Francia

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(T/N) corría lo más rápido que su largo vestido le permitía. El sonido de sus zapatos contra el suelo rebotaba en las paredes de un angosto pasadizo generando un eco que ponía más nerviosa a la chica a cada paso.

Bajó y subió escaleras, atravesó puertas y hasta tuvo que caminar un largo recorrido agachada para poder pasar por un pequeño túnel que la llevaba al exterior de los jardines reales. Cualquiera podría intentar recorrer ese camino, corriendo el riesgo de perderse y que sus huesos fueran encontrados años más tarde. Pero ella no era "cualquiera", (T/N) era la princesa de un gran reino, el cuál algún día gobernaría, no podría perderse nunca recorriendo un camino por el que pasaba casi todas las noches.

Cruzó los lindes del bosque ocultándose entre los árboles para no ser vista por los guardias. A partir de ese momento caminó más tranquila y sigilosamente. No sólo porque los guardias podrían ver algún movimiento brusco, si no porque también se contaban historias de criaturas encantadas y malignas que devoraban a las personas o simplemente las desgarraban completamente, dejando un cuerpo irreconocible, como advertencia para el próximo que quiera desentrañar los secretos del bosque.

Cuando se aseguró de estar lejos del palacio cruzó hacia la aldea y tocó con desesperación la puerta de madera de una casa. Al rato vio como se encendía la luz de una vela y hombre rubio salía con cara somnolienta y molesta.

—¡(T/N)! —dijo cambiando el semblante a uno muy sorprendido—. ¿Que estás--?

—Francis, tienes que marcharte de aquí inmediatamente. —le dijo seriamente, haciendo que el hombre la mirara con preocupación.

—Pasa, hablemos con más comodidad adentro. —se hizo a un lado para dejarla pasar, a lo que (T/N) accedió—. ¿Quieres tomar algo?

—Francis, escucha, no tenemos tiempo. Mi padre se ha enterado de lo nuestro, escuché por un guardia que tiene pensado venir aquí con los primeros rayos del amanecer... piensa decapitarte. Tienes que abandonar este reino lo más rápido posible, por favor. —la muchacha no pudo evitar dejar caer unas lágrimas. El hombre se acercó y tocó con delicadeza su rostro.

—¡Mujer! Sabes que nunca me iría sin ti. 

—No... no entiendes ¡Quiere matarte! Él, mi padre, quiere que me case con un príncipe de alguna nación poderosa, escuché que no merezco un "simple campesino de por ahí", es motivo de vergüenza para él, nunca aprobaría nuestra relación.

—Prefiero morir a alejarme de usted, princesa. Sería una agonía, el peor castigo de todos. —dijo él con un brillo de decisión en sus orbes azules.

—No te dejaré morir. —dijo ella antes de unir sus labios en un pasional y desesperado beso. El hombre la tomó de la cintura, acariciando a su amada sobre la suave tela de un vestido labrado con minuciosidad y delicadeza, pero ahora se encontraba sucio, roto y lleno de ramas y espinas.


Con la luz del alba llegaban los soldados del reino a la humilde casa de la aldea, encontrándose deshabitada y con una carta de despedida de la princesa. 

Ante esta situación el rey que era muy orgulloso, le dio la noticia a su pueblo de que su hija, la heredera al trono había muerto. La prefirió muerta antes que vulgar. Los que sabían sobre la historia se encargaron de difundirla, hasta el día de hoy se sigue contando.

Pero solo es un cuento para niños...

Hetalia y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora