entonces me apresuro a servirle un poco de comida y agua a un lado.

—¿Quieres té? —pregunta mi madre—. Creo que sobró un poco de ayer.

Asiento con la cabeza. 

No me quiero deshacer la trenza, porque sé lo que va a pasar; a Toncho le dará curiosidad mi cabello y comenzará a jugar con él. Y no quiero eso. Porque ya me ha pasado. Y me duele. 

Mucho...

—¿Quieres ver una película? —la invito.

Sé que a veces ella quiere ser linda conmigo, ser buena madre y cosas como esas. Y eso, de cierto modo, lo aprecio, así que trato de corresponder a sus pequeñas muestras de afecto invitándola estar conmigo. Ya saben, pasar tiempo madre—hija. Ella sabe que la adoro, así como yo sé que ella me adora también.

—Claro —sonríe.

Las pocas veces que estamos juntas, para mí es bastante agradable. Y son escasos los momentos en los que mi actitud está tranquila y quiere hacer cosas con ella. Después de todo, lo da todo por mí. Y me cuida muy bien.

Nos sentamos en el sillón, apagamos todas las luces, cerramos todas las cortinas, y saco de mi cuarto una frazada polar que tengo desde hace años y me la cobijo en las piernas.

—¿Tienes frío? —parece sorprendida.

—No —contesto, neutra—. Pero no cerré la ventana del cuarto y se metieron moscos y arañitas pequeñas.

—¡¿De verdad?!

—No. Sí tengo frío.

Lanza un pequeño respingo y me avienta un cojín que tiene cerca. 

Me alegro por dentro, pero me trago la risa. La película comienza, y a los pocos minutos, Toncho va y se nos une; se le acomoda a mi madre a un lado de sus piernas y se queda quieto, como si fuese una almohada.

—Gato pulgoso —le dice, rascándole la oreja un poco—. Mañana vas a quitar los pelos del sillón —comenta, refiriéndose a mí.

—Sí, mamá.

Los observo, a los dos, acomodados ahí, junto a mí. 

Al fin y al cabo, son mi pequeña familia.

Peor Que Un Gato [Rubius Fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora